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04/07/2011 | Perú: El indigenismo radical y el racismo

Martín Santiváñez

Sinclair Thomson, profesor de la Universidad de Nueva York, ha escrito un libro titulado Cuando sólo reinasen los indios sobre la política aymara en la era de la insurgencia virreinal. Thomson demuestra que el primitivo afán reformista de las revoluciones andinas producidas en las postrimerías del siglo XVIII pronto se transformó en un reclamo sostenido de autogobierno indígena, con el fin de alcanzar, según Thomson: “la posibilidad de una igualdad entre blancos e indios, una hegemonía indígena sobre todos los pobladores de los Andes, o una eliminación radical del enemigo colonial”.

 

Han pasado más de doscientos años desde aquellas revueltas y el mundo aymara vuelve a incendiarse, esta vez en el Perú. El jefe de la nueva insurrección tiene un nombre irónicamente mestizo: Walter Aduviri. Las últimas semanas, en su calidad de presidente del Frente de Defensa de los Intereses de la Zona Sur de la Región Puno, Aduviri y cientos de aymaras puneños han puesto en jaque al Estado peruano. El líder indigenista ha dicho en una entrevista televisiva que se siente “más aymara que peruano” y defiende la unificación de la “nación aymara” dispersa en los territorios de Bolivia, Chile y Perú. Según Aduviri, se trata de un pueblo que existe “antes que el imperio incaico” y que ha resistido por 518 años la invasión extranjera enfrentándose primero a los quechuas hegemónicos, luego a la férula española y finalmente, a la indiferencia republicana. Aduviri no cree en el Perú. El sueña con una nación aymara en la que el capital extranjero no explote los yacimientos mineros ni edifique represas como la de Inambari. El buen Walter, como es obvio, camina sonámbulo, en pos de lo que Vargas Llosa llamó “la utopía arcaica”. En el fondo, lo que plantea, es una distopía etno-radical.

La miseria extrema de los aymaras jamás se solucionará apelando a la autarquía. La economía global necesita mercados abiertos que generen posibilidades de intercambio y riqueza. Todo ello, por supuesto, respetando la justicia social y el medio ambiente. Por lo demás, es falso que exista una cultura aymara impermeable, que se ha mantenido pura e incorrupta a lo largo de los siglos. El propio nombre “Walter Aduviri” lo denota. El señor Aduviri es un mestizo, como todos los latinos. Víctor Andrés Belaunde decía que si bien es posible que exista una población con mayor ADN indígena en un país concreto —un ethnic core— nadie, absolutamente nadie se escapa del mestizaje cultural y espiritual. Aduviri, como el resto de los aymaras, mantiene tradiciones de una cultura ancestral, pero estas han sido enriquecidas y transformadas a lo largo de los siglos. Por eso el buen Walter habla en castellano, se viste como cualquier occidental y, cuando inicia una revolución, no sólo emplea las tácticas aymaras, también las de cualquier movimiento social del siglo XXI. Aduviri es un mestizo que busca la involución apelando al anacronismo demagógico, sin dejar de moldear a su gusto “el Estado de Derecho”, “el Parlamento” y el “gobierno central”. Todo un político occidental.

A estas alturas del partido, hablar de “cultura propia” implica un desprecio soterrado por los que no hablan el jaqi aru, la lengua aymara. Y Latinoamérica no necesita que se potencien los liderazgos demagogos que buscan construir barreras artificiales o raciales cuando es más, mucho más lo que nos une. Walter Aduviri se equivoca. Para desarrollarse, el pueblo aymara no necesita constituirse en una nación destruyendo otra, con incendios y revoluciones de por medio. Al buen Walter le conviene recordar el ejemplo de ese gran hombre que fue el presidente Andrés de Santa Cruz, mestizo, hijo de hidalgo español y noble aymara. Allí dónde el cóndor andino quiso unir Bolivia y Perú, Walter pretende desmembrar y separar. Santa Cruz buscó la concordia mestiza en el mismo escenario en que Aduviri invoca la pureza racial. No, así no. La presidencia de Humala todavía no comienza y es imposible saber qué hará en los primeros meses de su gobierno, pero algo sí se puede afirmar. Su ideología fomenta la desintegración, el cainismo racial. Basta con repasar los spots publicitarios de su campaña. No hay negros, blancos, gringos o chinos. Todos son cholos, como yo. Eso de que “solo reinen los indios” tiene un nombre, que pocos se atreven a pronunciar: racismo. Latinoamérica es un arca mestiza y por el sendero de ese racismo exclusivo y excluyente no llegaremos a ningún lugar, mucho menos al desarrollo, como pretende el indigenismo radical.

El Cato (Estados Unidos)

 


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