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21/06/2011 | México - Penales de Nuevo León, reflejo de una guerra

Milenio Staff

El penal del Topo Chico y el Cereso de Apodaca están en manos de Los Zetas, quienes se enfrentan ahí con el cártel del Golfo; la batalla incluye una larga lista de muertos e involucra a internos, celadores, jefes de seguridad y policías.

 

“Qué hongo o qué, vato. Aquí ando wey, donde mismo, en el penal, jaja. Pura conexión de La Compañía, ese, ¿o qué te crees?” (sic), escribe Mario, El ojos, con tanta impunidad que perturba. Muy lejos de allí, en el municipio de Santa Catarina, Adrián lee sus palabras y sonríe recordando la acostumbrada prepotencia de su amigo. “Le gusta demostrar que conoce gente y ahora se siente intocable con la protección de Los Zetas”, explica el joven. Apenas son las tres y la tierra vuela por toda la colonia como en el lejano Oeste. Con unalaptop apoyada en un suelo que parece cementerio de caguamas, la charla virtual que presencia M Semanal demuestra el poder intacto que las organizaciones delictivas mantienen en los reclusorios de Nuevo León.

—¡El punto está caliente, wey!

—¿Qué pasó?

—Se están echando a todos los Golfos. Hay mucho halconcito suelto por aquí y siempre tenemos que ponerlos en su lugar.

—¿En su lugar? ¿Cómo?

—Ahora tenemos a uno amarrado y dándole tablazos para que se aliviane y entienda que no hay otra opción que nosotros. O se aplaca o se chinga.

—¿Y la raza?

—Aquí todos nos conocemos y sabemos quién está con cada bando. Desde que llegas se supone que debes respetar el pabellón que te asignan, pero eso tampoco aplica mucho. Aquí la ley es nuestra, wey. Si queremos cambiarnos de ambulatorio lo hacemos y nadie nos detiene. Celadores y guardias son parte de lo mismo.

—Ah, chinga, ¿y las clicas?

—Olvídate de eso. Aquí en Nuevo León los cárteles deciden qué pedo y cómo se hacen las cosas. Igual que en nuestra colonia, las pandillitas se juntaron con los más pesados porque hay más lana y se sienten más chingonas.

Sigue la conversación y cada frase de Mario decanta mil preguntas. ¿Tanto poder pueden tener? ¿Por qué las autoridades permiten tanta anarquía?.

LA POLICÍA, DENTRO DE LA NÓMINA

“Mario vendía soda (cocaína) en la colonia y tantos años con esa chamba lo terminó por joder. Siempre había trabajado solo pero después Los Zetas lo reclutaron. Y no tuvo otra opción, era eso o aguantarse que lo “levantaran”, lo madrearan o que le pegasen un tiro en la chompa”, explica Adrián, y agrega: “Duró un año vendiéndoles un chingo de droga en bolsitas. ¿Cuánto? Como 30 bolas de promedio según la época. Una lanota que era puro pedo porque Mario ganaba apenas 10 mil al mes como empleado dentro de la nómina de La Compañía”.

Adrián prende un cigarro y sigue detallando el mundo del narcomenudeo local. “Trabajando en la calle aprendes a relacionarte con lo más corrupto de la ciudad. Mario trabajaba cubierto por una red de informantes que Los Zetas desparramaban por todos lados. Les pagan unos pesos, un par de bolsas de ‘piedra’ (residuo de coca) y un radio Nextel para que avisaran sobre cualquier cosa sospechosa. Y están donde sea, la mayoría son taxistas o taqueros con puestos en las esquinas estratégicas de Monterrey. Así, cuando pasan las granaderas del Ejército lo primero que hacen es repartir la alerta para todos lados y mueven las tienditas en chinga. La policía en su mayoría está dentro de la nómina. Hay tarifas según el escalafón o rubro porque no es lo mismo un tránsito que un estatal. Y eso lo vemos muy bien este año con todos los muertos que se están echando los del Golfo por el reacomodo de la plaza. Queda claro que los polis estaban más corruptos de lo pensado. ¿O qué piensas? ¿Que los matan por su chamba? Honestos quedan pocos”.

La coyuntura descrita por Adrián tiene su continuación natural en la realidad que desangra a los penales de Nuevo León. Cárteles de la droga con una guerra declarada y autoridades incapaces de responder conforman un panorama que todos los días se reproduce en decenas de titulares amarillistas en la prensa regiomontana: colgados, encobijados, descuartizados y quemados. Hombres o mujeres. Celadores, presos o policías. La novia de uno y la hermana del otro. Todo sirve en la lucha de poder donde la retórica del narcomensaje transpira tanta crueldad que los episodios lindan en lo bizarro.

El 2011 comenzó con granadas de fragmentación explotando dentro del penal del Topo Chico. Fue el seis, el 11 y luego el 24 de enero cuando los ataques despertaron las primeras señales de alerta sobre lo que vendría. “Asesinaron y mutilaron a Francisco Martínez Ramírez, jefe de seguridad del Topo Chico”, titulaban el cinco de febrero los medios para anunciar el hallazgo de su cuerpo dentro de una bolsa de plástico en las cercanías de la cárcel. Era el tercer agente penitenciario fallecido en los últimos meses por la violenta lucha que Los Zetas y los del Golfo libraban puertas adentro. Igual de llamativa fue la ejecución de la secuestradora y novia de un conocido narco en diciembre pasado: luego de vivir privilegiada y protegida dentro del penal, el “arreglo” para que trasladaran a Gabriela Muñiz, alias La Pelirroja, hacia otra dependencia finalizó con un comando armado interceptando el vehículo y colgando a la mujer de un puente peatonal sobre una transitada avenida.

INCENDIO INCREÍBLE

Como el penal del Topo Chico, el Cereso de Apodaca también marca la agenda de 2011. Varios reos fallecidos en los primeros meses calificaron para el rubro de “suicidio”, una marca registrada para cualquier desenlace no natural dentro de los penales. “Mi hijo fue drogado y luego lo ahorcaron en su celda”, denunció una madre tiempo atrás. “Estaba relacionado con Los Zetas dentro del Topo Chico, y luego de ser acusado por sus compañeros fue trasladado y asesinado en Apodaca”, publicaría en una página web.

Esa lucha de poderes tuvo su peor capítulo el 20 de mayo pasado, cuando 14 reclusos perdieron la vida en un incendio tan confuso como increíble. La primera versión indicó que en plena madrugada de viernes, varias decenas de reos que dormían en el pabellón de psiquiatría fueron sorprendidos por un fuego voraz. Las puertas bajo llave los habrían privado del escape y de sus vidas. Tiempo después, en palabras de funcionarios del gobierno estatal, las investigaciones determinaron que fueron asesinados por otros reos bajo las órdenes de una organización rival: en un ambiente tan controlado como lo debe ser una cárcel, hubo una movilización en plena noche de un gran número de agresores (Zetas) para atacar con éxito a 14 reos (cártel del Golfo) considerados de máxima peligrosidad y con cargos federales. Nadie los detuvo. “Estas personas fueron victimadas y posteriormente calcinadas; hubo riña, agresión, fue algo premeditado y es por eso que ya tenemos a estas personas identificadas para poder extender la averiguación y concluir de una forma más contundente en los hechos que ahí se presentan”, declaró Jorge Domene, vocero de seguridad estatal, a MILENIO Monterrey el 23 de mayo.

La primera consecuencia fue la doble renuncia de los directores de los penales de Cadereyta y Apodaca. Luego de comparecer en las oficinas de la Agencia Estatal de Investigaciones (AEI) dejaron sus cargos bajo graves sospechas, y la sociedad regiomontana demostró más resquemor que felicidad por la medida adoptada. Como muestra de que aquel incendio todavía deja heridas abiertas, hace menos de un mes fueron asesinados dos celadores que salían del Metro rumbo al penal de Apodaca. El mensaje dejado por los sicarios evidenció que el ajuste de cuentas contra los guardias de seguridad que favorecieron por acción u omisión al otro cártel apenas comienza.

VIRGENCITAS Y TELÉFONOS

La charla por chat con Mario se percibe interesante pero incompleta. Las imágenes de las prisiones son así, y la sociedad vive acostumbrada a pensar en ellas como edificios llenos de hombres que purgan condenas, bestias que no merecen siquiera atención, delincuentes que le hicieron mal a la comunidad. Todo lo que allí ocurre parece ser visto de reojo, con ánimo de olvido; una dimensión que México construyó para olvidarse de sus peores males y que la actualidad del narcotráfico reconfigura diariamente. Pero, ¿cómo se vive realmente en una cárcel? ¿A qué huele? ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de mito en los reclusorios de Nuevo León?

Son las 11 y varias mujeres caminan desde el área de revisión hasta la zona de visita. Todas llevan a sus niños de la mano y parecen conocerse desde hace tiempo. Sin llegar a los 30 años, conversaron por primera vez hace ocho meses cuando esperaban las visitas dominicales que anteriormente se otorgaban en el penal de Apodaca. Luego de una requisa que muchas veces se torna molesta, una guardia les marca la muñeca con tinta sensible a la luz ultravioleta y luego las escolta con sus esposos.

Adentro el ambiente es tan tranquilo que asombra: el aire huele a tacos y milanesas, se venden cuadros de la Virgen e infinidad de baratijas para la vida tras las rejas. Un patio interior con mesas y sillas de cemento es el área común donde las familias se reúnen por tiempos limitados. Están los que lloran y los que viven abrazados, los que conversan y caminan en círculos. Cruzando una puerta, el patio exterior es una inmensidad de palapas y de pastos descuidados donde el vallenato se mezcla con los salmos de los pastores evangelistas: “Llegaron un día y pusieron su techito, sus bocinas, y quien quiera puede sentarse a escucharlos. Cuando estaba en la calle me hubiese parecido una estupidez, pero aquí… no sé, cada cual busca escapar de estas paredes como puede, ¿no?”, explica David, con título universitario y cuatro años de condena por robo cuando la droga lo consumía. “Para que te aprueben las visitas necesitas buen comportamiento o buenos contactos, jaja. Y más si quieres pasarte toda la tarde con tu mujer para tener sexo”, explica, mientras señala a varias parejas de corta edad.

Como otros presos que avanzaron en su condena, David pasó del penal del Topo Chico a Apodaca en los últimos meses y las diferencias que siente son notables. “Los dos penales están controlados por Los Zetas, pero el del Topo Chico tiene un ambiente más complicado. No puedo decirte bien por qué, aunque la sobrepoblación influye”, y agrega: “Cuando entras, lo primero que debes hacer es aislarte de los malandros”.

Según David, la situación dentro del penal es una extensión de la calle y viceversa. Cada cártel tiene su grupo que se diferencia por zonas restringidas para los otros. “Un ejemplo lo vemos en las visitas. Hay morros que reciben gente sin límite de tiempo porque llegan recomendados por policías de las comisarías de las colonias. Los agentes corruptos de las seccionales, que suelen tener tratos con las pandillas en la calle, son quienes otorgan los beneficios para el ingreso al penal. Una vez dentro, también entra en juego el cártel que domine; en este caso son Los Zetas los que marcan el terreno porque tienen más fuerza operativa en las colonias. Es así de neta, porque aunque el Golfo tiene una capacidad de fuego mayor y más experiencia, La Compañía se alimenta de puro huerco al que le vale madre el mundo”.

En Apodaca hay cuatro edificios independientes pero conectados por un camino cercado con alambre de púas. Alfa, Bravo, Coca y Delta son los nombres para los ambulatorios que aumentan su seguridad con cada letra. “Acá, el problema es que nos están mezclando a todos y los narcos ganaron poder porque hay demasiados chavos por delitos federales que debieran estar en otro lado”, explica Saúl, mientras camina fuera del Alfa y marca dos cabinas telefónicas. “Tú puedes llamar cuando quieras pero debes anotarte en una lista y si no tienes dinero te dan crédito. Antes se usaba mucho lo de la tarjeta de teléfono, pero ahora hasta te rentan celulares y te tienen amarrado por cualquier deuda mínima”, prosigue Saúl, quien cumple 15 años por asesinato. “Todo lo que creas improvisado o casual en un penal nunca lo es. Los de lentes oscuros son guaruras o halcones para alguno de los grupos. Tienen autorización para golpear al que sea y nadie puede meterse sin terminar amarrado y ‘tableado’. Están los encargados de las comunicaciones y de internet, los que llevan la laptop y los que a diario llaman al exterior por Nextel o celulares”, piensa, y añade: “Los jefes tienen armas y hasta su propia cocina, con celdas acondicionadas y todas las comodidades que muchos afuera quisieran tener”.

Son los celadores quienes fungen de conectores entre los dos mundos: afuera y adentro. Ellos permiten ingresar mercancías y moldear un sistema de impunidad que unifica la problemática en Nuevo León. “Están en medio de algo que los excede, por eso ahora son como fusibles que se van desechando. El que trabaja como celador en un penal controlado por Zetas está admitiendo su complicidad porque o renuncia o queda expuesto a un ataque de los sicarios del Golfo”. Y concluye Saúl: “Las reglas de esta lucha son muy claras: si estás con alguno de los bandos prepárate para morir. Si no, mejor hazte a un lado y vete, porque los ‘culos’ no van a la guerra”.

Policías detenidos por la muerte de escoltas del gobernador de Nuevo León

Un total de 26 elementos policiacos del municipio de General Zuazua, Nuevo León, fueron detenidos el pasado jueves 16 por la Agencia Estatal de Investigaciones por su presunta relación con la ejecución y desmembramiento de los escoltas del gobernador del estado, Rodrigo Medina de la Cruz, cuyos cuerpos fueron hallados cerca del mercado de abastos de Guadalupe la mañana del miércoles 15.

Elementos de la Séptima Zona Militar, así como de la Policía Ministerial, fueron quienes efectuaron el operativo al momento del cambio de turno de las siete de la mañana de ese jueves. Oficiales entrantes y salientes fueron concentrados en el patio de la Secretaría de Seguridad Pública y Vialidad

de Zuazua para realizar el rol de labores y ahí fueron detenidos. Momentos más tarde los 26 preventivos, entre ellos tres mujeres, fueron trasladados al edificio de la Policía Ministerial, ubicado en la Avenida Gonzalitos, en Monterrey. Pedro Muñoz Zamarrón, titular de dicha Secretaría, indicó que él se enteró de los hechos al arribar al inmueble, desconociendo el motivo del operativo y traslado de los oficiales, y explicó que a causa de dichas acciones la localidad, situada a 30 kilómetros al norte de Monterrey, se quedó sin servicio de vigilancia. Por tal motivo, informó que envió oficios al gobierno del estado solicitando el apoyo de fuerzas policiacas para brindar seguridad a los habitantes. 

*Redacción M Semanal 

Milenio (Mexico)

 


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