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04/07/2011 | Entendiendo la economía argentina

Adrian Ravier

Hace unos meses Paul Krugman aseguraba que España debía abandonar el euro y devaluar su moneda para resolver sus dificultades fiscales. Ahora volvió a la carga con la misma política, pero agregó que la devaluación argentina de 2001-2002 debiera ser tomada como un ejemplo de lo que Grecia y los países europeos en problemas debieran hacer para abandonar la crisis en las que se encuentran inmersos.

 

El gobierno argentino no pudo evitar la tentación de utilizar las desafortunadas palabras de este Premio Nobel para demostrar lo correctas que han sido las políticas implementadas en la última década.

Mi objetivo en este artículo es intentar esclarecer lo ocurrido en la historia económica argentina reciente para arrojar algo de luz sobre un tema tan delicado en el campo de la política económica.

El menemismo (1989-1999)

Tras el retorno a la democracia en 1983, y la asunción de Ricardo Alfonsín al frente del gobierno, la Argentina experimentó serias dificultades económicas que terminaron con su renuncia anticipada en 1989 y un proceso hiperinflacionario descontrolado.

Carlos Saúl Menem asumió en dichas circunstancias y tras dos años de desaciertos, encontró un equipo económico liderado por Domingo Cavallo que le permitió encontrar una respuesta a la situación. El déficit fiscal ya no podía ser financiado con emisión monetaria y no había acceso al crédito externo, por lo que sólo podían obtenerse ingresos a través de la privatización de empresas públicas deficitarias. Entre 1991 y 1993 la Argentina implementó la convertibilidad de un peso por un dólar, privatizó las empresas públicas deficitarias, acordó el Plan Brady, salió del Default, ingresó al MERCOSUR y privatizó el sistema de pensiones.

Lo que nunca consiguió la economía argentina fue eliminar el déficit fiscal, aunque en 1993 el ingreso de divisas obtenido por las privatizaciones, le permitió acomodar las cuentas. A partir de 1994 el gasto público comenzó a crecer y con ello el déficit fiscal, el cual siempre fue financiado con crédito externo.

La economía argentina gozó de estabilidad, pero mientras mantuviera el déficit fiscal su crecimiento estaba atado a continuar tomando deuda externa, la que siempre consiguió extender a través del Fondo Monetario Internacional como su principal garante.

Sorprendentemente Menem consiguió un acuerdo con el radicalismo para modificar la Constitución Nacional y que se le permitiera ser reelecto en 1995, pero desde entonces las complicaciones fueron cada vez mayores.

El efecto tequila de 1995, la crisis asiática de 1997, la crisis rusa de 1998 y la devaluación de Brasil de 1999 representaron cuatro duros golpes para la economía argentina, que empezó a tambalear desde el tercer trimestre de 1998.

Entre el menemismo y el kirchnerismo (1999-2003)

En 1999 Fernando De la Rúa ganó las elecciones y decidió mantener la convertibilidad, pero no encontró el modo de controlar el déficit fiscal, mientras las adversidades externas continuaban y el dólar se fortalecía.

Tras una nueva renuncia anticipada en diciembre de 2001 y una alternancia en el poder que nos dejó con varios presidentes y la declaración del default, Eduardo Duhalde decidió abandonar la convertibilidad, pesificar los depósitos y devaluar la moneda.

El PIB argentino cayó en 2002 más de un 10 % y comenzó un proceso de ajuste sobre el tipo de cambio que abandonó la paridad 1 a 1 para pasar a un aproximado 3 a 1, controlado entre bandas.

El Kirchnerismo (2003-2011)

En 2003 se llamó a elecciones y Néstor Kirchner alcanzó el poder con menos del 23% de los votos. La economía argentina apenas iniciaba un proceso de recuperación para salir de una profunda depresión.

Tras la fuerte devaluación, el dólar de 2003 era caro, los salarios pasaron a ser muy bajos en esa moneda, y la industria se volvió competitiva.

El contexto internacional cambió: 1) Los shocks internacionales desaparecieron durante los cinco años siguientes hasta la crisis subprime de 2008; 2) EE.UU. abandonó el dólar fuerte; 3) China se convirtió en la fábrica del mundo, demandando nuestros commodities y elevando sus precios a niveles récord; 4) Brasil dejó revaluar su moneda, contrariando su propia historia, lo cual benefició nuestra balanza comercial con aquel país.

Bajo este contexto, la economía argentina emprendió un acelerado proceso de recuperación.

El gobierno, sin embargo, obstaculizó el proceso.

Primero se hizo accionista del campo y aprovechó las retenciones a las exportaciones para obtener una fuente de ingresos que período tras período se hacía más indispensable. La “guerra con el campo” será uno de los factores más destacados de la historia argentina de esta última década.

Segundo comprendió equivocadamente que subir el tipo de cambio le permitiría hacer más competitiva a la industria, al tiempo que aumentaba la recaudación tributaria, fruto de esas mismas retenciones. Esto llevó a una subida gradual del tipo de cambio del 3 a 1 al presente 4 a 1.

Tercero, y ligado a lo anterior, decidió emitir moneda para financiar parte del presupuesto. Esta es, en definitiva, la causa principal de la escalada inflacionaria que analistas privados estiman entre el 22 y el 30 % (contra el dato oficial del Indec en torno al 10 %).

Cuarto, estatizó las pensiones, sabiendo que le permitía dejar de acumular una deuda impagable que mes a mes asumía ante las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) para poder pagar las pensiones de los actuales jubilados y pensionados; hacerse de los fondos gestionados entonces por las AFJP; y acumular como “impuestos” las futuras recaudaciones de los “ahorros” de los trabajadores.

Quinto, exigió al Banco Central de la República Argentina que prestara una suma importante de reservas en dólares para cancelar todos los compromisos con el Fondo Monetario Internacional, y con ello renunciar a ser auditado por cualquier organismo multilateral de crédito.

Lo dicho le permitió aumentar el gasto público consolidado desde un 30% hasta un 45% sobre PIB. Los analistas políticos detallan cómo el gobierno desarrolló un trabajo de hormiga acordando con gobernadores e intendentes la entrega discrecional de fondos, sujeto al apoyo del modelo. Los casos de posible corrupción incluso se extienden a la compra de diputados y senadores en los votos por leyes clave del Congreso.

En 2007 hubo elecciones y el kirchnerismo volvió a ganar, pero entonces con Cristina Fernández de Kirchner como presidente. Néstor Kirchner no abandonó, sin embargo, el manejo del poder. Acompañó a su esposa como un virtual Ministro de Economía y participó de cada decisión que se tomó en la Casa Rosada u Olivos.

Entre 2007 y 2011 la política siguió el mismo rumbo. El fallecimiento de Néstor Kirchner colocó a su esposa como la candidata del oficialismo para las próximas elecciones. Tras una larga indecisión, posiblemente como consecuencia del duelo, Cristina Fernández de Kirchner acaba de candidatearse en este mes de junio para la reelección y lidera las encuestas en vistas de las próximas elecciones presidenciales de este año. Con una oposición dividida, los analistas políticos coinciden en que muy probablemente el gobierno consiga la reelección.

En pocas palabras, cuando la economía crece —en cualquier país del mundo— la sociedad coincide en “no innovar”.

Dificultades del próximo gobierno

Cualquiera sea el resultado de la próxima elección presidencial, los desafíos centrales de la política económica post-elecciones son 1) el crecimiento de la economía, 2) el control del gasto público y 3) evitar que se dispare la inflación.

Si consideramos que la economía argentina ya se ha recuperado de la crisis de 2001/2002 y que se acerca al potencial de la capacidad instalada, esto significa que para iniciar un proceso de crecimiento —y ya no de recuperación— necesitará de inversión. Sin embargo, la economía argentina se ha alineado en los últimos años a países poco confiables para el capital externo como Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia, lo cual hace difícil esperar la atracción de capitales.

No sólo eso. La salida de capitales ha sido dramática en los últimos años, mostrando que ni los propios argentinos confían en su país. La expropiación de las pensiones y la presión que el gobierno ejerce sobre las grandes empresas ahuyentan capital.

En cuanto al gasto público está claro que la Argentina excede los niveles que puede financiar con impuestos. La diferencia la financia con emisión de moneda, fondos de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) y reservas del Banco Central de la República Argentina. Lo dicho tiene varias implicaciones.

Primero, mantener los niveles de gasto presentes, requieren que se mantenga o crezca la recaudación tributaria, para lo cual es vital que los precios de los commodities se mantengan en niveles récord. Esto tiene a su vez dos factores determinantes: Por un lado, la demanda de China, que conjeturamos que continuará; por otro, la política de liquidez de EE.UU., que contribuye a mantener altos los precios de los commodities. Este segundo factor difícilmente pueda mantenerse en el tiempo considerando las dificultades que hoy pasa EE.UU. en material de “riesgo de inflación”, tras una política demasiado laxa.

Segundo, mantener los niveles de gasto presentes, depende del agotamiento de los fondos de la ANSES, los que difícilmente alcancen para otros cuatro años.

Tercero, mantener los niveles de gasto presentes, requiere que las reservas del BCRA no se agoten. Es cierto que algunos analistas se esfuerzan por indicar las abultadas reservas que mantiene el BCRA, sin embargo, hay otros analistas que apuntan a la composición de las reservas, lo cual indicaría que estas son menores de lo que aparentan. Básicamente, señalan que el BCRA ha prestado una gran cantidad de reservas al gobierno a cambio de bonos, y que esos bonos difícilmente les permitan recuperar las reservas en el futuro.

Es cierto, estas reservas también pueden fortalecerse en la medida que mantengamos una balanza comercial favorable con el mundo, pero esto cada vez se complica más, si tenemos en cuenta que el dólar caro de 2003 que impedía la importación se ha convertido en un dólar barato en 2011 que estimula la importación, fruto de que el aumento de precios ha sido mucho mayor que la devaluación del tipo de cambio.

En pocas palabras, el tipo de cambio real está hoy tan sobrevaluado como en la década de 1990, lo cual atenta contra el resultado de la balanza comercial, pero también contra la competitividad de la industria, la que presiona por una nueva devaluación.

No devaluar más el peso complica la competitividad. Pero devaluar acelerará necesariamente la inflación. El dilema es claro.

Conclusiones

Dadas las elecciones de 2011 el gobierno no revertirá la política. Tras las elecciones es necesario que el nuevo gobierno retorne a los niveles de gasto público sostenibles en el largo plazo. Esto significa volver en el mediano plazo a un nivel de gasto público consolidado sobre PIB del 30 %.

Hay dos modos de conseguir esto. El primero, es reduciendo el gasto público, sin embargo, dado el poder que en los últimos años han alcanzado los sindicatos, difícilmente uno puede estimar que tal política sea viable.

El segundo es que el gobierno logre aplicar una regla fiscal según la cual el aumento del gasto público sea siempre a una tasa menor que el crecimiento de la recaudación. Si consideramos que el contexto internacional sigue siendo favorable —al menos por ahora—, esta política puede permitir revertir la tendencia y resolver el problema, considerando que la recaudación puede crecer en el corto plazo. Esto gradualmente achica el tamaño del Estado, al punto que le permitió a Chile disponer hoy de un nivel de gasto público sobre PIB del 18% y ser un modelo para los países latinoamericanos.

¿Tendrá voluntad el gobierno de aplicar una reforma integral del Estado que le permita evitar una nueva crisis profunda? ¿Tendrá tiempo el gobierno de evitar otra depresión? Mi respuesta es negativa en ambos casos. Todo indica que el escenario más probable para los próximos años es: 1) un estancamiento de la economía y creciente desempleo, 2) sucesivos paros generales y revueltas sociales reclamando un aumento del gasto público y 3) una aceleración de la inflación.

Paul Krugman se equivoca en dos claros sentidos. En primer lugar, subestima la pérdida económica y social que implicó la crisis de 2001/2002. En segundo lugar, sobreestima el “crecimiento” de la economía argentina del período 2003/2011. Argentina se recuperó de la crisis anterior, pero el crecimiento no parte desde el pozo en que estábamos en 2003, sino desde la superficie que acabamos de alcanzar. La Argentina está perdiendo una oportunidad única de desarrollo, que otros países latinoamericanos están aprovechando.

El Cato (Estados Unidos)

 


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