Erdogan ha dado un giro a la política exterior de Turquía, país que, desde Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la república laica, siempre había mirado a Occidente. ¿Qué explica entonces el renovado interés turco por Oriente Medio: el islamismo o el rechazo de Europa? Los críticos de Ahmet Davutoglu, ministro de Asuntos Exteriores, al que en Ankara se le atribuye el giro, prefieren subrayar el islamismo.

Turquía sigue llamando a la puerta de la Unión Europea. Pero las puertas de la comunidad siguen cerradas, a pesar que en el año 2005 se aceptó que Turquía fuera considerada candidata al ingreso. Por ello no parece descabellado suponer que el giro turco tenga una relación con la negativa de europea. Ahora bien, el cambio de política exterior también tiene otras explicaciones. Turquía no es Occidente, pero es miembro de la OTAN. Es parte de Oriente Medio, pero no es árabe. Y es islámica, pero también es una república laica. Es decir, Turquía, además de ser una potencia emergente, ocupa un lugar de suma importancia estratégica, a caballo de dos continentes y con un pasado que se remonta al imperio otomano, que se extendió por Europa, África y Asia, hasta desintegrarse a principios del siglo XIX.

Los partidarios de Erdogan dicen que su interés por Oriente Medio y el Cáucaso no aleja a Turquía de Europa, sino que pretende convertirse en un atajo hacia Bruselas, ya que demostrará el creciente valor estratégico del país, bien como mediador en Oriente Medio, bien como plataforma para el suministro de petróleo y gas natural a los europeos. Pero la apuesta también es arriesgada. La primavera árabe ha puesto a Turquía y su modelo como un ejemplo que imitar por los países árabes que ahora se sacuden el yugo autocrático. Turquía es una prueba de que el islamismo moderado y la democracia no son incompatibles. Pero la tensión con Israel, con quien ahora ha reducido sus relaciones al mínimo, despierta el escepticismo entre los gobiernos de la región aunque en la calle árabe todos aplaudan.