TANTO como Libia, Túnez cuenta para España. Y cuenta para la Unión Europea tanto como Egipto, dirigido hoy por el Consejo militar que preside el general Tantaoui. La aportación española —cuatro cazabombarderos F-18, un avión nodriza, otro de reconocimiento y una fragata F-100— cuesta 14 millones de euros semanales. El dispositivo francés es de 86 millones, más o menos como el británico. No es cierto que las reservas presupuestarias de los tres países se estén agotando: nos lo confirmaba el martes, en París, un responsable próximo a Alain Juppé. Estados Unidos está presente con un portaaviones y un grupo de combate, sin emprender ataques desde hace un mes. Los arsenales europeos son agotables, los de Estados Unidos parecen inagotables.

El lunes 20, las dos ministras, Asuntos Exteriores y Defensa, expusieron en el Congreso los planes de España. Trinidad Jiménez explicó cómo, después de las reuniones de Doha y Roma, el grupo de contacto de los aliados acudía el 9 de junio a Abu Dhabi. Allí insistió en la resolución de Naciones Unidas: defender a una población indefensa. Además de reforzar el proyecto del Consejo nacional en Bengasi: redactar una Constitución. ¿No habría más? Es difícil que los apoyos a Cruz Roja expliquen la presencia de 40 estados en el Golfo Pérsico.

Desde Rabat al Sinaí, Túnez es hoy la clave del norte de África. Independiente desde 1956, Túnez tuvo la suerte de contar con Habib Burguiba, un jurista formado en París, a quien Francia aceptó como primer jefe de Estado. Con él, fue clave el partido Destour. Treinta años después, su ministro del Interior, el general Ben Ali, le depuso en un golpe no sangriento. La sociedad tunecina, siempre recelosa del poder político, ha sido durante 50 años un ejemplo a seguir para el norte de África. Mientras Egipto y Argelia avanzaban de dictador en dictador y Libia se instalaba en el gadafismo, dos esperanzas progresaban en el Mediterráneo sur, una no confirmada, Marruecos, otra sí, Túnez. El autoritarismo de Burguiba apenas hizo víctimas y fomentó la defensa de la pequeña propiedad agrícola, de la clase empresarial y de verdaderos cuerpos de la administración del Estado. Ese esquema fue más o menos respetado por Ben Ali, tan distinto a Burguiba, no solo en la corrupción. Ahora la Unión Europea debe emitir señales. Desde marzo, Túnez ha recibido 500.000 refugiados de Libia: 200.000 permanecen en suelo tunecino. La situación económica se ha degradado. El crecimiento real, del 5 por cien en 2000-2009, ha caído en picado. La renta per cápita, PPP, llegaba a 9.400 dólares, con un 3 por cien bajo el límite de pobreza. Pero en 2010 las reservas exteriores eran de 140 días y hoy son de 117: el límite no puede llegar a 90, a partir de ahí la situación es ingobernable. Desde el sur, los mineros de fosfatos protestan contra el norte gastador. El país, casi 11 millones de habitantes, tiene desde febrero a un nuevo primer ministro, el respetado Beyi Said Essebsi, antiguo colaborador de Burguiba, atrapado a los 84 años por estas cifras. El apoyo de la Unión a Túnez nada tiene que ver, lo sabemos, con el de Grecia. Pero la UE debe cumplir lo pactado el 27 de mayo en Deauville, en la reunión del G8, sobre ayudas al norte de África.