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11/06/2011 | México - Narcotortura: Salvajismo primitivo

Rodrigo Vera

Llevada al paroxismo, la narcoviolencia que se expande por todo el país tiene un sello aterrador, el de la tortura como sistema, cuyas altísimas dosis de perversión dificultan los intentos por hallarle una explicación a este fenómeno, por comprenderlo de manera racional...

 

Especialistas consultados por Proceso coinciden en que los desollamientos, los desmembramientos, las decapitaciones buscan sobre todo sembrar el terror entre la población, enviar mensajes a los enemigos y eventualmente pulverizarlos en sus estructuras físicas, morales y de poder.

 

Los variados métodos de tortura aplicados por los cárteles mexicanos de la droga –que generalmente terminan en la ejecución de las víctimas– se realizan con instrumentos rudimentarios, lo que, según los especialistas, habla de un retorno al “salvajismo más primitivo y sanguinario”, extendido ya a todo el país.

La mutilación, el desollamiento, la lapidación o la decapitación son sólo algunos de estos procedimientos que se realizaban en distintas épocas y lugares. Hoy son retomados por el crimen organizado, y se han vuelto tan comunes que ya conforman una expresión más de la llamada cultura del narcotráfico.

La “innovación” de los cárteles mexicanos en ese terreno consiste en la mutilación de personas con vida que después son ejecutadas y cuyos miembros son dispersados en distintos lugares para evitar su identificación.

La historiadora Evelyn Valle Contreras, especialista en métodos e instrumentos de tortura, comenta a Proceso:

“Actualmente, México atraviesa por una etapa de salvajismo muy primitivo y sanguinario que se suponía superado. Y la prueba es la alarmante escalada de torturas que realizan los cárteles de la droga.”

–¿Éstos utilizan algún tipo específico de tortura que los caracterice?

–No, más bien recogen métodos que ya se han aplicado en otras épocas, pero son de los más rudimentarios y sangrientos. A los especialistas nos llama la atención que, con las ganancias multimillonarias que deja la droga, los cárteles utilicen instrumentos tan arcaicos como el mazo, el palo, el hacha o el cuchillo.

“En ocasiones incorporan la electricidad o los ácidos, que vinieron a suplir al aceite y al agua hirviendo. Pero, por lo general, sus métodos e instrumentos son muy arcaicos. Ahí está el ejemplo de los cadáveres encontrados en Tamaulipas, que fueron torturados y masacrados a mazazos.”

Coordinadora histórica de las exposiciones Instrumentos de tortura y pena capital –que lleva 15 años exhibiéndose en el Palacio de Minería– y Cárceles de la Inquisición, procesos y tormentos –montada en el antiguo Palacio de la Inquisición–, Valle agrega:

“La gran innovación que han hecho los cárteles mexicanos es aplicar la mutilación a una o varias personas, para luego matarlas y dispersar sus partes desmembradas en distintos sitios. Ya nos acostumbramos a escuchar que aparecieron cabezas en bolsas de plástico, brazos en un baldío o piernas desmembradas en alguna calle.

“Las llamadas ‘narcofosas’ también son un fenómeno novedoso. Antes, a los torturados y asesinados no se les solía enterrar en grupo de manera clandestina. Sí hubo casos, por supuesto, pero no eran generalizados ni los cadáveres quedaban desmembrados en esa forma tan burda. De ahí que los deudos no puedan juntar el cadáver íntegro de su familiar.”

–¿Y cuál es la intención de estos macabros rompecabezas?

–Sembrar el terror entre la población. La clave consiste en que ya ni siquiera se respeta al cadáver. En épocas pasadas los cuerpos de los torturados y asesinados eran entregados a sus familiares, incluso en tiempos de la Inquisición, cuando se respetaba al cadáver y se le daba importancia a la salvación del alma. Ahora no; el cadáver es anónimo, ni siquiera vale la pena identificarlo. Esa es la variante.

Paroxismo criminal

 

El criminólogo y sociólogo Daniel Cunjama, profesor-investigador del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe) y especialista en el tema, señala por su parte:

 

“Las llamadas narcotorturas –que incluyen la ejecución, pues es muy raro que un torturado salga vivo– se dan en un escenario desbocado, donde todos los límites han desaparecido. Estamos ante el derrumbe del edificio que nos configuraba como humanos y que tiene que ver con el altruismo, la piedad o la dignidad que inculcan las legislaciones humanistas o los preceptos religiosos.

“Basta citar la pena de muerte, prohibida por nuestra legislación y rechazada por la Iglesia con el ‘no matarás’. Sin embargo, la pena de muerte diariamente la aplica el crimen organizado. Las ejecuciones y los ajustes de cuentas se están convirtiendo en lo más común y normal en México. Es un fenómeno cotidiano que se ha incrementado muchísimo.”

En el estudio Decapitados y narcomensajes: el lenguaje del crimen, incluido en el libro Criminología reflexiva, coordinado por Cunjama, se dan cifras sobre este acelerado incremento de la tortura y de las ejecuciones, con base en estadísticas de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

De 2001 a 2005 había entre mil y mil 700 ejecutados al año. En 2006, la cifra llegó a 2 mil 221. En 2007 alcanzó 2 mil 712. Y en 2008 esta cifra casi se duplicó, alcanzando 5 mil 585 ejecuciones. La tendencia sigue en aumento.

Cunjama explica la razón:

“Vivimos un crecimiento del tormento-muerte que incluso supera la Ley del Talión del ojo por ojo, que es hacer padecer al otro un daño igual al que nos infligió. En la lucha entre los cárteles no funciona así. Es más bien: ‘Si tú le sacas un ojo a mi compañero, yo a ti te saco los dos y aparte te corto un brazo’. La respuesta es una tortura cada vez más atroz, una escalada de tormentos, decapitaciones y mutilaciones que no tiene fin.”

–¿Cuál es el objetivo de la tortura?

–Es un acto de venganza, o bien, un instrumento para sacar información al enemigo, en el contexto de la lucha por los mercados de la droga. Tiene también un objetivo secundario, lo que nosotros llamamos de “prevención general”, que es exhibir los cuerpos torturados para que sirvan de lección a los enemigos o atemoricen a la gente. Es como decir: “Vean, a mí no me tiembla la mano”.

“Toda tortura es cruel, provoca sufrimiento, resquebraja la autoestima, la dignidad y las resistencias axiológicas del torturado. Imagínese a cualquier narcotraficante con mucho dinero y un arma que le hace ejercer el poder, un poder que mata. Pero de pronto llega un grupo rival y lo desarma, lo desnuda y lo tortura de la manera más brutal, hasta matarlo. ¡Qué cambio tan radical! Entre ellos, la violencia es el camino para ganar poder… o para morir.”

–¿Cuál tortura es la más común entre el narco mexicano?

–La decapitación. Todos los cárteles la incorporaron a sus métodos de tortura y muerte; se ha generalizado muchísimo en México. No podemos decir que determinado cártel aplica tal o cual tortura que lo distinga. No, todos ejercitan tan variados tipos como su imaginación se los dicta, pues finalmente cualquier instrumento puede servir para torturar. Hay algunos grupos muy violentos, como Los Zetas o La Línea. Pero la decapitación es la práctica más común en todos ellos, es su sello característico.

Agrega el criminólogo que, de pronto, los cárteles mexicanos adoptan métodos de alguna organización criminal del extranjero.

“Esto sucedió con ‘la corbata colombiana’, que le copiaron a los narcotraficantes de Colombia. Esta tortura se aplica sobre todo a los soplones. Consiste en abrir verticalmente el cuello con un cuchillo, y por ahí sacarle la lengua a la víctima, de tal manera que le cuelgue como si fuera corbata”, explica Cunjama.

Este procedimiento fue muy utilizado por los sicarios de Amado Carrillo Fuentes. También se aplicó en el multihomicidio de la familia Narezo Loyola y sus dos empleadas domésticas, en la zona de Tlalpan de la Ciudad de México, un crimen causado por la supuesta disputa de un cargamento de 150 kilos de cocaína y 7 millones de pesos.

 Además, dice Cunjama, la tortura es un código cifrado mediante el cual los narcotraficantes se envían mensajes entre sí: 

“A los soplones se les corta o se les saca la lengua. A quien roba le cortan los dedos. A los testigos incómodos les sacan los ojos o les cortan las orejas. Detrás de cada tortura hay un mensaje. Todos son actos atroces que configuran una estética de lo grotesco, dentro de la cultura del narcotráfico”, apunta. 

Torturar, una especialidad

 

En sus decomisos al narcotráfico, el Ejército Mexicano suele encontrar instrumentos de tortura –como garlopas para desollar, sopletes para quemar, torniquetes, cuchillos para mutilar, etcétera–, que ya está separando de los otros objetos decomisados a fin de analizarlos, revelaron fuentes castrenses al portal de noticias Terra, en una nota publicada el 9 de mayo de 2010.
Según esta información, en 2009 se decomisaron más de 300 instrumentos de tortura: navajas, astillas, engrapadoras, sierras, embudos, martillos, mazos, pinzas, ácidos, bates, picahielos y hasta sal en grano para las heridas.

 

Y se detalla que, en un operativo militar realizado en el municipio de Camargo, Tamaulipas, el 13 de abril de 2010, se localizó una bodega de Los Zetas con “seis tablas de tortura”, en las que se colocaba a las víctimas para azotarlas o desgarrarles la piel.

Las fuentes castrenses señalaron que Los Zetas y los Beltrán Leyva son las organizaciones delictivas que más recurren a la tortura. Lo mismo que La Familia michoacana y La Línea, sólo que éstas añaden el tiro de gracia.

Y agrega Cunjama:

“Los instrumentos de tortura hallados en los decomisos son evidencias de que, en lo interno, las organizaciones criminales tienen una división del trabajo muy marcada, como cualquier empresa. Tienen personal dedicado exclusivamente a torturar y, digamos, un departamento o área de tortura.

“Así trabajen en un cártel, no todas las personas son capaces de dedicarse a esta actividad tan cruel. El torturador necesita tener un perfil muy especial. Un requisito indispensable es que debe carecer de todo sentimiento de culpa, para que así pueda sacarle los ojos a una persona o descuartizar a un niño. Esta característica es importantísima.”

El criminólogo menciona a Teodoro García, El Teo, y a Santiago Meza, El Pozolero, como algunos narcos capturados que confiesan haberse dedicado a estas actividades específicas.

“Desde el punto de vista académico, la figura de El Pozolero es muy controversial, pues su actividad era desaparecer cadáveres, lo mismo que hace un cremador en cualquier agencia funeraria. Es la misma función. Sólo que este hombre era un eslabón de una cadena criminal que opera fuera de la ley; por eso nos resulta tan monstruoso”, comenta Cunjama.

Capturado en 2009, El Pozolero trabajaba para el cártel de Tijuana. Su función era “cocinar” los cadáveres de los adversarios, metiéndolos en recipientes con ácido y sosa cáustica.

Mientras que a El Teo –detenido el año pasado y quien servía al mismo cártel– se le atribuyen más de 300 ejecuciones, precedidas por largas sesiones de tortura.

Un caso muy sonado es el de El Ponchis, un niño de 14 años del Cártel del Pacífico Sur que se dedicaba a torturar y asesinar. Por internet llegaron a circular fotografías suyas en las que aparecía degollando a sus víctimas o portando rifles de alto poder.

La historiadora Evelyn Valle insiste en que las prácticas sanguinarias de estos torturadores –los degüellos de El Ponchis y la desintegración con líquido que llevaba a cabo El Pozolero– son muy viejas.

“El narcotráfico está incorporando métodos ya utilizados anteriormente. Está repitiendo las mismas actividades para dar tormento y muerte. Sólo que ahora, por ejemplo, practica el degüello con instrumentos más simples”, dice.

La especialista deambula por los oscuros recintos de lo que fue el Palacio de la Inquisición. Eran las mazmorras donde se confinaba a los herejes en la época colonial. Hoy, ahí se exhibe Cárceles de la Inquisición; procesos y tormentos, una amplia muestra de los instrumentos de tortura utilizados por la Iglesia novohispana en ese mismo sitio: el cepo, el potro, el garrote, el péndulo, tenazas para quitar la piel, látigos, horquillas…

Valle se detiene ante una tosca silla de madera, cuyo respaldo es un asta con un collarín de acero, el cual se abre o se cierra al mover un torniquete. Explica al reportero:

“Este es el famoso ‘garrote’. El cuello de la víctima se metía al collarín que, al irse cerrando, ocasionaba la muerte. Una variante era ‘La catalana’, en la que del collarín salía poco a poco una punta metálica que provocaba el degüello.

“Se censura mucho a las sociedades de entonces por recurrir a estas crueldades. Pero en la actualidad estamos repitiendo sus mismos métodos e incorporando otros nuevos. El narcotráfico volvió a sacar nuestro lado salvaje.”

Indica que la vieja práctica de la lapidación se manifiesta hoy con los llamados “entambados en cemento”; consiste en meter a la víctima –colocada de pie– en un tambo, para luego rellenarlo con cemento fresco que, al petrificarse, inmoviliza totalmente al torturado hasta provocarle la muerte por sed o inanición.

 

Prácticas inefables

 

En noviembre de 2007, en una playa cercana a Acapulco, Playa Olvidada, la policía guerrerense y la Armada de México encontraron los cadáveres de dos entambados en cemento, una práctica que se ha extendido a otros puntos del país.

A los tambos también se acostumbra llenarlos de agua y meter en ellos a las víctimas, provocándoles la muerte por ahogo. “Son las muertes con agua, que han sido muy comunes y variadas, ya que pueden practicarse con muchos instrumentos, como embudos puestos en la boca de los torturados”, indica Valle. 

Y precisa que el desollamiento de personas vivas es otra vieja tortura que, en México, resurge con toda su crueldad. En enero de 2010, por ejemplo, ocurrió un caso macabro; con el rostro desollado de una víctima se cubrió un balón de fútbol: era una esférica y siniestra máscara de piel humana que podía rodar. 

Uno de los desollamientos más recientes se perpetró en abril pasado, en Tepic, Nayarit; recargado en los barrotes de un puente se encontró el cadáver de un despellejado al que le cortaron las manos.

Valle y Cunjama coinciden en que hasta el momento no se han detectado prácticas de canibalismo entre los cárteles, que representarían un retorno más radical al México bárbaro.

“El caso más reciente que se acerca al canibalismo es el de El Caníbal de la Guerrero. Pero fue un caso aislado y muy al margen del narcotráfico. Por su parte, El Pozolero provocó que nuestro humor negro jugueteara con la antropofagia. Pero él realmente no hacía pozole para comer. ¡Vaya! ni siquiera era pozole”, comenta Cunjama.

–¿Esta violencia es un resabio proveniente de los sacrificios humanos del pasado prehispánico?

–¡No! Aquellas torturas y sacrificios tenían una finalidad muy distinta; se ofrecían a los dioses. De entonces a la fecha se interpone un periodo de cinco siglos de civilización occidental y católica. ¡Nada qué ver! 

Cunjama indica que, a través de las narcomantas y el internet, el crimen organizado está difundiendo sus métodos de tortura:

“Es una violencia muy visible y novedosa, que además están reproduciendo y explotando los medios de comunicación, porque se dieron cuenta del atractivo morboso que despiertan los cuerpos destazados y mutilados… La tortura se convirtió en un redituable bien de consumo.”

–¿Qué utilidad tiene investigar los métodos de tortura del narcotráfico?

–Saber frente a qué estamos, conocer cómo se está dando este extendido fenómeno criminal. Después le damos una explicación. Con base en nuestras investigaciones, a la parte política le tocará frenar esta imparable ola de violencia que está sacudiendo a nuestro sistema moral, social y psicológico. Todos nuestros valores se están viniendo abajo, ¡todos!

 

Proceso (Mexico)

 


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