El nuevo Gobierno libio comienza a gestionar la tarea descomunal de construir un país asolado por la negligencia, la arbitrariedad y cuatro décadas de saqueo oficial de los ingentes recursos petrolíferos.
Pero con
el fugitivo Muamar el Gadafi todavía al frente de sus fuerzas armadas, según
aseguró la OTAN, el camino está sembrado de minas económicas, políticas y
también diplomáticas. Si el déspota no sigue los pasos de sus colegas tunecino
y egipcio -la huida al extranjero o el procesamiento judicial-, muy pocos
respirarán tranquilos. De ahí la indignación que el Consejo Nacional de
Transición (CNT), el Ejecutivo de los rebeldes, transmitió al Gobierno
argelino después de que este acogiera el lunes en su territorio a la esposa de
Gadafi y a tres de sus hijos. Argel trató de rebajar la tensión. Medios de este
país aseguraban que el Gobierno entregará al Tribunal Penal Internacional al
sátrapa si pisa suelo argelino.
La
acogida a los parientes de Gadafi es una "agresión" a Libia, según el
CNT. Y una cuestión de la "sagrada hospitalidad" que impera en el
desierto, a juicio del embajador argelino en Naciones Unidas, mencionado por la
BBC. El diario argelino Echorouk, citando fuentes oficiales, informaba el
martes que el presidente Abdelaziz Buteflika ha asegurado a su
Gabinete: "Si Gadafi intenta entrar en Argelia... será detenido y lo
entregaremos al Tribunal Penal Internacional de acuerdo con los convenios
internacionales". En cuanto a los familiares -"todos unos
criminales financieros", los definió el vicepresidente del CNT, Abdelhafiz
Ghoga-, el periódico apuntaba que no podrán abandonar la zona desértica en la
que se encuentran. El Ejecutivo insurgente reclamará su
extradición. "Pedimos al Gobierno argelino que se asegure de que la
presencia de esta gente no supone una amenaza para Libia. Esperamos que sean
entregados...", declaró en Bengasi Mustafá Abdel Yalil, presidente
del Consejo.
Las
relaciones diplomáticas entre Trípoli y Argel, la única capital del norte de
África que no ha reconocido la legitimidad del CNT, eran muy aceptables en los
años setenta, cuando Libia respaldaba al Frente Polisario saharaui. Se
torcieron en la década siguiente tras la firma de un tratado entre el régimen
de Gadafi y el rey de Marruecos -rival acérrimo de Argel y enfrentado al
Polisario por el dominio del Sáhara Occidental-, para que las aguas volvieran a
su cauce hace dos décadas.
Sin
embargo, desde que se desató la revuelta en Bengasi, las autoridades rebeldes
han denunciado repetidamente el respaldo de Argelia al aparato militar de
Gadafi, mientras el Gobierno de Buteflika insistía en que el alzamiento libio
está conducido por extremistas islámicos y que Al Qaeda no era ajena a la
revuelta. Ahora, los vínculos entre ambos Estados atraviesan horas muy
bajas. Las especulaciones sobre el cierre de la frontera entre ambos
países se suceden. Como son continuos los ultimátums que los dirigentes
insurrectos envían a los mandos militares de Gadafi. Esta vez con fecha fija.
Si no
hay indicios de que los leales al dictador se rinden antes del sábado en Sirte,
ciudad natal del dictador, y en otros lugares, especialmente la región de
Sabha, 600 kilómetros al sur de Trípoli, "decidiremos este asunto
militarmente", advirtió Abdel Yalil.
Con las
instalaciones petroleras, que aportan el 90% de los ingresos públicos, dañadas
-será necesario más de un año para que funcionen adecuadamente-, con buena
parte de la población armada y sin instituciones todavía en marcha, el
potencial conflictivo en Libia es inmenso. Y todo se agrava porque el autócrata
y sus hijos Mutasim y Jamis, jefes de las fuerzas armadas gadafistas, andan en
paradero desconocido. Varias veces se ha anunciado la muerte de Jamis,
pero la OTAN no lo confirma. Y las declaraciones de los jefes rebeldes a
este respecto carecen de credibilidad, incluso para los ciudadanos que apoyan
la revolución.
Y
mientras la mayoría de los seis millones de libios se preparaban para pasar el
tórrido Ramadán y compraban haciendo colas considerables para el Eid el Fitr
-los tres días de fiesta que siguen al mes sagrado, que concluyó anoche- más
feliz de su vida, la policía comenzaba a patrullar calles, las autoridades
rebeldes anunciaban que pronto se abrirá el aeropuerto de la capital para la
ayuda humanitaria y el puerto funcionará muy pronto con normalidad. Para
algunos millares, que buscan a parientes desaparecidos, serán jornadas tristes.
Los hallazgos macabros florecen. Las autoridades rebeldes aseguran que se
han descubierto cuatro fosas comunes en el sur de Trípoli, y el coronel Hisham
Buhagiar aseguraba que 50.000 personas han muerto desde que el 17 de febrero
estallara el alzamiento.
**Juan
Miguel Muñoz, Trípoli / El País de España | Elespectador.com