Ahora Obama tiene ante sí dos caminos posibles a seguir: o se decide por el que le acrecentará los votos que provienen de la poderosa comunidad judía que se asegura con el tan anunciado veto en el Consejo de Seguridad (CS) si los palestinos obtienen los nueve votos necesarios para ser admitidos en la ONU como estado miembro pleno. O, consciente de esa espiral de entusiasmo y esperanza que despertó con sus cautivantes discursos del 20 de enero de 2009 en un día frío en Washington cuando juró como presidente y los que le siguieron en El Cairo, en Praga y en tantos otros sitios (que le catapultaron al Nobel de la Paz) se decide por preservar la seguridad en su nación y la paz en el Medio Oriente.

Ni hace falta ser experto en política internacional ni protagonista directo del larguísimo conflicto palestino-israelí para temer –sobre una base de cierta “lógica”– que el veto estadounidense en el Consejo de Seguridad se mirará como un desprecio al pueblo palestino, paria en su propia tierra. Y ese desprecio, siguiendo esa lógica a la que se viene acostumbrando la “comunidad internacional” (¿qué colectivo será ése, tan mencionado?) será un dardo que perforará la tensa vigilia palestina (y de una mayoría importante de miembros de la ONU). Una vigilia así perforada desatará hechos de violencia. Que nadie se llame a engaño: cuando una esperanza tan consolidada y tan bien expuesta por las autoridades palestinas en la Asamblea General de la ONU y en la petición de ser reconocidos como nación es desbaratada brutalmente con ese irritante privilegio del veto en el Consejo de Seguridad, la herida sangra de inmediato. La impotencia de alcanzar el estatus pretendido en ese foro de la ONU por imperio del veto abrirá compuertas hacia acciones que harán peligrar la muy precaria paz, nuevamente, en la región del Este del Mediterráneo.

Malo es que razones de política interna (electorales) de un país líder, y nada menos que integrante de ese heterogéneo Cuarteto para la Paz en el Medio Oriente (ONU, Rusia, EEUU y Unión Europea) prevalezcan sobre el interés mundial y el destino de dos pueblos: el palestino, en la clamorosa búsqueda de su afirmación como nación independiente, y el de Israel, necesitado de que se le asegure una convivencia pacífica con todos sus vecinos con los que deberán establecerse fronteras reconocidas internacionalmente. El veto dañará al tan zarandeado e ineficiente proceso de paz. En rigor, dañará a las dos partes, aunque desde el influyente lobby judío estadounidense se piense que es una concesión a su favor y de Israel. Un veto peligrosísimo. Arma de doble filo.

Los votos del electorado estadounidense que aspira obtener Obama los conseguiría en mayor grado si transmuta esa debilidad humana que transa con grupos de poder y se decide por asumir en plenitud su condición de estadista. Sus decisiones son tan necesarias para su país como para ese mundo hostil que mira a los Estados Unidos con desconfianza permanente. Y no de ahora, se sabe. Tanto por lo que hace (guerras e intervenciones en cualquier lugar del planeta) como por lo que omite: actuar efectivamente –desarmado– en favor de la paz.

Analista político argentino.