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05/02/2006 | Entre la libertad y el decoro

Pedro Buendía

Dicen que cuando, en 1961, el célebre economista John Kenneth Galbraith fue enviado a la India como embajador de Estados Unidos, tuvo muchos problemas al divulgarse que había puesto el nombre de Ahmed a un gato que tenía. El buen Galbraith ignoraba que ése es uno de los cuatro nombres del Profeta de los musulmanes (a saber, Muhammad, Ahmad, Mahmud y Mustafá), así que hubo de cambiar el nombre al gato, que en adelante se llamó diplomáticamente Gujarat.

 

Esta anécdota ilustra bien la exacerbada sensibilidad de los musulmanes por todo cuanto concierne al tratamiento y dignidad de su Profeta. Ahora, la publicación de unas caricaturas de Mahoma en el diario danés «Jyllands-Posten» ­ha provocado un monumental escándalo en varios países islámicos, con amenazas, quema de banderas nacionales y bloqueos comerciales incluidos.


Lo que para muchos europeos quizá tan sólo sean unas simples y más bien sosas caricaturas ha engendrado un torrente de protestas e indignación que, rodando como bola de nieve, nadie sabe cómo se va a detener. La sharía musulmana prohíbe la representación de criaturas dotadas de alma. Ello se basa en la consideración de que pintar una cosa implica de alguna manera «crearla», y ésta es una prerrogativa reservada exclusivamente a Alá.

Dicha idea se apoya vagamente en varias aleyas alcoránicas («Y os creamos, luego, os formamos», 7: 11, etc.), y sobre todo fue sancionada por diversidad de hadices donde el mismo Profeta afirma: «Aquellos que hacen imágenes serán castigados el Día del Juicio, pues se les dirá: “Da vida a lo que has creado”». En resumidas cuentas, pintores y escultores fueron considerados por la estricta ortodoxia islámica como «imitadores» de Alá, algo inadmisible en una religión celosamente monoteísta.

A partir del siglo XX, la pintura y la escultura se desarrollaron notablemente en muchos países islámicos y fueron aceptadas como expresiones artísticas comunes (los talibanes fueron una lamentable excepción); sin embargo, la vieja interdicción se mantiene férreamente en cuanto respecta a la representación de los profetas; y Mahoma, como el principal de ellos, es objeto de la más profunda veneración entre los musulmanes.

Su nombre no se debe pronunciar sin mostrar humildad y respeto, ni se debe imprimir en libros sin la jaculatoria de rigor «Alá lo bendiga y salve». A lo largo de la historia islámica, sólo excepcionalmente ha habido representaciones figurativas del Profeta, como por ejemplo sucede con las miniaturas de los llamados «mi’raj nameh» o libros de la Escala de Mahoma, obras persas y turcas que narran su viaje nocturno a Jerusalén y su ascensión a los cielos a lomos del mítico Buraq, un caballo alado con cabeza de león y pecho de rubí. En dichas miniaturas se le representa rodeado de una aureola de fuego celestial.

Sin embargo, pocas licencias más se conceden a estas representaciones. En la serie francesa de dibujos animados «Érase una vez el hombre», la expansión del islam ocupa un capítulo entero donde Mahoma es retratado continuamente de espaldas. La célebre película «The Message» (1976), del director sirio Moustapha Akkad, tiene a Mahoma por protagonista, pero éste no aparece en ningún momento, sino que su presencia se indica mediante un plano subjetivo continuo.

Del disgusto al victimismo. Así pues, hemos pasado en pocos días desde el comprensible disgusto que muchos creyentes puedan sentir por la representación inadecuada de sus creencias ­-un atentado contra el decoro- al victimismo agresivo que reclama de forma delirante disculpas de gobiernos, parlamentos y monarquías enteras, todo a golpe de amenazas, ultrajes no menos ofensivos a banderas nacionales y fusiles en ristre -un atentado contra la libertad.

No deja de ser lamentable que, en casi todos los países donde se protesta por las caricaturas, se publiquen a diario insultos y descalificaciones contra líderes políticos como Bush o Blair, amén de la difamación cotidiana contra los judíos o la abierta y lacerante opresión contra las minorías cristianas.
El periódico danés donde se publicaron las caricaturas ya ha pedido perdón -en primera página y en árabe- a quienes hayan podido sentirse molestos, y el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, ha instado a los musulmanes a aceptar dichas disculpas.

Los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido han mostrado, asimismo, su respeto por las creencias religiosas de todo el mundo. No estaría de más que el rey Abdalá II de Jordania y otros líderes árabes reputados como moderados arrimaran el hombro en lugar de echar más leña al fuego. A ver si las aguas de este río vuelven a su cauce.

La Razón (España)

 



 
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