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04/02/2006 | Adictos al petróleo

Thomas l. Friedman

El error del equipo Bush fue creer que podría interrumpir la adicción de Oriente Medio al autoritarismo sin también interrumpir la adicción de Estados Unidos al petróleo.

 

Hasta ahora, la ola democratizadora que el equipo de Bush ayudó a desatar en el mundo árabe-musulmán desde el 11 de septiembre del 2001 ha llevado al poder a fundamentalistas islámicos de línea dura en Iraq, Palestina e Irán, y allanó el camino para que la Hermandad Musulmana obtuviera resultados históricos en Egipto. Si seguimos así, en unos cuantos años, clérigos musulmanes estarán en el poder desde Marruecos hasta la frontera de la India. Dios bendiga a Estados Unidos.

¿Pero, acaso todo esto es obra de Estados Unidos? No realmente. Es producto de 50 años de “petrolismo”, esto es, la política basada en el petróleo, en el mundo árabe-musulmán. El error del equipo Bush fue creer que podría cambiar eso, que podría interrumpir la adicción de Oriente Medio al autoritarismo sin también interrumpir la adicción de Estados Unidos al petróleo. Esa es la ilusión. En el mundo árabe, el petróleo y el autoritarismo van ligados de manera inextricable.

¿Cómo es eso? Empecemos por la Regla de Hierro Número 1 de la vida política árabe-musulmán de nuestros días: no es posible ir de Saddam Hussein a Jefferson sin pasar primero por Jomeini, sin recorrer una fase política bajo la dirección de las mezquitas.

¿Por qué? Porque una vez que derribas al dictador o rey que está en la cima de cualquier estado en Oriente Medio, entras en caída libre hasta que golpeas a la mezquita, como descubrió Estados Unidos en Iraq. No hay nada entre el palacio de gobierno y la mezquita. Los regímenes seculares y autocráticos, como los de Egipto, Libia, Siria e Iraq, nunca permitieron que nada creciera debajo de sus pies. Nunca permitieron el surgimiento de ningún Poder Judicial, ni medios de comunicación masiva, partidos progresistas y seculares o grupos de la sociedad civil con verdadera independencia, desde organizaciones femeninas hasta asociaciones de comercio.

La mezquita se convirtió en un centro de poder alternativo debido a que era el único lugar donde el puño de hierro del gobierno no podía penetrar del todo. Como tal, se convirtió en el sitio donde la gente era capaz de asociarse libremente, incubar líderes locales y generar una ideología compartida de oposición.

Por eso, cuando cualquiera de los países árabes celebra elecciones libres y justas, los islamitas registran un gran aumento. En Egipto, la Hermandad Musulmana ganó el 20% de los escaños; Hamas pasó de nada a una mayoría gobernante. En ambas sociedades los partidos seculares que solían gobernar –el PND en el caso de Egipto y el Fatah en el caso de Palestina– fueron despreciados como apéndices corruptos del estado autoritario, lo cual además es cierto.

¿Cómo es que no hay partidos opositores más independientes, seculares y progresistas postulándose en estos lugares? Eso se debe a que los líderes árabes no les permiten florecer.
Prefieren que la única opción que tenga su pueblo sea entre partidos estatistas y extremistas religiosos, como para dar la impresión de que el estado autoritario es indispensable. Ayman Nour, independiente liberal en Egipto, postuló en contra del presidente Hosni Mubarak y fue encarcelado tan pronto las elecciones concluyeron. Gracias por jugar a la “Democracia”, ahora está en la cárcel.

No es así en todas partes. En el este de Asia, cuando los regímenes militares en Taiwan o Surcorea se desarticularon, ambos países avanzaron rápidamente hacia democracias civiles. ¿Por qué? Porque tenían vibrantes mercados libres, con centros de poder económico de carácter independiente, y nada de petróleo. Quienquiera que gobernase tenía que fomentar una sociedad que le otorgara poder a sus hombres y mujeres para recibir educación y fundar empresas que compitan en escala mundial, debido a que esa era la única forma en que podían prosperar.

En el mundo árabe-musulmán, sin embargo, los mulás dictadores en Irán y los dictadores seculares en otros países han sido capaces de sostenerse en el poder por mucho más tiempo, sin haberle dado más facultades a su gente, sin nunca permitir el surgimiento de partidos progresistas, ya que tenían petróleo o su equivalente: masiva ayuda del exterior.

De ahí la Regla de Hierro Número 2: La remoción de líderes autoritarios en el mundo árabe-musulmán, sea mediante revoluciones, invasiones o elecciones, es necesaria para el surgimiento de la democracia estable, pero no es suficiente. La única forma en que los nuevos dirigentes permitirán la llegada de verdaderos partidos políticos, instituciones, prensa libre, competitivos mercados libres y educación apropiada –en definitiva, una sociedad civil–, es si además reducimos el precio del petróleo y hacemos que una reforma interna sea el único medio para que estas sociedades se sostengan a sí mismas. La gente cambia cuando tiene que hacerlo, no cuando le decimos que lo haga.

Si se remueve a los dictadores y no se reduce el precio del petróleo se termina como Irán, con dictadores-mulás reemplazando a dictadores militares y usando la misma riqueza petrolera para mantener tranquilo a su pueblo y a sí mismos en el poder. Solo cuando el petróleo se reduzca a 20 dólares por barril, podrá producirse sin estancamientos la transición de Saddam a Jefferson en la “Tierra de Jomeini”.

En Oriente Medio, el petróleo y la democracia no se mezclan. No es ningún accidente que la primera y única democracia real del mundo árabe, el Líbano, nunca haya tenido una sola gota de petróleo.

NY Times (Estados Unidos)

 



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