Una maqueta de 40 metros de largo reproduce la central hidroeléctrica de Jirau, "un espectáculo de la ingeniería", según el catedrático Ari Ott. Pero su construcción en la Amazonia brasileña sufrió dos largas interrupciones desde 2011, debido a huelgas y espontáneas revueltas obreras.
El
prototipo, que se encuentra en la ciudad francesa de Grenoble, simula en
detalles esta obra para prever y analizar los posibles riesgos, como el intenso
flujo de sedimentos en el río Madeira. Jirau es uno de los dos grandes
complejos hidroeléctricos que se levantan en este curso fluvial en el
noroccidental estado de Rondônia.
Pero
"el modelo no contempla a la gente", por eso no sirvió para anticipar
la rebelión de los trabajadores ante las malas condiciones laborales en la
obra, destacó Ott, profesor de antropología en la Universidad Federal de
Rondônia de Porto Velho, el municipio en el que se asientan las dos
centrales.
Una
sublevación surgida de modo espontáneo en marzo de 2011, al parecer desatada
porque a un obrero le fue negado un transporte para visitar a un familiar
enfermo en la ciudad, dejó como resultado el incendio de casi todos los
alojamientos para los 16.000 operarios y otras instalaciones, además de la
destrucción de 60 vehículos, la mayoría autobuses.
Esa
paralización se convirtió luego en protesta por aumento de salarios y otros
reclamos, como mejor transporte y licencias más frecuentes a los trabajadores
procedentes de zonas lejanas para que puedan visitar sus hogares. Solo tres
meses más tarde se reanudaron gradualmente las obras.
El 3 de
este mes, un grupo incendió nuevamente un tercio de los alojamientos de Jirau,
dejando sin dormitorios a cerca de 3.200 obreros. Pero esta vez los hechos
permitieron identificar a los pocos sospechosos de la destrucción, llamados
"vándalos" por los empresarios y el gobierno. La justicia ordenó
detener a 24 personas.
Este
nuevo ataque incendiario ocurrió luego de una asamblea en la que los
trabajadores de Jirau decidieron poner fin a una huelga que duró 25 días,
mientras que la revuelta de 2011 fue el detonante de un movimiento que paralizó
la obra del complejo hidroeléctrico y también varios otros grandes proyectos de
construcción dispersos por Brasil.
La
violencia ahora fue menos masiva, al parecer desatada por obreros en desacuerdo
con la decisión mayoritaria de la asamblea. "No son radicales, porque no
tienen causa; les gusta el caos", criticó Altair Donizete de Oliveira,
vicepresidente del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Construcción
Civil del Estado de Rondônia (STICCERO).
A causa
de los incidentes, se instaló un refuerzo policial en la planta que probablemente
permanezca por largo tiempo, lamentó el sindicalista.
Las
empresas que construyen la central hidroeléctrica también deberían ser más
rigurosas en la selección de sus empleados, sostuvo Oliveira. Pero "es
difícil hacerlo porque falta mano de obra" y, ante ello, se contrata a
cualquiera que esté disponible, reconoció.
La
agitación de los trabajadores de Jirau, que este mes conquistaron un incremento
de sus salarios de siete por ciento y otros beneficios, se extendió también a
Santo Antônio, la otra mega hidroeléctrica que se construye en el río Madeira,
aunque en este caso sin que se registraran hechos de violencia.
Santo
Antônio disfruta de la proximidad con la ciudad de Porto Velho, ubicada a solo
siete kilómetros, donde viven muchos de sus trabajadores. Por eso solo tiene
que alojar a 2.500 obreros en sus plantas, según Oliveira, a diferencia de
Jirau, que aloja a seis veces más personas y, además, está aislado entre la
selva y el río a 120 kilómetros de la ciudad.
Las
rebeliones y huelgas aumentan la cantidad de trabajadores que prefieren dejar
su empleo y volver a sus tierras. Por Santo Antônio, donde trabajan actualmente
cerca de 15.000, ya pasaron "más de 50.000" desde el comienzo de las
obras en 2008, estimó el sindicalista.
Oliveira
preveía un año atrás que los disturbios se repetirían en Jirau por el hecho de
pertenecer a un consorcio controlado por un grupo extranjero, el franco-belga
GDF Suez.
"Las
empresas brasileñas tienen corazón", las extranjeras razonan solo
técnicamente, comparó, para luego destacar las discrepancias culturales como
factores de conflictos.
Pero
todo indica que las grandes concentraciones obreras en gigantescos proyectos
diseminados por el país están favoreciendo la unión y las actitudes combativas
en busca de mejores sueldos y condiciones.
La
construcción es conocida como un sector en el que se pagan salarios bajos y se
trabaja en condiciones precarias. Pero el rápido aumento de la demanda de
nuevos empleados fortaleció el reclamo y la movilización de estos obreros, que
muchas veces se adelantaron a la estructura de decisión de sus propios
sindicatos, como ocurrió en 2011 en las obras del río Madeira.
Es que
los sueldos no acompañan esa intensa demanda de mano de obra. "Hace
algunos años, un albañil ganaba tres salarios mínimos (equivalente hoy a poco
más de 1.000 dólares), mientras que en la actualidad no se llega ni siquiera a
dos", explicó Oliveira.
Pero
además de las grandes represas hidroeléctricas, en Brasil se construyen cuatro
refinerías de petróleo, dos polos petroquímicos, varios puertos acompañados de
complejos industriales, ferrocarriles, carreteras y canales para transponer
aguas del río São Francisco, que cruza de centro a este el país, para mejorar
el suministro de ese recurso dulce en el semiárido Nordeste.
La ola
de huelgas que acompaña esta fiebre constructora ya afecta también a Belo
Monte, otro complejo hidroeléctrico que solo ahora empieza a levantarse en el
río Xingú, en la Amazonia oriental. Buena parte de sus 7.000 trabajadores
adhirieron a una huelga entre fines de marzo y comienzos de este mes por
mejores condiciones de trabajo, y decidieron reanudarla este lunes 23.
Mientras,
el Complejo Petroquímico de Río de Janeiro (Comperj), que ya emplea a casi
15.000 personas, se ve afectado desde diciembre por huelgas intermitentes en
las distintas empresas encargadas de la construcción.
La
inauguración de este proyecto de la firma petrolera estatal Petrobras, en
construcción desde marzo de 2008 a 40 kilómetros de la ciudad de Río de
Janeiro, ya debió postergarse un año y está prevista ahora para 2014. Su costo
en constante aumento ya se calcula en el equivalente a 20.000 millones de
dólares.
El
Comperj se compondrá de una refinería de petróleo crudo pesado, el que más se
extrae en Brasil, y de plantas para la producción de petroquímicos de primera,
segunda y tercera generación. Se proyecta que generará 200.000 empleos directos
e indirectos.
Sin
embargo, las huelgas y otros conflictos, que incluyen los ambientales, tienen a
mal traer esta obra grandiosa. Se ha retrasado la puesta en marcha de
refinerías que se necesitan con urgencia para reducir las importaciones de
gasolina y otros derivados. Brasil ya es autosuficiente en crudo, pero le falta
capacidad de refinado para responder a un consumo en fuerte expansión.