Cameron se encontró en este tiempo hasta cinco veces con Rebekah Brooks, consejera delegada de News International hasta su dimisión anteayer. Y mantuvo otras dos reuniones con James Murdoch, el máximo responsable del negocio de News Corporation en Europa. Si se comparan con otros grupos de medios, el primer ministro mantuvo nueve encuentros con altos cargos del Telegraph Media Group, y cuatro por ejemplo con Associated Newspapers, editora del «Daily Mail» y del «Mail on Sunday», un tabloide que hoy ha bajado su precio de venta a una libra para intentar captar lectores del desaparecido «News of the World».

Esta cercanía de Cameron con los asediados propietarios de News International obligaron al ministro de Exteriores, William Hague, a salir en defensa de su jefe: «No creo que fuera muy diferente con anteriores primeros ministros. Personalmente, no me avergüenza. Sin embargo, puede alimentar la percepción —desde luego la acusación desde los laboristas— de que el primer ministro era demasiado cercano a esta empresa».

En efecto, los laboristas no dejaron pasar la ocasión. «Tenemos todavía más pruebas de la extraordinaria falta de juicio de Cameron», dijo ayer Ivan Lewis, ministro de Cultura en la sombra. El líder de la oposición, Ed Milliband, ha encontrado en las ramificaciones políticas de este escándalo su primer gran momento de liderazgo personal. Los laboristas tenían ya antes de esta crisis más apoyos que los conservadores en los sondeos, y han adoptado una estrategia agresiva contra Cameron y los Murdoch.

La visita que más daño puede causar a Cameron fue la que le rindió Andy Coulson en su residencia de Chequers en marzo. Hacía solo dos meses que Coulson, director de «News of the World» de 2003 a 2007, había dimitido de su cargo de portavoz de Downing Street por el escándalo de las escuchas. Coulson fue arrestado el pasado viernes e interrogado durante ocho horas por la Policía. Cameron ha mantenido siempre que el periodista «fue y es mi amigo», y ayer fuentes de su entorno intentaban explicar que la visita fue para agradecer a Coulson el «enorme trabajo» realizado para el primer ministro. Pero los laboristas no están dispuestos a absolver esa lealtad personal. «El primer ministro tiene un número creciente de cuestiones a las que responder», afirmó ayer Lewis.

Tensión política

Esta tensión política como contexto del drama mediático que atraviesa el grupo Murdoch augura una sesión parlamentaria intensa este martes, cuando comparezcan ante la comisión de Cultura Rebekah Brooks, Rupert y James Murdoch. El magnate octogenario firmó ayer una página de publicidad en casi todos los diarios británicos titulada «Lo sentimos».

Rupert Murdoch no es un hombre acostumbrado a disculparse, como hizo ayer a una nación entera. Ni a sujetarse la cabeza con los brazos mientras pedía perdón a los padres de Milly Dowler, la niña asesinada y espiada por el «News of the World», como tuvo que hacer el viernes. Y mucho menos, a aceptar «con mucha tristeza» las dimisiones de dos de sus más cercanos colaboradores, como ha hecho con Rebekah Brooks y Les Hinton, consejeros delegados de News International y Dow Jones respectivamente. Hinton empezó llevando el café a Murdoch cuando solo tenía 15 años y acababa de entrar en el «Adelaide News», el primer diario que dirigió Murdoch, con 28 años. «Les y yo hemos hecho juntos un importante viaje durante 52 años», afirmó el magnate. Brooks pasó 22 años a las órdenes de Murdoch desde que entró como becaria en el «News of the World».

Ahora, un Murdoch demasiado humano se encuentra obligado a mediar entre sus hijos y ve resquebrajarse la red de íntimos vínculos sobre los que ha levantado un imperio que atemorizó a la clase política británica y acosó al mismísimo Obama, quien llegó a boicotear durante meses a la cadena Fox. «En Londres, Murdoch ha estado negociando viejas lealtades y lazos familiares, nada que ver con un viaje a una división lejana y problemática para organizar una limpieza rápida», explicaba el analista John Gapper ayer en «The Financial Times». Murdoch es un hombre al que no le tembló la mano para dinamitar el poder de los sindicatos en redacciones y rotativas cuando se hizo fuerte en el mercado británico en los 80. Veinte años después, sus excesos, y no su audacia empresarial, pueden transformar de nuevo —haciendo menguar, y no crecer— la industria de la prensa británica.