De nada sirvieron a Barack Obama las frenéticas llamadas de la Casa Blanca a los directivos de Standard & Poor's. La economía americana no es ya lo poderosa que era, ni tampoco lo es su presidente. A final, EE.UU. ha evitado la quiebra, pero su autoridad económica ha salido dañada del intenso debate para reducir la deuda. El motivo esgrimido por S&P para su rebaja sin precedentes da la razón al radicalismo de los republicanos: el recorte de gastos era insuficiente.

La montaña de deuda y las dificultades de una economía estancada, con riesgo de recaer en recesión, comienzan a poner en serios aprietos a Obama, cuya presidencia podría verse en declive bajo el peso de las incertidumbres económicas. En EE.UU. hay quien recuerda la crisis de los setenta, también con un disparado déficit que acabo sepultando al entonces presidente, Jimmy Carter.

Invocar ese nombre en la Casa Blanca es como mencionar la soga en casa del ahorcado. Obama ha tenido en su 50 cumpleaños el peor de los regalos: desde su partido le han comparado con Carter, el fracasado presidente demócrata, que tuvo un final de primer mandato agónico y una reelección imposible. «Obama se ha convertido en Jimmy Carter justo delante de nuestros ojos», dijo un decepcionado senador demócrata cuando se cerró con los republicanos el pacto que evitaba la quiebra y cuya negociación ha mostrado deficiencias en el liderazgo de Obama.

Las peores encuestas El comentario, por extremadamente gráfico, ha corrido por los blogs políticos como reguero de pólvora. La reelección de Obama no es que fuera segura, pero se dada por más que probable. Ahora las encuestas están más ajustadas, a pesar de que los republicanos también salen con arañazos del puso de la última semana (el 82% de la población está molesta con la forma en que el Congreso abordó el debate fiscal; atacan algo más a los republicanos, pero aprueban más sus propuestas, según un sondeo del «New York Times» y la CBS).

La aprobación del presidente ha descendido estos días al 40%, su nivel más bajo desde que alcanzó la Casa Blanca (tras la muerte de Bin Laden estaba en el 53%), mientras que el rechazo a su gestión se encuentra en el 51%, según las últimas cifras de Gallup. El presidente ciertamente tiene margen sobre el que construir su candidatura, con apelación a votantes de centro e independientes, pero también es cierto que la sombra de Carter ha comenzado a pisar a Obama.

Su suerte es que, además de que su listón de popularidad dista del pésimo 28% que tenía Carter a la misma altura de mandato, nadie va a disputar a Obama la nominación demócrata. Aunque hay sectores del partido, airados por la claudicación ante el Tea Party, que desearían posturas más izquierdistas, «dos factores impiden una alternativa: la probabilidad de que cualquier reto acabará ayudando a un Partido Republicano radicalizado y el factor de que Obama es negro (cualquier demócrata que le desafiara seguramente encontraría una intensa oposición desde la base afroamericana del partido)», ha escrito el columnista de «The Washington Post» Harold Meyerson.

Debilidad y rivales Carter tuvo que competir en las primarias contra dos rivales, Ted Kennedy y el marginal Jerry Brown. En su pulso con Kennedy, a Carter le benefició lo que luego acabaría hundiéndole: los rehenes en Irán. La crisis estalló en noviembre de 1979 y el patriotismo inicial que llevó a cerrar filas en torno al presidente se produjo justo cuando al comienzo de 1980 arrancaban las primarias. Con una popularidad que entonces subió por encima del 60%, Carter se impuso en todas las convocatorias celebradas hasta que comenzó a crecer la impaciencia por la falta de una salida a la crisis y el 24 de abril se produjo el frustrado intento de rescate. Tras ese revés, Kennedy solo logró imponerse en las últimas primarias del calendario. Con todo, sumó 7,3 millones de votos (37,5%), frente a los 10 millones de Carter (51,13%). El «león del Senado» no tiró la toalla hasta el penúltimo día de la convención demócrata. Debilitado por todo ello, Carter sucumbió ante Reagan en unas elecciones con un tercer candidato alternativo, John Anderson.

La malévola mención a Carter ha ido acompañada con referencias en el seno del Partido Demócrata a que la «presidenta Hillary no habría tenido tanta dificultad en un acuerdo sobre el límite de deuda; los Clinton inventaron la triangulación», como ha dicho «The Wall Street Journal». No es que la secretaria de Estado esté revisando su negativa a optar a la presidencia (sigue en pie su intención de dejar la Administración tras las próximas elecciones), pero el argumento contribuye a hacer más vulnerable a Obama.

Mientras tanto, según reconoce David Sanger, jefe de la delegación del «The New York Times» en Washington, los últimos días «han mellado la autoridad global del presidente Obama, que fue celebrado en el extranjero cuando llegó a la presidencia como alguien que pondría fin a una era unilateralismo estadounidense».