Los petrodólares en Venezuela han sido usados para comprar votos y apoyo popular. En Nicaragua Chávez le ha ofrecido al líder Sandinista Daniel Ortega petróleo barato. En Brasil ha apoyado al Movimiento de Trabajadores Sin Tierra que quiere lograr una redistribución de tierras dramática. En Bolivia Morales hasta lo llama “mi comandante”. En Colombia Chávez parece tener una preocupante relación amigable con las FARC. En Ecuador, según reportó El Comercio, miembros de un movimiento de izquierda han recibido entrenamiento de armas en Venezuela. En Argentina ha comprado 2.3 mil millones en bonos de gobierno y ahora se propone comprar bonos brasileños y ecuatorianos. Jorge Castañeda, anterior ministro de relaciones exteriores mexicano dijo, “Chávez está preparando una campaña a través de toda América Latina para infiltrarse en los procesos electorales de Bolivia, Colombia, México, y Nicaragua”.

El Sr. Antiimperialismo debería mirarse en el espejo antes de hablar: financia movimientos políticos, se embarca en un proyecto de integración energética de Sudamérica y el Caribe, manda sus “misiones” de doctores y profesores cubanos, compra considerables sumas de bonos de otros países sudamericanos, anuncia una campaña de militarización y compra de armas, y demás aventuras. Todo esto sin que nadie se preocupe de que tal vez, el presidente venezolano está metiendo sus manos más de lo debido en los asuntos internos de otros países.

Y es que por más altruista que suenen estas acciones, no son nada más que favores (hechos con dinero ajeno, el de los venezolanos) que esperan algo a cambio. Los doctores y profesores cubanos no son mandados por Castro debido a su buena voluntad, sino porque él quiere petróleo barato y divisas a cambio. Chávez puede que compre bonos argentinos para librar a Argentina de su deuda con el FMI, pero sin duda tal transacción compra influencia en la Casa Rosada.

Para encariñarse con la izquierda internacional y para tener qué carta jugar a nivel nacional luego de que se le agotó el juego de irritar a la oposición, Chávez ha recurrido a una táctica de bajo riesgo y alto retorno—culpar a EE.UU. Siempre ha resultado fácil para los políticos latinoamericanos culpar a EE.UU. de todos los males que ellos en gran parte han causado y no han podido solucionar. Pero el discurso de “yo no fui” ya suena a disco rayado y la gente se va a cansar de oírlo.

Con la excusa—sin fundamento alguno—de que EE.UU. va a invadir a Venezuela, Chávez se ha propuesto armar hasta dos millones de venezolanos. Él ha acusado a EE.UU. de querer asesinarlo, derrocarlo y hasta de querer invadir Venezuela. Pareciera que Bush y Condoleeza pierden sueño por Chávez cuando en Washington el enfretamiento entre Venezuela y EE.UU. se ve como una completa ficción creada por Chávez. “El enfrentamiento entre Washington y Caracas es cosa de Caracas. Nosotros estamos dispuestos a hablar con Venezuela. Pero el Gobierno de Venezuela ha tomado la decisión estratégica de no hablar”, dijo Thomas S. Shannon el Secretario de Estado Adjunto para América Latina.

La estabilidad regional, a la cual Chávez quisiera ponerle fin, ha permitido mejorar la calidad de vida de los latinoamericanos y simultáneamente, una mayor integración a los mercados del mundo. Que se le engorde la vista a unos cuantos con los petrodólares podrá causar la subida al poder de algunos líderes populistas, como Morales en Bolivia, pero si el pasado nos ha enseñado algo, tales líderes suelen caer por su propio peso.

El principal problema con este tipo de estrategia es que depende mucho del precio del petróleo, el cual Chávez nunca podría siquiera soñar con controlar. Y dada la volatilidad del precio del petróleo, la petrodiplomacia construye castillos a base de naipes.

Lo mejor que nos puede pasar a los latinoamericanos, después de volvernos más productivos, es que caiga el precio del petróleo y se le acaben los petrodólares a Chávez.