¿Por qué los que profesan religiones que pregonan el amor son proclives a creerse dueños de la verdad y los más difíciles, en conjunto, para encontrar soluciones a los problemas planteados, pues a la terquedad habitual se une el creerse protegidos por un Dios propiedad de una religión, de un grupo, de una persona? ¿Por qué cuando más se multiplican los cursos y seminarios sobre manejo de conflictos estos desbordan los ámbitos familiares, empresariales, estudiantiles, políticos, provinciales, mundiales?

Las preguntas aparentemente dispares pueden multiplicarse casi hasta el infinito. Algunas pistas, sin embargo, pueden llevarnos a comienzos de solución. Hemos forjado nuestros propios conflictos. Tenemos los conflictos que nos merecemos. Asumir nuestra responsabilidad en ellos nos podría conducir a solucionarlos y a no cometer los mismos errores. La capacidad de escuchar, es fundamento de ese camino. Escuchar supone empatía, meterse en los problemas, angustias, alegrías, del otro, todo otro: personas, grupos, ciudades. Dice al que es escuchado que realmente es importante. Que se le puede dedicar tiempo y espacio para entender y comprenderlo. Y ese reconocimiento inicial allana el camino a posibles soluciones y da la capacidad de aceptar negativas y rechazos porque primero hemos sido respetados. Parecería que escuchar con respeto y asumir con dignidad las propias decisiones y errores, sin decir que todo es consecuencia de decisiones erróneas de los demás, es uno de los pilares en la construcción del tejido social. Otros pilares demandan la participación de los involucrados en las decisiones que los afectan, la comunicación efectiva, las acciones oportunas, pero saber escuchar es la tierra fértil de decisiones y acciones emprendedoras y eficaces.

Un maestro de meditación, Swami, me hizo llegar el siguiente relato. Cuentan que un sabio preguntó: ¿Por qué la gente se grita cuando están enojados? Porque perdemos la calma, fue la respuesta. –Pero... ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? Preguntó el sabio. –¿No es posible hablarle en voz baja?

Finalmente explicó: Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Y el sabio preguntó: –¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran?

Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente, porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña. Y si están más profundamente enamorados, no hablan, solo susurran y se vuelven aún más cercanos en su amor.

Finalmente no necesitan siquiera susurrar, solo se miran y eso es todo. El sabio recomendó: Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta, que no encontrarán más el camino de regreso.

Los problemas personales, los conflictos entre naciones, las discrepancias religiosas, suelen tener raíces similares aunque crezcan en contextos diferentes. Descubrir lo que nos une en medio de lo que nos separa, hacer del otro un adversario respetado en vez de un enemigo a quien se insulta, puede desencadenar la creatividad necesaria para un actuar conjunto y encontrar cauces para soluciones más satisfactorias.