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24/02/2006 | La independencia americana

Sergio Aguayo Quezada

Hay épocas en que la historia sorprende con arabescos insólitos. Cuando nadie le disputa la preeminencia militar, disminuye la influencia de Estados Unidos en una América Latina que se distancia y desplaza hacia la izquierda mientras la potencia lo hace en dirección opuesta. La relación se va haciendo cada vez más disfuncional y se prefigura en el horizonte una nueva independencia americana.

 

La coyuntura actual se inició en los años ochenta, cuando el Washington de Ronald Reagan rediseñó su política exterior para reformar estructuralmente las economías y afianzar la democracia electoral y los derechos humanos. Los éxitos alcanzados en América Latina terminaron revirtiéndosele porque el neoliberalismo económico trajo un costo social enorme que atizó un resentimiento contra Washington forjado en la historia; y porque la ola democratizadora ha blindado de legitimidad a los gobernantes de esa nueva izquierda latinoamericana que se deslindan, sin romper del todo, de Estados Unidos.

Si sobresale tanto el rojo creciente de la América Ibérica es porque Estados Unidos se ha ido desplazando hacia una derecha cerril que pregona con enorme arrogancia su pretensión de ser los garantes de la paz mundial y la democracia, de tener derecho a decidir cuándo y cómo usar la fuerza militar o la tortura y de separar, en suma, a los buenos de los malos. Peter Hakim sintetiza esa actitud en un ensayo para Foreign Affairs (enero/febrero 2006) sobre las deterioradas relaciones con el hemisferio occidental: Washington "rara vez consulta con otros, acepta compromisos con dificultad y reacciona mal cuando otros lo critican o se le oponen".

La derechización estadounidense es estructural; surge del avance incontenible de un conservadurismo social que se aleja de principios universalmente aceptados. Si tomamos a la racionalidad como uno de los métodos para evaluar la legitimidad de la acción pública -criterio implícito en el ideario de la Revolución Francesa- Estados Unidos retrocede porque, según algunas encuestas, la mitad de la población respalda al movimiento religioso que está expulsando de las aulas las tesis de Darwin sobre la evolución. Resulta sorprendente que el país con una comunidad científica que ha recibido 224 de los 509 premios Nobel de medicina, física y química, esté educando a una parte de su juventud con explicaciones provenientes de una religiosidad fundada en la lectura literal de las Escrituras. Esa irracionalidad se proyecta en la política exterior ahondando la brecha entre la superpotencia y buena parte de la humanidad; y eso explica la paradoja de que el país más poderoso militarmente, vaya perdiendo su influencia.

Las ciencias sociales permiten cuantificar las consecuencias de los fenómenos descritos anteriormente. El 86% de los latinoamericanos, según una encuesta de Zogby citada por Hakim, desaprueba la forma en que Washington maneja su política exterior. Canadienses y mexicanos estamos unidos a la potencia por geografía, comercio y migración pero coincidimos en el rechazo sobre los modos como se comporta el vecino. Encuestas de Pew y Ekos dicen que en 2002 Canadá y México tenían una opinión favorable de 64 y 72 puntos respectivamente y que en 2005 andaba en 36. ¡Una caída de una treintena de puntos en tres años!

El distanciamiento se formaliza en acciones tomadas por los gobiernos. De los 34 países que tiene América Latina y el Caribe sólo siete respaldaron a Washington en su aventura en Irak; la potencia fue derrotada en la selección del último secretario general de la Organización de Estados Americanos; y Brasil y Argentina se han liberado del yugo del Fondo Monetario Internacional que fue el instrumento usado por Washington para imponer las políticas neoliberales.

Cuando América repudió al colonialismo, el continente fue gradualmente cayendo en las reglas de una dominación diferente; se le conoce como "imperialismo anticolonialista" porque, salvo en ocasiones estratégicamente determinadas, Estados Unidos se abstuvo de ocupar territorios. Dos siglos después se gesta una independencia que rechaza los absolutos y se mueve por aproximaciones y experimentaciones mientras observa modelos alternativos. Es un momento peculiar porque en América desembarcan actores hasta ahora ausentes; como el dragón chino que busca asegurar la energía y las materias primas que exige su insaciable economía.

Es hasta cierto punto normal que la Europa rechazada recupere su atractivo por el énfasis en la protección social, porque la integración económica ha estado acompañada por subsidios a los países menos desarrollados y por el compromiso con la dignidad. Mientras quienes gobiernan al país de Eleanor Roosevelt y Martin Luther King recortan el manto que protege los derechos humanos, la vieja Europa se recompone y responde al escandaloso trasiego de prisioneros hecho por la CIA con una política enunciada en una frase del canciller austriaco, Wolfgang Schüssel: "No puede haber doble rasero. Los derechos humanos son indivisibles". Las nueve palabras resumen un ideal milenario que pareciera estar al alcance de la mano en el siglo recién iniciado.

Imposible pronosticar las múltiples combinaciones que tejerá la historia. Por ahora las tendencias son claras: América está en ebullición y se distingue un afán independentista frente a la potencia que, entretanto, se encierra construyendo murallas; tal vez lo hace como un reflejo inconsciente de quien desea disimular la irracionalidad que va desfigurando sus entrañas y su esencia.

El Pais (Es) (España)

 



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