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15/02/2006 | Los yankees de Bachelet

Patricio Navia

Cuando Ricardo Lagos anunció su gabinete, dos semanas después de salir electo, en enero del 2000, comenté la lista de nombres con Karen Poniachik primero y Andrés Velasco después.

 

Entonces ambos vivían en Nueva York y los dos habían viajado a Chile durante las vacaciones de diciembre a trabajar en la campaña de segunda vuelta del candidato de la Concertación. Ninguno de los dos en ese tiempo conocía personalmente a la recién designada ministra de salud, Michelle Bachelet.

Andrés (doctor en Economía de Columbia University) era profesor de Economía y director del Centro para Estudios de Latinoamérica y el Caribe de New York University. Además, recién había recibido una oferta de trabajo como profesor vitalicio en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard. Aunque durante la campaña Ricardo Lagos lo había nombrado como posible miembro de su equipo económico (junto a Nicolás Eyzaguirre y José de Gregorio), Velasco no fue entonces nombrado ministro. Imagino que respiró tranquilo sabiendo que no tendría que decidir entre aceptar la oferta de Harvard o ser ministro de Lagos. Ya habría oportunidades en el futuro para serlo, si él se animaba a explorar esa posibilidad.

Karen era la directora del programa de negocios del Council of the Americas. Después de haber obtenido un título de Master en Relaciones Internacionales en la prestigiosa Escuela de Asuntos Públicos Internacionales (SIPA) de Columbia University, y haber pituteado como corresponsal en Nueva York del Canal 13 y de Televisa, había hecho carrera en el Council, desde donde apoyó con entusiasmo las dos visitas que había realizado Lagos a NY durante la campaña de 1999. Y aunque sus oportunidades de desarrollo profesional se veían promisorias en EE.UU., ella había confesado a sus amigos que le gustaría trabajar en el gobierno de Lagos.

Yo, que entonces estudiaba mi doctorado en Ciencias Políticas en New York University, tampoco conocía a Bachelet. Pero sí sabía mucho más sobre ella que su historia personal como hija del general Alberto Bachelet y sobre su exilio en Alemania. Sabía, por ejemplo, que había sido candidata a concejal en Las Condes en 1996, que se desempeñaba como una miembro activa del Comité del PS encargado de asuntos de Defensa y que había estudiado en Washington, en el Inter-American Defense College. Recuerdo haberle comentado tanto a Velasco como a Poniachik un rumor que entonces circulaba entre socialistas: que aunque Bachelet era una posible carta para Defensa, el país parecía todavía no estar listo para tener a una mujer en esa cartera. Después de todo, Pinochet aún estaba detenido en Londres y las relaciones cívico-militares seguían demasiado tensas como para pensar en una mujer socialista y que además estuvo detenida y sufrió el exilio. Pero así como la describí en un análisis del gabinete que realicé en marzo del 2000 en revista Capital ("Bachelet, si maneja bien sus cartas y se asesora adecuadamente, puede convertirse en la Alvear del PS"), recuerdo haberles comentado a ambos que Bachelet era una mujer muy simpática (easygoing, le dije a Poniachik en un e-mail) y fundamentalmente pragmática.

The American Way of Thinking

La historia de cómo Bachelet terminó depositando su confianza en Velasco (Hacienda) y Poniachik (Minería) es un asunto que corresponde a los involucrados relatar cuando lo estimen conveniente.

Pero no me sorprende que haya hecho tan buenas migas con ellos como para haberles confiado gigantescas responsabilidades ministeriales que, inevitablemente, afectarán la forma en que la historia evalúe el desempeño de la primera presidenta de Chile. Es más: creo que una de las razones que explican la confianza que Bachelet ha depositado en ambos tiene que ver con la formación académica y profesional estadounidense que poseen.

Por cierto, esa misma razón explica también por qué Bachelet ha depositado su confianza en varias otras personas que han recibido formación académica y profesional en EE.UU. Desde Alejandro Foxley (canciller) y Vivianne Blanlot (en Defensa) hasta Eduardo Bitrán (MOP) y Sergio Espejo (Transportes), sin olvidar a los asesores Dante Contreras, Pablo Halpern, Oscar Landerretche y Francisco Díaz Verdugo, muchos de los hombres y mujeres cercanos a Bachelet tienen una personalidad y un estilo profundamente marcados por su experiencia en EE.UU.

Porque Bachelet privilegia el pragmatismo, prefiere las relaciones horizontales y quiere promover la inclusión, la diversidad y la participación, su estilo se acomoda fácilmente al que caracteriza a los tecnócratas formados en Estados Unidos. Aunque la próxima presidenta haya estado ideológicamente del lado opuesto a Washington durante la guerra fría, su natural pragmatismo y la impronta ciudadana (más autónoma de los partidos) que le quiere dar a su gobierno harán que, durante su cuatrienio, La Moneda adquiera un estilo más parecido al de la Casa Blanca que al que tradicionalmente tuvo el palacio de gobierno chileno.

Así como muestran las estereotipadas series de televisión The West Wing o Commander in Chief, el estilo político de la Casa Blanca se caracteriza por ser frontal y directo. El tiempo es oro y no hay mucho espacio para conversaciones introductorias. Pero la Casa Blanca funciona de esa forma porque Estados Unidos funciona también así. Y en buena medida ese estilo se aprende en las aulas de las universidades norteamericanas.

Las de elite -donde han estudiado varios ministros y asesores cercanos de Bachelet- se caracterizan por privilegiar la discusión por sobre el dogmatismo y por fomentar relaciones horizontales donde el respeto se gana con la fuerza de las ideas y la capacidad de comunicarlas adecuadamente. Ahí los estudiantes aprenden a pensar críticamente y a comunicar efectivamente. Desde los constantes papers hasta los modelos que buscan explicar realidades complejas a partir de premisas simples, aprenden a formular las preguntas correctas para poder llegar a las respuestas adecuadas. Los modelos simples -los mapas generales- son el punto de partida para poder construir luego cartografías acabadas de la realidad.

El énfasis en la formulación de una buena pregunta y una tesis -con sólida base empírica y teórica- a partir de la que se pueda elaborar una respuesta es central en la formación académica estadounidense. Para lograrlo se privilegia la franqueza y la simplicidad. Mientras más simple sea la elaboración teórica de un problema complejo, tanto mejor. Y mientras más aplicabilidad general tenga un modelo, más útil resulta.

Desde los títulos cortos y precisos hasta las ideas formuladas en forma clara y directa, en Estados Unidos el tiempo es oro. Incluso al momento de escribir papers: mientras menos páginas se ocupen en argumentar un punto, mejor. "Get to the point", "cut to the beef" or "show me the money" son frases usualmente utilizadas en conversaciones académicas. No hay tiempo que perder, dime de qué trata tu punto.

Aunque en Chile lo consideremos uno de nuestros deportes típicos nacionales y parte de nuestras tradiciones, en la academia estadounidense hay que andarse sin rodeos.

Al nombrar a su gabinete, Bachelet cumplió sus promesas respecto a la paridad de género, las caras nuevas y el balance entre los diferentes partidos.

Pero sus nombramientos también arrojan luces sobre sus estilos de liderazgo favoritos. El nombramiento de Alejandro Foxley en RR.EE. constituye un reconocimiento a dos cualidades personales que pocos economistas poseen. Foxley ostenta una reconocida carrera como académico. Sus libros y artículos -muchos escritos incluso después que entró a la política en 1990- demuestran su preocupación por plantear ideas, discutir propuestas y provocar diálogos. Pese a tener un temperamento que muchos definirían como difícil (o incluso mal genio), es un intelectual que acepta la posibilidad de disenso como parte esencial de todo diálogo. Ese pragmatismo intelectual y vocación por analizar los méritos de las propuestas hacen de Foxley mucho más un notable intelectual que un avezado político. Porque brilló mucho más como ministro de Hacienda que como presidente de la DC -y como senador destacó más en la Comisión de Hacienda que en el trabajo territorial en su circunscripción-, es reconocido como un tecnócrata brillante con suficientes (no excesivas) habilidades políticas. Bachelet gusta del estilo directo y frontal que se enseña y practica en las aulas estadounidenses y eso Foxley lo posee.

Aunque nunca fue alumno de Foxley, Velasco sí se fogueó -junto a tantos otros-en el centro de estudios que es el padre adoptivo (y responsable más directo) del éxito de largo plazo del modelo económico chileno. Como joven miembro de los Monjes de Cieplan (así alguna vez fueron llamados para contrarrestarlos con los Chicago Boys), Velasco fue discípulo de Foxley. Pero como muchos otros que se iniciaron en ese think-tank, adquirió vuelo propio. Si la gran debilidad de Foxley fue no seguir formando más expertos en políticas públicas, su gran fortaleza fue fomentar la formación de decenas de exitosos economistas chilenos. Tanto así que Velasco fundó su propia corporación -expansiva- a la que, por cierto, Foxley ha sido invitado varias veces. Si bien Velasco conoció a Bachelet hace sólo un año, el pragmatismo y la franqueza que lo caracterizan seguramente alcanzaron fibras similares en Bachelet que las que tocó Foxley.

Así también el estilo directo y al grano de Poniachik (que conoció a Bachelet a poco comenzar el gobierno de Lagos), de Halpern (cuya cercanía con Bachelet data de la misma fecha que la de Velasco) o de los economistas Dante Contreras (doctorado en UCLA) y Oscar Landerretche (pronto a titularse de doctor en MIT) parecen haber tocado la sensibilidad pragmática de Bachelet. Pero por sobre todo, la cercanía de la próxima presidenta con su asesor Francisco J. Díaz refleja la marcada preferencia que parece tener ella por ese estilo directo -brutal incluso- y simple (la tarea de todo asesor es saber identificar lo más relevante primero para después abordar los infinitos y complejos detalles) mucho más propio de la formación académica y profesional estadounidense que de la formación europea.

La obsesión estadounidense con el bottom-line (el saldo final) y con el punch-line (las conclusiones) parece acomodarle  bien a Bachelet, que, además de doctora y experta en defensa, siempre ha sido dueña de casa y jefa de hogar (sin tiempo para rodeos).

La forma, USA; el fondo, socialista-liberal

Aunque se consideran de izquierda (o cuando menos liberales), estos asesores de Bachelet abrazan muchos valores del libre mercado que no han sido históricamente afines al socialismo chileno. Pero porque el liberalismo cree en la igualdad y la libertad, sus ideas son perfectamente compatibles con el proyecto histórico de "las grandes alamedas" del socialismo chileno. Los medios pueden ser diferentes. Pero el fin es el mismo.

Ahora bien, muchos socialistas parecen más interesados en los medios que en el fin. Por eso la disposición de estos asesores a favorecer las herramientas del libre mercado y su preferencia por un Estado pequeño pero musculoso, inevitablemente despierta sospechas en algunos que todavía sueñan con un Estado conductor de la economía y productor de riqueza.

En la medida que estos asesores logren imbuir al socialismo -y a la izquierda en general- de algunos de los valores liberales aprendidos en aulas estadounidenses, el siguiente paso de la renovación debería llevar a ese sector a enfatizar más el fin que los medios.

Pero además, si a través de su desempeño estos asesores demuestran que  haber sido educados en Estados Unidos no los convierte en espías de la CIA, ni en agentes de la promoción internacional del imperialismo yanqui atribuido a los gobiernos de Washington, su legado en la izquierda también logrará destruir algunos de los mitos (y verdades) heredados de la guerra fría. Ya que la izquierda necesita realizar la misma transición que hizo Bachelet (que vivió en Washington y estudió en un programa financiado por el Pentágono), la contribución de estos asesores y ministros formados en EE.UU. puede ser esencial para completar esa renovación que falta.

Ellos no fueron formados con la lógica de la guerra fría ni se convirtieron al capitalismo después de haberse formado ideológicamente en el marxismo o en el corporativismo DC de los 60. Tampoco tuvieron que experimentar la renovación en carne propia, ya que fueron formados con valores liberales y promercado. Por eso pueden constituir la base de una Concertación mucho más liberal y pragmática.

Los riesgos del modelo yankee

Por cierto, a forma de disclaimer formal (costumbre ampliamente practicada en EE.UU.), señalo que me considero amigo personal y cercano de Velasco, Poniachik y Díaz (aunque con este último hemos tenido bastantes roces por mis columnas sobre los desaciertos de la campaña de la presidenta). Menos cercanos, pero amigos al fin, considero a Landerretche, Contreras y Halpern. Y si bien no creo que estemos al nivel de amigos, tengo una relación cordial y amistosa con Foxley, Bitrán, Blanlot y Espejo.

Todos nosotros aprendimos en las aulas estadounidenses que la amistad no significa que, cuando llegue la hora, cada quien ocupe su lugar. Los ministros y asesores gobernando, y los analistas subrayando lo que consideramos aciertos y errores del Ejecutivo, independientes de las amistades personales. Por eso, la primera advertencia es precisamente sobre los peligros que implica intentar implantar en Chile el estilo franco y directo de la sociedad estadounidense. Porque Bachelet es la presidenta electa de Chile y no de EE.UU., y porque en nuestro país el rodeo sigue siendo un deporte nacional, el estilo estadounidense de varios ministros y asesores de Bachelet inevitablemente generará roces.

De hecho, las primeras tensiones comenzaron a aparecer ya con los partidos políticos. Los nombramientos del gabinete no cayeron bien en las máquinas partidistas, que se han comenzado a mover para influir más decididamente en los cientos de nombramientos que aún restan por hacer. La política chilena no cambiará tan fácilmente sus costumbres y tradiciones sólo porque un selecto grupo de tecnócratas -la mayoría con poca experiencia partidista- intente implantar un nuevo estilo. Más que imponer, hay que convencer. Más que arrasar hay que incorporar. Vaya un consejo para los que estudiaron en Estados Unidos: don't end it, mend it (no la termines, modifícala).

Uno de los asesores más cercanos a Bachelet -que ha vivido muchos años fuera de Chile- siempre dice que hay algunos que, por su actitud, "todavía no se bajan del avión". En Chile las cosas se hacen en forma diferente. En la medida que los ministros y asesores formados y mentalizados en EE.UU entiendan que su estilo sin evasivas tendrá que enfrentarse a la realidad en la medialuna nacional del rodeo, su influencia podrá ser duradera. De lo contrario lo suyo no será sino un fútil esfuerzo por promover un estilo que no necesariamente sienta bien con las tradiciones de la política chilena.

Fuente: Revista Qué Pasa, febrero 11, 2006

CADAL (Argentina)

 


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