No es la gigantesca ineficiencia. Ni el jalabolismo rampante y desvergonzado que desde el poder se fomenta. No. Lo que hace que todavía algunos se opongan a este gobierno maravilloso son los medios de comunicación y su inmarcesible, maligna e interesada campaña. Nosotros, los pobres manipulados, estaríamos ahora vestidos de rojo, escribiendo sobre las bondades del régimen (y si la tarea es demasiado cuesta arriba siempre está la alternativa de burlarse de quienes se le oponen) y gritando vivas al líder si no fuera por el lavado de cerebro al que diariamente nos someten la televisión y la prensa escrita.

Curiosamente, nuestra mente selectiva y obtusa, permeable para cierto tipo de propaganda pero insensible para otra, no se deja convencer por la otra propaganda, la omnipresente, la que está en todos lados: sopotocientas cuñas del Gobierno a toda hora, camiones de basura que dicen que con el gobierno bolivariano Caracas decidió cambiar (¡qué simbólico que aseguren _una gran verdad lo del cambio de Caracas_ eso desde un camión de basura!), patrullas con la cara de Chávez, camiones de gasolina y ambulancias con propaganda gubernamental, un afiche gigantesco en el INCE, paredes pintadas, más afiches, Pdvsa es de todos, el Teresa Carreño es de todos, La Estancia es de todos...

Pero no es suficiente, nunca lo es. A pesar del bombardeo, las campañas mediáticas en contra del Gobierno siguen desorientando a algunas personas como nosotros, los débiles de carácter. Lo dijo el Presidente en su programa, ese que ni siquiera tiene horario (porque empieza y termina cuando le da la gana): "Si no fuera por los medios de comunicación el apoyo a este gobierno sería de 90%". Para qué ponerse a buscar enrevesados motivos si es tan fácil echar la culpa a un elemento externo. Tarde o temprano terminará por anunciar que dos y dos son cinco, como en la novela de Orwell, y habrá que creerle.

Un país sin medios de comunicación. No es la primera persona a la que se le ocurre. O mejor aun: que haya periódicos pero que todos sean tipo Vea, que existan canales de televisión siempre y cuando sean tan objetivos como el Canal Ocho.

Sería el mundo feliz de Huxley. Ni a diez por ciento llegarían los inconformes, los irremediablemente ciegos. Si el Instituto Nacional de Estadística y Maquillaje fue capaz de reducir el desempleo en un país donde lo único que prolifera es el buhonerismo, seguramente no tendrá ningún problema en elaborar encuestas que sean del gusto del jefe. Y sí, noventa por ciento de aceptación sería demasiado poco. Más del noventa y nueve es lo que se merece un régimen tan eficiente, tan conciliador, tan buena onda. Algo así como lo que obtenía Saddam Hussein en las libérrimas elecciones iraquíes.