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29/07/2011 | Sobre el terrorismo

Roland Behar

La pasada semana fue triste. Se conmemoró el 18 de julio, el 17mo aniversario del ataque terrorista iraní en territorio argentino contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, también conocida como la AMIA/DAIA, donde perecieron 85 inocentes civiles y 300 resultaron heridos. Entre ellos había judíos, cristianos y agnósticos. Todos víctimas. Sus asesinos aún no han encarado la justicia, gracias a una confabulación con el gobierno iraní. Incluso, en el caso de Bolivia, han recibido a Ahmad Vahidi, actual ministro de Defensa de Irán, como si fuera un funcionario respetable. Vahidi es buscado por la Interpol por ser uno de los principales perpetradores de esta masacre.

 

Este pasado 22 de julio el mundo recibió con horror la noticia del horrendo ataque terrorista perpetrado por un fanático ultraderechista en la pacífica Noruega, donde 76 víctimas inocentes también perecieron, en este caso por la acción de un extremista de derecha islamofóbico.

Desafortunadamente, este suceso se une a una larga lista de incidentes recopilados desde mediados del siglo XIX, perpetrados por terroristas contra sus semejantes en los países occidentales. No es hasta el siglo XX cuando comienzan a producirse hechos semejantes en el Medio Oriente, Asia, África y América Latina. Puede decirse que es un subproducto defectuoso de nuestra civilización. Antiguamente, los militares eran quienes se mataban entre sí y, aunque la población civil casi siempre era víctima de los vencedores, no eran usualmente su principal objetivo.

La humanidad utiliza aún la violencia, como método. El terrorismo ha sido una de las vías de expresarla. Me voy a referir en este artículo al terrorismo efectuado por civiles, individualmente o como militantes de organizaciones que predican una ideología, objetivo o simpatías u odios en particular. No me voy a referir al terrorismo de estado en esta ocasión, aunque también sea horrible.

En Estados Unidos, entre 1856 y 1877, incluso antes del asesinato de Abraham Lincoln, ocurrieron algunos de los actos terroristas más antiguos compilados por la historia, producto de los cuales más de 3,000 ex esclavos (libertos) y sus aliados del Partido Republicano fueron asesinados por miembros del Ku Klux Klan en violentas campañas organizadas por los blancos locales. Estos, mediante el terror implantado, derrocaron algunos gobiernos reconstruccionistas en los estados sureños, logrando restablecer la segregación.

La característica fundamental del terrorismo es que es practicado generalmente por civiles, cuya militancia e ideas u objetivos justifican sus horribles actos. Otra característica (la peor) es que siempre es ejercido contra civiles indefensos, quienes no le han hecho nada a sus atacantes, y que por ser inocentes, no esperan el ataque, ni están preparados para repelerlo. También es espantoso que estos asesinos encuentren el apoyo y simpatías de algunos que por coincidir con su ideología o creencias les consideran héroes cuando, en realidad, son unos cobardes.

Todo pueblo tiene derecho a su independencia y a luchar por la libertad de sus ciudadanos. Desafortunadamente en muchos casos es a través de la violencia que intentan conseguirlo. Cuando un grupo de civiles se enfrenta a un ejército buscando estos objetivos y les ataca en sus lugares o les desafía en el campo de batalla, ejercen entonces su derecho legítimamente, como lo hicieron los bravos combatientes del Escambray cubano enfrentados a pecho descubierto a un ejército armado hasta los dientes y que les superaba en número en más de mil a uno; o como los combatientes del Irgún y la Haganá quienes –casualmente el 22 de julio de 1946– luego de advertirlo en más de una ocasión, volaron la parte sur del hotel King David de Jerusalén, donde radicaba el Estado Mayor del Ejército británico, fuerza ocupadora y represiva en Eretz Israel, entonces llamado Palestina.

En Estados Unidos la historia nos demuestra que no somos inmunes a esta horrible enfermedad de nuestros tiempos. Esto se confirma con los incidentes de terrorismo perpetrados contra civiles en este país por el Ku Klux Klan y otros grupos extremistas blancos, por los nacionalistas portorriqueños, los efectuados por algunos militantes anticastristas, por miembros de las Panteras Negras y otros grupos afroamericanos, así como los cometidos más recientemente por extremistas islámicos.

La lección que podemos aprender como norteamericanos o como simples humanos, ciudadanos del mundo, es que ninguna de “nuestras” verdades justifica la acción violenta contra civiles inocentes, que el odio hacia el “otro” casi siempre es el resultado de nuestra propia ignorancia o por lo que “otros” con mezquinas intenciones han inculcado por generaciones en mentes débiles y dependientes. Quiera Dios que logremos enseñarles a las futuras generaciones a resolver sus conflictos de un modo civilizado, sin ingredientes tan sórdidos como el odio y el terrorismo.


Miami Herald (Estados Unidos)

 


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