Su ironía encerraba una gran verdad: si se busca la victoria, en la guerra no se negocia con el enemigo, sólo se le derrota. Un enemigo que no se siente y se reconoce como verdaderamente derrotado, sigue siendo un enemigo latente. Una gran verdad que tiende a ser muchas veces ignorada. Con la Alemania de entreguerras o el Irak de Sadam Husein en 1991, por ejemplo.

Ignorar que el enemigo sólo es derrotado cuando de verdad se rinde puede generar graves problemas. Por ejemplo, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa ha cursado una invitación al Consejo legislativo palestino ignorando voluntariamente que se está dirigiendo e invitando a los miembros de Hamás, una organización que todavía sigue en la lista de organizaciones terroristas. La reunión, que de no remediarse se celebrará el mes que viene, se ha justificado en el hecho de que los invitados han sido elegidos a través de las urnas, evitando reconocer que el proceso electoral no lo es todo, la ideología de quien sale elegido también cuenta. Y en este aspecto, los representantes de Hamás, aunque se vistan con corbatas de seda italiana, siguen fieles a sus creencias, a saber, que la violencia contra Israel está justificada y que Israel no debe existir.

Para conocer al enemigo no hace falta hablar con él directamente. Por suerte o por desgracia sabemos que hay gentes que están dispuestas a contar y poner por escrito lo que quieren hacer, por muy macabros que sean sus planes. Hitler lo dejó muy claro en «Mein Kampf» y Bin Laden en sus numerosas alocuciones públicas. Desde Al Qaida y su aspiración de recrear el Califato perdido, a Hizbolá y Hamás y sus deseos de destruir a Israel, los planes de los terroristas son patentes y claros. Como también lo es, dicho sea de paso, la hoja de ruta establecida por ETA para la independencia del País Vasco. No nos llamemos a engaño.

Uno no negocia con el enemigo. Negocia con quien se rinde, es decir, con el ex enemigo. Porque las conversaciones se tienen que centrar en construir un orden en el que los vencedores impongan sus criterios y los vencidos lo acepten porque reconozcan que no tiene otra alternativa mejor. Siempre ha sido así en las guerras. Y cuando no lo ha sido, la paz se ha demostrado precaria y causante de males mayores. El terrorismo, es verdad, no presenta una guerra clásica, pero eso no invalida ni la lógica ni las leyes que rigen la victoria. Y eso vale tanto para el terrorismo islamista como para ETA.