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04/02/2006 | Los nuevos apolíticos

Carmen Martínez Castro

Esta semana nos ha contado el CIS que el 60% de los jóvenes no están interesados por la política; les aburre soberanamente.

 

El «Estatut» les importa un pito y la unidad de España aún menos. Poco después un avispado director de informativos nos anunció que en sus telediarios habrá menos noticias políticas porque la gente está saturada. El empacho previsiblemente incluye la cosa del «Estatut», la depuración de Fungairiño, la matraca de las víctimas de ETA, el futuro de Maragall y sabe Dios cuántas politiquerías más. Atentos a tan elocuente demanda social quienes observamos con alarma el derrotero de la política española deberíamos callarnos para no aburrir a la sufrida audiencia; no hablemos de la crisis nacional; para crisis nos bastan la de ansiedad de Raquel Mosquera y la deportiva del Real Madrid. Hasta ahí llega el drama, ni paso más allá.

Estamos ante un curioso fenómeno. No hace tanto en España funcionaba el tópico de que los apolíticos eran de derechas, herederos directos del franquismo. No en vano se le atribuye al dictador la máxima de esta conducta: «Haga usted como yo, no se meta en política». No había libertad pero si uno no se metía en política se notaba menos. Treinta años después disfrutamos formalmente de un régimen democrático pero si nos metemos en política corremos el riesgo de caer en el peor de los pecados posibles: aburrir al personal. Es mucho más entretenido contar cómo llegó una ballena al Támesis y mucho más lucido un desfile de lencería que una rueda de prensa de Maragall.

La política aburre soberanamente frente a las llamadas cuestiones sociales: el tabaco, la violencia de los jóvenes, el hambre en el mundo, el sida, el cambio climático, etcétera. En ese concepto de «lo social» radica la perversión de los tiempos que vivimos: la trampa del buenismo que han teorizado magistralmente cuatro colaboradores de este periódico coordinados por Valentí Puig. La negación de la política. Todos estamos por la conservación de la naturaleza, todos sabemos que fumar es malo, a todos nos horrorizan los episodios de violencia juvenil. Todos queremos el bien pero discrepamos en los medios para conseguirlo: cómo erradicar el tabaco, cómo educar a los jóvenes o cómo diseñar un desarrollo sostenible. Ahí reside el debate político, legítimo y enriquecedor, pero últimamente dicen que tedioso.

Franco elogiaba sus 25 años de paz y ayer Otegi ante la Audiencia Nacional -ya sin Fungairiño- anunció una paz justa y duradera para el País Vasco. ¡Qué insólitos defensores de la paz! Uno mediante la dictadura y otro gracias al tiro en la nuca. Intuyo que esta última es una aburrida consideración política pero algunos recalcitrantes seguimos más preocupados por los medios que por los fines. Estamos muy mayores para volvernos, precisamente ahora, apolíticos.

ABC (España)

 



 
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