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01/07/2011 | México - Juárez: Tiendas cerradas, ollas vacías

Marcela Turati

En los últimos dos años, en Ciudad Juárez han tenido que cerrar casi 6 mil tiendas, de las 7 mil que se hallaban registradas. El motivo: el aumento de robos, secuestros y extorsiones. Ahora los habitantes de colonias periféricas tienen que hacer grandes recorridos para comprar abarrotes, pan o medicinas… cuando tienen dinero. Porque igualmente crece el número de desempleados… Y para dar de comer a sus hijos al menos una vez al día, la gente sin trabajo se acoge a la solidaridad de familiares, vecinos u organizaciones civiles, o de plano hurga en la basura…

 

Las casas de la colonia Mariano Escobedo están habitadas, pero las tiendas de abarrotes, estéticas, panaderías, ferreterías o farmacias se encuentran en quiebra. Toda persona que desee comprar leche o una bolsa de pan tiene que salir de esta zona hasta hallar una tienda de autoservicio o un centro comercial.
La pulverización de la economía barrial por causa de los robos, las extorsiones y el desempleo no son exclusivos de esta colonia ni del deprimido sector poniente de la ciudad. En esta frontera, en dos años 5 mil 900 tiendas de barrio –de un total de 7 mil– se vieron forzadas a cerrar.


Ese es uno de los saldos de la violencia que azota a la ciudad desde 2008, y no es cosa menor: los cierres de las tiendas de abarrotes golpean directamente la nutrición de niños y ancianos. Ellos son las primeras víctimas, aunque en los barrios populares todos padecen sus efectos.


“Toda la semana los niños pedían fiado en la tiendita de la esquina y el tendero anotaba sus deudas. Los viernes que las mamás recibían el cheque de las maquilas pasaban a pagar. Pero ahora las tiendas están cerradas y los niños y las mamás no tienen ese soporte, la están pasando mal”, advierte Catalina Castillo, directora de la Organización Popular Independiente.


Los reportes de la Mesa de la Infancia, que aglutina a organizaciones con trabajo de base en toda la ciudad, arrojan el mismo diagnóstico: Los lunes llegan los infantes hambrientos a las guarderías porque no comieron en casa el fin de semana; niños de primaria se desmayan en el salón, o en la tarde, solos, no pueden calmar el hambre; comedores populares de grupos religiosos no se dan abasto; familias comen una vez al día o echan mano de alimentos de animales para engañar la tripa.


“En las escuelas públicas, maestros y maestras dan cuenta de que llegan pequeños con hambre, situación que hace 10 años no se daba. Ahora están viendo que a los niños les sale sangre, manchas blancas en la piel, se desvanecen en los honores a la bandera, más cuando la temperatura es alta”, señala José Luis Flores, exdirector ejecutivo del Consejo Ciudadano por el Desarrollo Social.


Otros damnificados son los adultos mayores. “Los viejitos, con las tiendas cerradas, no tienen la posibilidad de antes de que alguien les lleve lo básico. Muchas veces sus hijos se fueron a vivir a El Paso (Texas), y ya no vienen ni siquiera en Navidad. Para ellos ha sido terrible”, manifiesta Lourdes Almada, socióloga integrante de la Mesa de la Infancia y responsable del programa Hazlo por Juárez.


Es difícil imaginar que exista hambre en esta próspera ciudad norteña que antes del cataclismo de la violencia era la quinta más importante del país. Era la capital nacional del empleo que desde los años 70 atraía a migrantes de todo el país y los alimentaba. Era la ciudad de la fiesta permanente, preferida por estadunidenses, donde casi nadie dormía: negocios y maquiladoras estaban abiertos las 24 horas.Pero la guerra, estacionada desde 2008 en esta frontera, pulverizó la economía de barrio. Ahora el círculo vicioso inseguridad-desempleo-hambre-inseguridad hace mella.

“Estamos en una pobreza nunca vista en la ciudad”, diagnostica Flores, quien fue pionero en las cuestiones sociales de la ciudad.


Aunque van a la baja los asesinatos que ubican a Juárez como “la ciudad más violenta del mundo”, actualmente hay más robos, secuestros y extorsiones, según líderes sociales.

“La extorsión al menudeo está más acentuada en las colonias populares: chavitos jóvenes, de 14 o 15 años, están pidiendo cuota a las viviendas, de 20 a 30 pesos por semana. Lo detectamos en las colonias 16 de Septiembre, 1 de Septiembre, Guadalajara Izquierdo, La Fronteriza. Algunos que ni siquiera tenían tienda pero vendían pan o leche lo dejaron de hacer por miedo a ‘la cuota’, para no tener problemas. Por eso quebró la economía de barrio”, dice la arquitecta Abigail García, coordinadora de Planes y Programas del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP).


Esta mujer, que tiene el pulso de la ciudad, informa que entre 2008 y 2010 se perdieron 80 mil empleos, y que ese desempleo y la inseguridad dieron un nuevo rostro a la ciudad. Los encuestadores a su cargo han detectado que la gente come una vez al día, y por reportes de la prensa sabe que algunos se alimentan con comida para animales.


“En trabajo de campo hemos percibido que la población tiene menos dinero para comer, están restringiendo comida y los niños están dejando de ir a la escuela por el gasto que implica”, señala a Proceso.


La joven psicóloga social Tania Reyes, quien dirige uno de los equipos de encuestadores, se dice sorprendida porque desde 2008 ha notado el deterioro de la ciudad y recientemente ha encontrado gente hurgando en la basura.

“Más personas se dedican a juntar fierro o cualquier metal porque ya tienen un año desempleadas. En unos lugares hemos visto quema de cobre. En algunas colonias ves basura y gente ‘colgada’ de la luz y robando el agua, ves a los niños pepenando juguetes. Pensé que eso sólo era en las películas. Hemos observado que ponen su olla de frijoles sobre leña para no gastar gas o que no han comido en todo el día, y los niños y adultos mayores se ven flaquitos. Si mucho, comen una tortilla, a veces”, dice.


Reyes lamenta que programas de becas y subsidios no alcanzan para todos, y algunos, como Oportunidades, generalmente excluyen a quienes tienen un carro o una lavadora, que son utensilios comunes y baratos en una ciudad fronteriza.


Como en toda guerra, en esta también hay negocios beneficiados: las cadenas comerciales y tiendas de conveniencia.

“Las tiendas que se están llevando las ganancias son los monopolios: Smart, Soriana, Xtra, Alsuper, Del Río o los Oxxo, y los demás no sobreviven”, comenta la socióloga Castillo.


“Antes había muchas tienditas caseras con las que la gente tenía un ingreso parcial, pero las tiendas de conveniencia, masivas, tipo Oxxo, han suplantado al mercado barrial, y con la crisis económica, la falta de empleo y la inseguridad se ha restringido el autoempleo con el que las familias complementaban el gasto”, comenta desde el IMIP la arquitecta García.

Hambre, inseguridad…

Los niños hacen fila para recoger los guisados que les sirven en el comedor Niños de Jesús, de la Parroquia San Vicente de Paul, en la periférica colonia Díaz Ordaz. El padre Omar Alejandro Gutiérrez García ha sorteado dificultades para alimentar a 200 infantes todos los días: “Nos ha afectado la cuestión de que muchos bienhechores dejaron la ciudad y ya no vienen a Juárez. Han desaparecido por su seguridad, o por sus propios gastos han bajado la despensa que nos proporcionaban. Esto nos ha llevado a buscar bienhechores nuevos, y son muchos más los que dan pocas cantidades”.

Algunas familias de desempleados del barrio llevan hasta cinco de sus hijos a desayunar y comer; él lo ha notado desde que las maquilas comenzaron a cerrar o a firmar convenios con los obreros, conforme a los cuales sólo trabajan algunos días de la semana y les pagan la mitad.


El hambre es el fósforo de la inseguridad. En la ciudad se registra una racha de secuestros y autosecuestros, extorsiones casa por casa y robos a casas o negocios. En la lógica del ciclo siniestro, algunas personas desesperadas por la falta de ingreso roban a otras.


Ni siquiera el desempleado a punto de la indigencia Salvador Brito Guerrero se ha salvado, aunque vive en la colonia Granjas Unidas, que fue edificada junto a una marranera y es una de las más miserables de la ciudad.


“Somos casi 200 familias sin trabajo, de aquí y de (la colonia) Los Aztecas. Lo único en lo que trabajamos es recolectando en las calles, y está duro, hay mucho desempleo y la basura no es de calidad. Juntamos nomás lo más básico cuando se puede, pero con la inseguridad está duro, no puede dejar nada afuera, todo se lo roban”, dice mientras expurga cables y fierros en el patio de su casa, buscando desechos que pudieran ser valiosos. A su lado se dedican a la misma tarea su esposa, un cuñado y su concuña embarazada.


“La otra vez llegamos y no encontramos ni refri ni estufa ni tele, todo se lo llevaron. Orita también el refri que nos habían prestado y el sartén eléctrico se lo llevaron”, lamenta este padre de tres hijos que, como sus vecinos, fue despedido por el ayuntamiento como recolector de basura.


En otro punto de la ciudad, en la colonia Mariano Escobedo, la señora Julieta Cristina Núñez García, de 28 años y madre de ocho, describe los trucos con los que intenta engañar al hambre desde que su esposo fue despedido en uno de los recortes de la maquiladora donde laboraba.


“A veces almorzamos hasta las 11 y luego comemos a las cuatro, y ya no volvemos a comer más”, refiere en la casa de su madre, donde está de paso para ver si hay frijoles o sopa que alcance para su prole.


Su hijo Carlos Eduardo, de nueve años, consiguió que lo aceptaran como barrendero en una panadería donde le regalan pan dulce. “Con eso la pasamos”. El otro no va a la secundaria, el dinero no alcanza para ese lujo.

Emergencia social

Los lazos de parentesco y comunitarios mantienen a las familias desempleadas a flote. Irma Lezama es una de las vecinas que, de vez en cuando, les comparte despensa.

Mientras recorre su barrio para dirigirse al comedor del padre Omar va mostrando las tiendas que permanecen cerradas al mediodía.


Abarrotes y Panadería San Luis muestra un triplay en lo que era la ventana, la fachada pintada de blanco y la puerta cerrada. Abarrotes Ivonne también cerró. Una ferretería de la que borraron el nombre de la fachada tiene ventanas y una puerta que impiden asomarse al interior. Licores La Pena exhibe rejas gruesas cerradas con candados. Ya abandonados están lo que fue la Panadería Dulce, el Video-Club Solares y Charlie’s Hair Salon. La iglesia Bethania presenta gruesas cadenas en la puerta.


El único tendero del barrio que mantiene el negocio cuenta, a través de la ventanita del local que tuvo que enrejar después de dos asaltos a mano armada, que los viernes de pago hasta los ‘cholos (pandilleros) con la pinta más ruda’ son asaltados al bajarse de los autobuses que los regresan a casa de las maquiladoras. “Sus mamás tienen que esperarlos en la avenida a la 1:00 de la mañana para escoltarlos”, refiere el hombre que pide el anonimato por miedo.


La señora Lezama alterna: “Si siguen de pie tres tiendas son muchas. Ahora te lo traes del centro o compras temprano, porque a las 7:00 no hay ni un alma. Ya ni farmacias abiertas hay. Si los niños tienen ganas de comprar algo, no hay dónde, y los adultos mayores que dejaron de recibir las despensas del municipio tienen que caminar más para adquirir artículos de primera necesidad o esperar a que alguien les haga la caridad de llevárselos. Y si a la familia le mataron un hijo, no salen; otras se han ido adonde sea”, cuenta preocupada.


El treintañero Manuel Guillermo Heredia Vega mata el tiempo afuera de lo que era una tienda de abarrotes mientras mira pasar los camiones ruteros. Es padre de cuatro y está desempleado. A las 5:00 de la mañana hizo fila a las puertas de una maquila con otros 60 desempleados para ver si contrataban a alguno. Aunque tiene reconocimientos del ayuntamiento y de sus empleos anteriores por no haber faltado nunca, no le han servido de nada.


“La situación ’tá muy triste. Desde noviembre me liquidaron de mi empresa, y he buscado tanto que la señora de la papelería se conmovió, me regaló un bloc de solicitudes, y he dejado en muchos lados: de chofer, maquila, carnicería, tiendas, refacciones, mesero, donde se pueda imaginar.”


Mientras camina hacia el comedor del padre Omar expresa: “No tenemos la luz, nos la cortaron, nos la estamos robando. Los niños sí están yendo a la escuela; hablé con el director y le pedí que me haga el paro para llevar la mitad de las cooperaciones. En comida, como vaya saliendo: A veces me dice mi suegra que váyanos para darnos algo. Pero a veces se puede, a veces no”.


Agrega que ha batallado porque no tiene los 75 pesos para pagar su carta de no antecedentes penales. Equivale a más de una comida.


“La inseguridad pega mucho, es de las claves para el desempleo. Antes uno llegaba a las tiendas a buscar trabajo; ahora no te abren por miedo. ¿Qué podemos hacer si los que nos deben dar seguridad no nos dan? Uno sale y no sabe si va a volver y sólo le pide a Dios que regrese en la noche a ver a su familia”, reflexiona antes de despedirse.


“La gente no se ha quedado sin comer porque es creativa y solidaria: van con la mamá, la suegra, la cuñada, el vecino, o si encuentran algún comedor como el de la parroquia”, apunta la terapeuta Dora Dávila, de la organización Sabic, vecina de la iglesia San Vicente de Paul.


Está preocupada porque sabe que los jóvenes desempleados son enganchados para el narcotráfico.


“Muchos chavos trabajan como sicarios, les pagan 500 a la semana y eso les da para comer, aunque tienen un promedio de vida de un año. Otros son los que cobran las cuotas, pero a esos los mandan matar. La otra alternativa era venta de droga, pero apenas les da para vivir: ni siquiera para hacerse ricos, sino para pagar deudas, mantenerse y comer”, advierte.


Para José Luis Flores la parálisis gubernamental es inconcebible: “El gobierno municipal ve el despido masivo pero no tiene una sola política para ayudar a la gente a que lleve a sus casas un sustento mínimo indispensable. No tiene ni una sola política. ¡Estamos en una pobreza nunca vista en la ciudad! ¿Cómo es posible que en una situación de hambre en las periferias no se piense en una política, aunque sea en comedores populares temporales?”.

Proceso (Mexico)

 


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