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02/03/2006 | ¡Viva el capitalismo!

Pedro Schwartz

El Gobierno español está haciendo el ridículo con su empeño de interferirse en las opas que Gas Natural y E. ON han planteado a Endesa.

 

Sólo políticos de hojalata, que pretenden crear campeones nacionales que no sean deportistas, defender industrias estratégicas otras que militares, o ejercer el principio de autoridad en lo que no es su casa pueden pensar que la compra de una eléctrica europea por otra eléctrica europea sólo puede llevarse a cabo si el Gobierno de Madrid lo permite. No están solos, no, los señores Zapatero y Montilla en su actitud nacionalista: el primer ministro francés, monsieur Villepin, hablando también de defender intereses estratégicos y de reforzar la vocación industrial de Francia, ha forzado la fusión de Gaz de France y Suez, para evitar que la compañía italiana Enel comprara esta última. El primer ministro de Italia, Berlusconi, había pedido antes al Gobierno francés que mantuviera la neutralidad en ese asunto, sin duda olvidando la feroz negativa de las autoridades italianas (y no sólo el signor Fazio, desprestigiado ex gobernador del banco emisor) a permitir la compra de establecimientos financieros por extranjeros. A la inversa, Montilla calla y otorga ante los planes recién anunciados por la española Ferrovial de añadir los tres aeropuertos de Londres a los cuatro que ya tiene en Inglaterra. Todos estos señores parecen creer que un país se beneficia económicamente cuando adquiere una cartera de activos en el extranjero y se perjudica si menudean la inversiones extranjeras. Cualquier persona ducha en los negocios podría advertirles que lo importante no es el control del mercado, sino la cuenta de resultados, que refleja si el negocio es bueno para todos, accionistas, clientes, trabajadores. Son muchas las fusiones de compañías que acaban mal.

Ante los decretos retroactivos del ministro Montilla, que aún cree que blande la vara alta de alcalde de Cornellà, un español interesado en la prosperidad de su patria debe hacerse las siguientes preguntas: ¿Ganará el Gobierno español esta batalla tan mal planteada? ¿Son legales los decretos obstruccionistas del Gobierno? ¿Son éticas esas medidas? ¿Favorecen la tan mentada agenda de Lisboa, cuyo objeto es hacer más competitiva la economía europea? ¿Se beneficiará de todo ello la economía española? Estas preguntas no tienen sentido para un nacionalista enragé,sea español o catalán, aunque sí para un patriota. Ya sé que en Catalunya casi nadie entiende esta distinción, pues es creencia general que todo el mundo es por fuerza y aun sin saberlo nacionalista, sea castellano, vasco, francés o ruso. El nacionalismo es una enfermedad de los sentimientos, un sueño de la razón. Las personas verdaderamente interesadas por el bienestar de su país sopesan cuidadosamente los pros y los contras de cualquier medida o acción colectiva y no se ciegan porque las aplauda una afición fanatizada.

Sin duda el Gobierno habrá examinado si son legales sus arbitrios y si evitará ser condenado por el Tribunal Europeo. Pero no creo que se haya planteado siquiera si es ético que una autoridad política enturbie una transacción comercial sobre cuya conveniencia deberían decidir los dueños de las acciones. Los pensionistas de EE. UU. e Inglaterra, los inversores españoles, que han comprado Endesas porque les parece un valor sólido y prometedor, tienen derecho a realizar la totalidad de ese valor según lo determine el mercado. Tan arbitraria interferencia es un baldón para España, más digna de regímenes peronistas o bolivarianos que de un Estado de derecho.

Las preguntas sobre la agenda de Lisboa y la ventaja para España hablan no tanto a la conciencia como a la bolsa. La Unión Europea se encuentra en un momento de confusión, por lo que respecta a su futuro político y su prosperidad económica. Son muchos los que lamentan el no al proyecto de Constitución. Otros muchos justifican su no por la inquietud que les produce la rápida ampliación a veinticinco y pronto veintisiete miembros. Pero pocos son los que trabajan verdaderamente por realizar ese mercado único cuyas bases se colocaron en el tratado de Roma en 1957. En vez de esos intentos de construir una unión política que se proteja del mundo exterior y pueda mirar de tú a tú a los norteamericanos, mejor sería procurar que las mercancías, los capitales, los servicios, las personas, pudieran de verdad libremente moverse por toda la Unión e instalarse donde les pluguiera. Pero no: el mercado de productos agrícolas sigue sesgado por las subvenciones; es carísimo remitir fondos de un Estado miembro a otro; la directiva para liberar los servicios acaba de fracasar; los títulos de un país no valen en otro; y todos están aterrados por la llegada del fontanero polaco,menos quienes usan sus servicios. Las medidas de Zapatero y Montilla contra la inversión extranjera son contrarias al espíritu del tratado de Roma. No puede el ministro Montilla sostener con seriedad que la compra de Endesa por E. ON "pone en riesgo el suministro de la población", es "contraria al interés general" y "no garantiza el adecuado mantenimiento de los objetivos de la política energética" de España, por citar el texto legal que quiere aplicar, y en cambio que la compra por Gas Natural no. No entiendo cómo calla el vicepresidente del Gobierno, Pedro Solbes, antiguo responsable económico de la Comisión Europea. ¿Es pusilanimidad o es vergüenza? Ya les decía yo que el Gobierno entero estaba empezando a hacer el ridículo. Cornellà contra el capitalismo: ¿quién ganará?

La Vanguardia (España)

 



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