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31/03/2012 | Balance del viaje del Papa

Joaquín Roy

Juan Pablo II reclamó que el mundo se abriera a Cuba y que Cuba se abriera al mundo. Está por ver si la segunda condición, a la vista de las reformas recientes, ha sido cumplida por Raúl Castro. Fidel sigue moviendo hilos en la sombra. El Papa, al reunirse con él, lo habrá comprobado. Todavía es pronto para ver si los deseos de Benedicto XVI para que tanto Cuba (su sistema político) como el mundo (su sistema económico) cambien.

 

Un obstáculo para un notable impacto de la visita papal reside en que la comunidad internacional (el “mundo”) tiene un consenso sobre la evolución de Cuba. Desde Bogotá al Potomac se ha estado dando prioridad a la estabilidad. Elusiva la "democracia", se ha optado por la "seguridad". Impera una cierta dosis de orden en la transición que el gobierno de Cuba niega.

Cuba está anclada ventajosamente en América Latina. Mantiene relaciones diplomáticas con todos los países, y disfruta de cerradas alianzas económicas y políticas con algunos (los miembros del ALBA). El ejercicio anual de la Asamblea de las Naciones Unidas contra el embargo ya no es noticia. La efectividad del mismo está zapada porque Estados Unidos es el cuarto socio comercial de Cuba. Para equilibrar, ya ni se insiste en la condición de la invitación para asistir a la cumbre hemisférica a celebrarse en Cartagena de Indias. Cuba se niega a regresar a la OEA y Obama evita la patata caliente.


Desaparecida Cuba como amenaza, Washington solamente teme el estallido de enfrentamientos internos y la connivencia en provocar un nuevo éxodo descontrolado al estilo del Mariel de 1980 o los balseros en 1994. En paralelo, al otro lado del Atlántico, la Unión Europea mantiene la Posición Común, pero apenas sin efectividad, ya que cada uno de los países mantiene sus propias relaciones. “Más vale no meneallo”, dicen popularmente. Benedicto XVI lo sabía bien antes, durante y después de su viaje.


Ya ejecutado el guión pactado por ambas partes, ¿debió el Papa reunirse con la oposición cubana? Por supuesto que sí, por motivos morales. Pero el “minuto, solo un minuto”, que pidió Berta Soler, líder de las Damas de Blanco, para reunirse con Benedicto XVI, tenía un significado tan fuertemente simbólico y efectivo que nada tiene de extrañar que el régimen cubano se negara a permitirlo y que el Papa no insistiera.


Las prioridades del Vaticano han sido otras. La primera es consolidar la presencia de la Iglesia en Cuba y su evidente mediación y protagonismo en delicadas misiones, como la excarcelación de presos. Paradójicamente, la Iglesia cubana tiene ahora más potencial que antes de la Revolución, en una Cuba laica y con predominio de creencias sincréticas.
Pero no debe minimizarse la deferencia de visitar Cuba. Ha quedado al nivel de México y Brasil, otras de las pocas escalas de Benedicto XVI en América Latina. Nicaragua y República Dominicana, por ejemplo, tienen una identificación más fuerte con el catolicismo, donde la Iglesia Católica es una institución más, quizá de las más fuertes. No por casualidad, el gobierno sandinista actual define a Nicaragua como “cristiana, socialista y solidaria”. ¿Adoptarían la Iglesia cubana y el gobierno ya en la recta final del cambio tal slogan?


Entre los riesgos de forzar una apertura y reforzar su labor de agente de un lento cambio, Roma ha optado por dar al Papa (Raúl) lo que es del Papa, y a Dios lo que es de Dios. Esta es la actuación pastoral de la Iglesia, como precaria representación parcial de la sociedad civil. De ahí que Benedicto XVI, también transición personal, optara la prudencia ante la disidencia. Apostar a más pudo haber resultado muy arriesgado y causar un desastre diplomático.


El Papa dio un ligero rapapolvo al sistema marxista. Fue respondido por Raúl con un desmentido de la falta de efectividad de la solución comunista imperante, ligeramente edulcorada por las reformas. Al tomar el vuelo de regreso a Roma criticó el embargo de Estados Unidos, pero reclamó el derecho fundamental a la libertad de los cubanos. Los duros en La Habana quedaron tan satisfechos como los reformistas.


Catedrático ’Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.


jroy@Miami.edu

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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