Inteligencia y Seguridad Frente Externo En Profundidad Economia y Finanzas Transparencia
  En Parrilla Medio Ambiente Sociedad High Tech Contacto
Economia y Finanzas  
 
21/01/2005 | La igualdad de oportunidades

Mario Teijeiro

Una justa distribución del ingreso es el objetivo preferido de los políticos, pero es un objetivo inalcanzable. La igualdad de oportunidades parece en cambio un objetivo más realista, con el que coincide una parte importante del pensamiento liberal.

 

Pero aún este objetivo más modesto no está exento de dificultades. El fracaso de la educación estatal así lo atestigua. Frente a este fracaso, el Ministro Filmus declara que “la mejor política educativa es una mejora en la situación económica”. Mientras no reconozcamos las fallas propias del sistema y encaremos reformas de fondo apropiadas, la igualdad de oportunidades no será difícil de lograr, sino imposible.

La utopía distributiva

América Latina y nuestro país son un ejemplo de una distribución del ingreso cada vez más desigual. Frente a esta realidad, la política reclama su creciente participación para compensar “las injusticias del mercado”. Pero los intentos distribucionistas no son nuevos en Latinoamérica y se han sucedido desde la crisis de 1930. Salvo cortos periodos, siempre han fracasado. Sólo pueden sostenerse por un corto lapso, mientras dura un financiamiento externo irresponsable o lo que se demoran los capitales en recuperar su inversión y fugar a países más hospitalarios con la inversión privada. El peronismo alimentó la utopía de la justicia distributiva permanente sobre la base de la expropiación de la renta de la tierra que, a diferencia del capital industrial o financiero, no puede fugarse al exterior. Pero una vez que la caída de los precios internacionales eliminó la renta de la tierra como fuente significativa de la renta nacional, los márgenes de maniobra para una política distributiva sostenible prácticamente desaparecieron.

Los políticos en países periféricos como el nuestro tienen que reconocer una realidad inamovible: el mundo (como la naturaleza) es fundamentalmente “darwiniano”. Los capitales fluyen hacia los países que ofrecen mayor rentabilidad y seguridad jurídica. Por el contrario, escapan de países con leyes y dirigencias laborales que les complican la vida, con controles de precios e impuestos que no pueden eludir, con dirigencias arbitrarias y corruptas, con un sector público ineficiente que gasta en clientelas politicas en lugar de financiar una infraestructura rentable y una educación de calidad. La paradoja en este mundo globalizado es que cuanto más intentan los políticos defender los derechos de los pobres, más los perjudican, pues sólo consiguen que los capitales fuguen a otros destinos. Los intentos distributivos no sólo son inútiles sino que agravan el problema: la distribución del ingreso empeora pues los capitales y las personas que no emigran lo hacen a cambio de rentabilidades e ingresos personales cada vez mayores. Esto genera la (aparente) necesidad de un mayor papel distributivo de la política. Pero los renovados intentos distribucionistas sólo acelerarían la fuga de capitales y cerebros, iniciándose así un círculo vicioso del cual es muy difícil salir. Este es el punto en el que hoy nos encontramos (aunque enmascarado por la recuperación de corto plazo).

¿Cuál es la alternativa a la utopía distribucionista?. La alternativa factible es combinar una política que priorice el crecimiento con una política distributiva que se limite a mejorar la igualdad de oportunidades. El objetivo prioritario debe ser crecer lo más aceleradamente posible, seduciendo al capital para una estrategia de economía abierta y competitiva. Los intentos distributivos a través de los beneficios masivos de un Estado de Bienestar no sirven para redistribuir de ricos a pobres, son un obstáculo para la competitividad y el crecimiento y consecuentemente terminan empobreciendo a la mayoría. El objetivo distributivo debe acotarse y focalizarse en la igualdad de oportunidades, procurando que el crecimiento no excluya a los más pobres por falta de una educación adecuada.

La elusiva igualdad de oportunidades

Una educación de calidad que iguale oportunidades es un objetivo compartido aún por una parte importante del pensamiento liberal. Pero cabe reconocer que no es un objetivo fácil de alcanzar. Igualar oportunidades es un desafío muy difícil, particularmente cuando se trata de niños pertenecientes a sectores excluidos o marginales. Es un hecho universalmente demostrado que el contexto familiar es el principal determinante del rendimiento escolar. Una escuela que pretenda igualar oportunidades debería ejercer una tarea compensadora de las falencias del hogar, tanto académicas como motivacionales e incluso alimenticias. Pero es una tarea harto difícil, fundamentalmente cuando el niño está en la escuela sólo cuatro horas de la mitad del año y pertenece a familias desintegradas o que no poseen la pauta cultural del esfuerzo personal.

Pero a las dificultades naturales se le suman las falencias de las politicas educativas y de la gestión estatal de la educación. En un trabajo reciente[1] Juan Llach denuncia la discriminación social producida porque “las escuelas a las que asisten los alumnos de menor nivel económico social son de peor calidad que aquellas a las que concurren sus pares de mayor nivel económico social”. En realidad la discriminación la hace el Estado, que es quien maneja el financiamiento de la educación. Pero, ¿cómo es posible que la educación estatal provoque tal discriminación, cuando su razón de ser es básicamente educar a todos por igual?. La razón es, en primer lugar, que al sistema político le interesa más gastar en clientelas politicas que en educar al soberano: esto explica por qué lo que se gasta por alumno en escuelas públicas sea relativamente bajo comparado internacionalmente y comparado con lo que se gasta en escuelas privadas. La segunda razón es la perversidad del sistema de coparticipación federal de impuestos, que le permite a las provincias recibir un cheque en blanco para gastar a su antojo: la consecuencia es que el gasto educativo por alumno es muy dispar entre provincias. La tercera razón es pura ineficiencia burocrática provincial, lo que explica que el gasto por alumno entre escuelas de una misma provincia sea dispar y también discrimine en contra de las escuelas más pobres. El fracaso de la educación estatal es la explicación central no sólo de la decadencia educativa general sino también de la discriminación en contra de las escuelas pobres.

Soluciones dispares para un mismo objetivo

“Sociólogos progresistas” y “economistas liberales” compartimos el mismo objetivo de igualar oportunidades. Pero existen enormes diferencias en las propuestas. De partida existe una diferencia en el diagnóstico. “La mejor política educativa es una mejora en la situación económica”, declara el Ministro de Educación Filmus[2], lo que revela el diagnóstico equivocado de la corporación educativa: los problemas de la educación no serían consecuencia de fallas del sistema, sino consecuencia de una situación económica que excluye y no permite “condiciones básicas de educabilidad”. La culpa está siempre fuera de la escuela y se complementa con la falta de apoyo de los padres hacia los maestros. Esta visión del problema explica las tibias y superficiales políticas que se ejecutan, que nunca pasan por reformas de fondo del sistema educativo. Su propuesta se limita a aumentar salarios y presupuestos y realizar cambios formales. Se trata de una mera defensa del statu quo corporativo, dominado por los intereses de las burocracias estatales y de los gremios que defienden los intereses de los maestros mediocres.

La visión liberal no niega la importancia del crecimiento económico sino cree que la causalidad es inversa: el mismo crecimiento y la reducción de la exclusión social dependen de una educación de calidad que tienda a igualar oportunidades. Pero la exclusión social no se arreglará ni con crecimiento ni con (utópicas) políticas distributivas. Si no tenemos ciudadanos capacitados y con una cultura de trabajo y responsabilidad personal, serán excluidos aún con crecimiento y sólo podrán aspirar a recibir las migajas asistencialistas de un sistema político clientelista.

La visión liberal tampoco niega la importancia de aumentar el gasto educativo, sino que lo condiciona a varios factores. La primera condición es que el aumento de gasto educativo no debe hacerse a costa de mayores impuestos que atentan contra el crecimiento, sino con bajas de gasto público clientelista y una mayor participación del gasto privado en educación, particularmente en el financiamiento del gasto universitario (que poco tiene que ver con la igualdad de oportunidades) e incluso a nivel del polimodal. La segunda condición es que, siendo el aumento de los salarios de los maestros un elemento esencial para mejorar la calidad educativa, no puede hacerse sin una eliminación de la estabilidad laboral del maestro, de tal manera que el sistema pueda aprovechar la capacidad de pagar más salarios para renovar y mejorar la calidad del plantel docente.

Otra diferencia crítica pasa por el rol que debe cumplir el Estado. El Estado (tanto Nacional como provincial) ha demostrado su ineficiencia para gestionar la educación pública. Mientras el enfoque progresista pretende fortalecer el rol de la gestión estatal, el enfoque liberal cree que el Estado debe limitarse a proveer el financiamiento y fijar las reglas de funcionamiento para “escuelas públicas de gestión privada” plenamente autónomas.

Existen también diferencias importantes en lo que se refiere a la forma de mejorar la actual desigualdad de oportunidades. El enfoque “progresista” enfatiza la responsabilidad distributiva del Estado. La propuesta de Llach es “asignar a las escuelas públicas los mismos recursos que tienen las escuelas privadas y a las escuelas pobres, aún más”. Esta es una propuesta voluntarista, ya que el Estado nunca tendrá capacidad financiera para gastar tanto como el sector privado de mayores recursos. La propuesta realista es que el Estado “levante el piso”, concentrando su (limitada) capacidad de gasto en el financiamiento de la preescolaridad y de los ciclos iniciales en los sectores de menores ingresos.

Otra diferencia esencial de la propuesta liberal es la noción que tiene que haber un equilibrio entre el esfuerzo estatal y el esfuerzo académico de los alumnos. La responsabilidad del estado es mejorar oportunidades, no garantizar resultados. Un sistema de exámenes nacionales que sean condicionantes de la promoción o graduación, es un incentivo insoslayable para crear un clima de exigencia necesario para educar en el esfuerzo y la responsabilidad personal. Los sistemas de becas deben premiar el logro académico, no el mero “presentismo”.

Se necesitan reformas de fondo

Si seguimos creyendo que “la mejora de la situación económica es la mejor política educativa”, no habrá solución. Independientemente de lo que pase con la economía, el Ministerio de Educación tiene que tomar conciencia que sin remover los vicios propios del sistema educativo, no será posible ni revertir la decadencia educativa general ni disminuir la desigualdad de oportunidades.

Hay que aumentar el gasto en educación, pero no aumentando impuestos sino reduciendo el gasto clientelista y aumentando el gasto privado voluntario en la educación universitaria y polimodal. El esfuerzo financiero canalizado por el Estado debe concentrarse en los ciclos básicos de los sectores de menores ingresos. Hay que mejorar la calidad del plantel docente aumentando los salarios, pero removiendo la estabilidad laboral. Hay que liberar la gestión escolar de las burocracias estatales, otorgando un financiamiento directo a “escuelas públicas de gestión privada” que funcionen autónomamente (incluso para remover personal y administrar salarios). Hay que crear un clima de exigencia escolar a través de un sistema de exámenes nacionales determinantes para la promoción y graduación. Estos son los pilares básicos de una política que debe incluir además mejoras drásticas en la formación docente y la recreación de escuelas técnicas que faciliten la salida laboral.

La igualdad de oportunidades es un objetivo difícil de lograr, pero es imposible si se lo intenta con un sistema educativo ineficiente dominado por los intereses de burócratas y gremialistas.


[1] “Escuelas ricas para los pobres”, por Juan Llach y Francisco Schumacher.

[2] Entrevista en Página 12, 9 de Enero de 2005.

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 



Otras Notas del Autor
fecha
Título
17/03/2007|
10/05/2006|
10/04/2006|

ver + notas
 
Center for the Study of the Presidency
Freedom House