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12/03/2006 | La pica de la izquierda

Fernando Berckemeyer

"La situación de los pobres no cambiará porque se empobrezca también a los pocos que tienen capital"

 

El rebrote en América Latina de lo que se podría llamar en puridad como la izquierda necia --la que, a diferencia de un Lagos o un Lula, no ha aprendido nada y sigue repitiendo las mismas fórmulas que tan estrepitosamente fracasaron en el pasado-- ha encontrado en el indigenismo al aliado ideal para echar fuego sobre el ya de por sí confrontacional discurso marxista.

No se trata de un recurso nuevo: la izquierda latinoamericana del siglo XX también hermanó a su discurso el de "las razas indígenas explotadas".

Pero sí que es uno astuto: nada más apropiado para sumar fuerza a la lucha de clases que una u otra forma proponen todas las variantes del marxismo que sobreponerle la lucha de razas que subyace al discurso indigenista.

La condición del pobre, después de todo, nunca es tan íntima como la que da la raza. Un pobre --al menos teóricamente-- siempre puede dejar de serlo y seguir siendo él mismo. El blanco, el indígena, el chino o el que sea, en cambio, se sabe intrínseca e inamoviblemente tal. Pertenecer a tal o cual raza no es cuestión de condiciones externas --no significa estar en tal o cual situación--, es cuestión de características (biológicas) internas --de ser tal o cual cosa.

Ergo, por mucho que perturbe ser discriminado a causa de ser pobre nunca nos molesta tanto como serlo por el color de la piel que nos cubre. Lo segundo es, como se suele decir coloquialmente para calificar a los pleitos que prometen ser encarnizados, más "personal".

Insuperable, pues, la pica que han escogido gentes como Hugo Chávez, Evo Morales y los hermanos Humala para agitar a ese toro nervioso que puede ser la multitud. Insuperable, especialmente si se toma en cuenta que hay mucha carne, por seguir con el lenguaje taurino, en la que pueda penetrar esta pica. Porque, hay que decirlo, es verdad que en Latinoamérica los pobres y los que tienen más de indígena dentro ese grupo de mestizos que, digan lo que digan los indigenistas, los latinoamericanos somos, tienden a coincidir.

Ahora bien, como la de todo ruedo, esta pica no podrá servir para más que agitar y abrir heridas. De nada sirve mover a "los de abajo" con pretensiones reivindicacionistas mientras que no exista un amplio "arriba" hacia el cual subir. Y no habrá un "arriba" al cual subir mientras que no haya un verdadero y continuado 'boom' de inversiones que generen cada vez más riqueza y, consiguientemente, oportunidades. Es decir, exactamente el tipo de crecimiento real que hacen imposible las prédicas anticapital de todos los antes nombrados.

Ciertamente, la situación de los pobres de Latinoamérica no cambiará porque se empobrezca también a los pocos que tienen capital en la región. Sea a través de más impuestos para un mayor gasto público o de nacionalizaciones, la repartija no alcanzará más que para igualar hacia abajo a todos, como de hecho, no alcanzó para otra cosa en los tantísimos regímenes estatistas que hemos tenido.

Así de sencillo y así de terrible para los pretendidos magos de esta izquierda radical: antes que discutir cómo debe estar distribuida la torta, debe haber torta. Mientras no la haya, los nuevos incendiarios latinoamericanos no lograrán con su prédica de revancha de razas más que agregar odio a la miseria material de aquellos a quienes dicen defender.

El Comercio (Ecuador)

 



 
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