Transformó a Bolivia en uno de esos países del universo bolivariano que “parecen” democráticos pero que, en rigor, no lo son y donde la ficción engañosa del discurso oficial no coincide, para nada, con la realidad.
Evo
Morales transformó a Bolivia en uno de esos países del universo bolivariano que
“parecen” democráticos pero que, en rigor, no lo son y donde la ficción
engañosa del discurso oficial no coincide, para nada, con la realidad.
Esto
está ocurriendo en todos y cada uno de los más importantes niveles judiciales
bolivianos. Lo que es gravísimo. Me refiero a los tribunales superiores en
materia electoral, constitucional, agroambiental y hasta en el propio Consejo
de la Magistratura.
Morales
convocó a elecciones nacionales para el próximo 16 de octubre, para elegir a
todos los jueces del país. Esto es, para reemplazar a los actuales magistrados
por otros que le son afines o, peor, que le sean sumisos, cual agentes.
El
principio republicano de la independencia e imparcialidad de los jueces es,
para él, tan sólo una imposición del odiado capitalismo. La Justicia, como en
Cuba, debería ser, cree, sólo un agente más del Estado.
Al
inaugurar recientemente el Tercer Encuentro de Mujeres de su país, Morales
siguió, respecto de su inocultable purga del Poder Judicial, con sus típicos
discursos plagados de falsedades, tratando de explicar lo inexplicable, de
disimular lo obvio y de esconder la verdad.
En
efecto, dijo: “Las elecciones deben ser para que la Justicia sea para el
pueblo”. No para que sea independiente. Tampoco para asegurar su imparcialidad.
“Para el pueblo”, pero conforme a los designios del MAS, su partido, el que
concentra todo el poder en Bolivia y decide por el pueblo. Con un pensamiento
único, que no admite diferencias. Ni matices.
Según
Morales, elegir a los jueces en las urnas es algo
inédito: “No sólo en Bolivia sino en el mundo, por
primera vez será el pueblo el que con su voto elija a los administradores de la ley”,
dijo –entre suelto de cuerpo y entusiasmado– evidenciando así su total
ignorancia sobre el tema, desde que hay conocidos ejemplos de ello en otras
partes del mundo. Que Morales no los recuerde o que quiera ocultarlos, no
modifica la realidad. Ni disimula el error o perdona el engaño.
La
realidad boliviana, aunque duela decirlo, se aleja cada vez más de la
democracia y del Estado de derecho, más allá de la retórica. Y se acerca
peligrosamente a ser puramente objeto para la voluntad de un hombre, Evo
Morales Ayma, y de su entorno. El autoritarismo se está apoderando, paso a
paso, de Bolivia. Inexorablemente, mientras los ineficaces organismos
encargados de defender a la democracia siguen en silencio.