En su octava visita a Europa, el presidente Obama pasa de largo del país mas estrechamente situado al otro lado del norte africano.
En su octava visita a Europa, el presidente Obama pasa de largo del país mas estrechamente situado al otro lado del norte africano, esta vez con destino a Irlanda, Reino Unido, Francia y Polonia. Es llamativo que a pesar de los serios problemas domésticos que atraviesa su país, Barack Obama quiera dedicar tanto tiempo a los europeos. Su política exterior empieza a parecerse a la de Bush padre por su enfoque realista e inteligente, aunque también incluye dosis de idealismo, por ejemplo en asuntos como Libia u Oriente Medio, donde ha hecho apuestas valientes. En el caso de la relación bilateral EE.UU.-España, la pelota está en nuestro tejado. Con la economía y la política exterior por los suelos, al próximo gobierno español le tocará emprender una labor nada fácil de reconstrucción y de recuperación. En este empeño será prioritario rehacer la confianza con la única superpotencia, aliada en tantos campos.
Hoy en día Washington dedica mucha atención a lo que pasa en nuestro país, pero las posibilidades de concertación están limitadas por los bandazos e improvisaciones con los que Zapatero aborda, que no gestiona, los asuntos económicos y los internacionales. Las retiradas de Irak y de Kosovo sin avisar, el cambio del marco jurídico de las renovables con efectos retroactivos, la desaparición política de España del tablero europeo y la conversión en una amenaza para la estabilidad de la moneda única, todos estos hitos han ido convenciendo a nuestro socio atlántico que de la relación privilegiada establecida por José María Aznar se ha pasado a algo bien distinto.
EE.UU. está acostumbrado a que la política exterior tenga mucho de política de Estado, justo lo contrario de lo que se ha practicado aquí en estos últimos años. Los socialistas han pasado del exorcismo a Bush a la idolatría de Obama, actitudes ambas igualmente inservibles para proyectar valores y defender intereses.