Los medios de comunicación se han convertido en grandes corporaciones y, por lo tanto, son en extremo sensibles a los favores o castigos del poder político. Del mismo modo su dependencia de los pocos grandes anunciantes, más aún en tiempos de penuria, les hace demasiado sensibles a intereses ajenos. El resultado está a la vista, el compadreo entre periodistas, políticos y empresarios. Quien debía velar por que unos y otros no abusaran del poder se convierte en cómplice interesado, mercando con favores para obtener prebendas. En el Reino Unido ésa es una actividad de alto riesgo, en el resto del continente, el tinglado sigue en pie.