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20/06/2012 | Terrorismo y crimen organizado en la península del Sinaí: ¿un nuevo agujero negro en Oriente Medio?

Félix Arteaga

Tema: A la larga lista de problemas de seguridad asociados al conflicto palestino-israelí hay que añadir la aparición de un agujero negro en la península del Sinaí que afecta a Egipto, a Israel, a las relaciones entre ambos países y a la estabilidad en Oriente Medio.

 

Resumen: La inestabilidad política en Egipto, el deterioro de las condiciones de seguridad en dicho país, las tensiones en Gaza y la difusión del salafismo entre la población autóctona del Sinaí han propiciado la aparición de un entramado de contrabandistas, secesionistas y terroristas que están creando otro agujero negro en la región. Los tráficos ilícitos, las acciones armadas y los procesos de radicalización han aumentado, poniendo en riesgo las relaciones de seguridad entre Egipto e Israel y de ambos con las poblaciones autóctona y sobrevenida. El incremento en las actividades terroristas ocurridas en y desde el Sinaí desde que se iniciaron las movilizaciones antigubernamentales en febrero de 2011, así como la difusión de redes yihadistas relacionadas con al-Qaeda, que podrían haber concluido con la formación, en dicho ámbito, de una organización afiliada con dicha estructura terrorista global, suponen un especial desafío adicional a la seguridad en Egipto, Israel y el conjunto de la región.

Análisis: La Península del Sinaí ha sido una zona segura y estable desde que en 1978 se firmaron los acuerdos de paz de Camp David entre el presidente egipcio, Anwar el Sadat, y el primer ministro israelí, Menachem Begin. Los dos países se preocuparon de convertir la península en una zona de seguridad vigilada por una fuerza internacional independiente (Multinational Force and Observers, MFO) con el aval de EEUU. Sin embargo, se olvidaron de la suerte de sus pobladores autóctonos y estos tuvieron que aprender a vivir por su cuenta del contrabando mientras acumulaban resentimiento contra las autoridades egipcias e israelíes. La población del Sinaí está formada por unos 400.000 habitantes a los que se denomina genéricamente beduinos, aunque no se puede precisar con exactitud cuáles tienen esa procedencia en un territorio que es sólo la sexta parte del egipcio pero tres veces mayor que Israel.[1]

En el Sinaí ha permanecido dicha población al margen de los problemas de seguridad entre los vecinos y esperando a que las autoridades egipcias llevaran a cabo los proyectos de desarrollo que les prometieron. Pero pocos de los planes de desarrollo diseñados por el gobierno egipcio tuvieron el éxito esperado y en su mayoría beneficiaron a los colonos llegados desde otros lugares de Egipto. También llegaron refugiados palestinos, hasta formar un grupo de entre 50.000 y 100.000 habitantes y, en menor número, militantes islamistas de Hamas y Hizbolá, entre otros, que utilizaron la península para operar contra Israel desde su frontera sur. Las bandas locales y los activistas extranjeros comenzaron compartiendo las redes logísticas que se utilizaban para el contrabando y acabaron compartiendo la doctrina salafista, arrinconando tanto la tradición sufí como las jerarquías y los principios tribales que habían articulado a la población autóctona.

A finales de los años 90 comenzó la construcción de túneles para burlar la vigilancia israelí del corredor fronterizo entre Israel y Egipto (los 14 km del Philadelphia Road) y con ellos floreció el negocio del contrabando de mercancías y armas con destino a la franja de Gaza mientras se consolidaban los tráficos ilícitos de drogas y personas a través del resto de los 230 km de frontera con Israel. La radicalización condujo a una primera oleada de atentados terroristas en 2004 en Taba, en 2005 en Sharm el-Sheikh y en 2006 en Dahab que en conjunto provocaron alrededor de 100 muertos y un número considerablemente superior de heridos en zonas turísticas egipcias. El gobierno de El Cairo respondió exacerbando la represión contra los integrantes de varios grupos terroristas, especialmente contra los considerados miembros de Tawhid wa-Jihad, un grupo salafista creado en 2000, aunque nunca quedaron claras la autoría y conexiones de los atentados. La persecución y encarcelamiento de miles de ellos por las autoridades egipcias agudizó el encono local contra Egipto pero no puso fin al problema.[2]

La retirada israelí de 2005 de Gaza y, especialmente, la toma de control por Hamas, acentuaron el problema de seguridad porque las Fuerzas de Fronteras egipcias que relevaron a las israelíes en el control del corredor no estaban tan preparadas ni dispuestas a controlar las fronteras como las israelíes. Y si al principio los túneles sirvieron para facilitar el paso de armamento hacia Gaza, luego sirvieron para propiciar la salida de terroristas armados y de armas hacia el Sinai, desde donde actuar contra intereses israelíes o egipcios. El régimen del presidente Mubarak mantuvo la presión sobre los grupos contrabandistas y las tramas terroristas pero no pudo hacerlo con eficacia porque sus servicios de seguridad (Mukhabarat) no estaban preparados para ello y porque el número de sus fuerzas armadas estaba limitado por los acuerdos de Camp David. Además, al dedicar sus limitados recursos a vigilar las fronteras y zonas turísticas permitió que las redes contrabandistas y terroristas se hicieran fuertes en zonas del interior como las de Jabal al–Halal y Wadi Amr.

La falta de control comenzó a ser patente antes de la caída del presidente Mubarak (en octubre de 2010 se dispararon cohetes sobre Eilat, la ciudad israelí sobre el Golfo de Aqaba) pero, tras ella, la desmovilización policial de la península y los problemas internos de las Fuerzas Armadas acrecentaron el vacío de poder. La desestabilización aumentó con la llegada de los liberados o fugados de los centros egipcios de detención y con la implantación de la nuevas redes terroristas. El conglomerado delictivo tiene su cabecera en la capital del norte, Al-Arish, y comparte fines comunes, como combatir a Israel, vengarse de la represión y el control militar egipcio o, simplemente, aprovecharse del vacío de autoridad para realizar todo tipo de tráficos ilícitos de armas, personas y bienes. A los propósitos terroristas de sembrar el pánico y secuestrar nacionales israelíes o egipcios para pedir intercambio de prisioneros, se ha ido añadiendo el asalto y robo en instalaciones hoteleras y rutas turísticas con fines económicos. Las limitaciones que tanto Israel como Egipto tienen para controlar o revertir la situación favorecen la consolidación en el Sinaí de un agujero negro que complica, aún más, la inestabilidad regional.

El problema de seguridad para Israel y Egipto
Las acciones armadas de los terroristas y de las bandas criminales no han desembocado todavía en una insurgencia armada generalizada pero las últimas acciones advierten de esa posibilidad (durante los primeros meses de 2012 se han registrado, entre otros, el secuestro de dos turistas norteamericanos y el ataque a un puesto de control policial en El-Arish en febrero, el cerco del campamento de las MFO en al-Gorah durante varios días de marzo, el ataque con cohetes a Eilat y al oleoducto que atraviesa la península en abril). Estas acciones representan un grave problema para El Cairo, Tel Aviv y las relaciones bilaterales entre los dos países. Israel se ha visto sometida a bombardeos desde Gaza y –en menor medida– desde el Sinaí por los grupos terroristas, mientras que los criminales continúan alimentando la bolsa de emigrantes irregulares eritreos, somalíes y sudaneses que deambula por aquel país sin oportunidades de trabajo, junto a mujeres que proceden de los países del este europeo con destino a la prostitución.

Así, Israel se ha visto en la necesidad de prolongar el muro de separación de la frontera hacia la mitad sur y desplegar tras él las mismas medidas de seguridad a las que ha recurrido en la Franja de Gaza: defensas contra misiles, vigilancia electrónica, despliegue de guarniciones militares y medidas de autoprotección de las poblaciones locales. Mientras prosigue el vallado, Israel no puede llevar a cabo acciones de represalia sobre suelo egipcio como las que llevó a cabo en Gaza (operación Cast Lead) porque los daños colaterales que producen colocarían al país en una situación comprometida (la muerte de cinco policías egipcios durante los intercambios de disparos tras un ataque en agosto de 2011 provocaron el cerco y asalto de la Embajada israelí). Por eso aspira a que sea Egipto quien se ocupe de controlar la situación y se ha ofrecido a levantar las limitaciones numéricas y geográficas de los Acuerdos de Camp David. Pero hasta ahora Egipto no ha demostrado ni voluntad ni capacidad para atender los deseos de su vecino y, además, Israel teme que con el cambio de gobierno peligre incluso la continuidad de esos Acuerdos.

Para Egipto, el problema se plantea también en forma de reivindicación secesionista, porque la población autóctona ha tomado consciencia de su abandono económico y político, decantándose por una identidad más árabe que egipcia y más islámica que laica. La radicalización religiosa y nacionalista ha avanzado muy deprisa debido a la segurización de la política territorial egipcia en el Sinaí del pasado y a la falta de planes de integración y vertebración. Mientras no se estabilice la situación política en Egipto, las nuevas autoridades no podrán reducir los sentimientos de agravio y de desafección que se han ido instalando en la Península durante los últimos años. Tampoco podrán contar con la colaboración de los jeques tribales porque su autoridad se ha visto reemplazada por la que detentan los jefes de las bandas criminales o de las redes terroristas. Unas y otras disponen de santuarios a ambos lados de la frontera y han acumulado armas ligeras, misiles contra carro y tierra-aire, explosivos y granadas de mortero suficientes para organizar y sostener una insurgencia armada frente a la que las autoridades militares egipcias sólo pueden desplegar tropas cuando la inseguridad adquiere notoriedad (en agosto de 2011 desplegaron fuerzas militares al norte y este del Sinaí).

Desarrollo de la actividad terrorista en el Sinaí
Desde que en febrero de 2011 se iniciaron las movilizaciones antigubernamentales que culminaron con el derrocamiento de Hosni Mubarak, el deterioro de las condiciones de seguridad en el Sinaí se ha manifestado tanto en un incremento de las actividades terroristas desarrolladas en dicho ámbito como en la difusión de redes terroristas por el mismo. No es que la Península del Sinaí sea un nuevo escenario para la ejecución de ese tipo de incidentes y el desenvolvimiento de esta clase de actores.[3] Ya en los 90, por ejemplo, a lo largo de dicho territorio discurrían militantes palestinos cuyo propósito era el de infiltrarse en Israel para perpetrar atentados suicidas, como el que un integrante de Yihad Islámica llevó a cabo en 2007 en la ciudad costera de Eilat, al sur del país. En la década siguiente, entre 2004 y 2006, se perpetraron importantes atentados, incluyendo atentados suicidas, en distintos complejos turísticos situados a lo largo de la costa oriental del Sinaí. Aunque hay razones para implicar en alguno de esos incidentes, por acción u omisión, a sectores de las seguridad estatal egipcia que competían con otros por motivos relacionados con rivalidades entre agencias y disputas clientelistas de sus correspondientes mandos, en ellos intervinieron individuos de extracción local que se habían adherido a un sistema de creencias basado en el salafismo yihadista.

El 18 de agosto de 2011, una serie de atentados cometidos en el desierto del Neguev pero no lejos de Eilat –sucesivamente, contra un autobús que fue tiroteado, un vehículo militar convertido en blanco de un terrorista suicida y un automóvil particular que recibió el impacto de un cohete--, ocasionaron la muerte a ocho israelíes y heridas a más de 30. Siete de los 12 terroristas que intervinieron en la acción –que para al menos cuatro de ellos era una misión suicida, aunque sólo uno finalmente se inmolara– fueron abatidos por las fuerzas israelíes de seguridad, cuyas autoridades habrían sido advertidas por los servicios secretos jordanos de la eventualidad de que algo así ocurriera. Todos procedían del Sinaí, donde además tenían su residencia. El que los hechos tuviesen lugar en las proximidades de una importante posición de las fuerzas centrales de seguridad egipcias denota la debilidad del control que actualmente ejercen sobre esa zona fronteriza, incluso a pesar de que la presencia del ejército egipcio, limitada por el Tratado de Paz de 1979, se había incrementado precisamente en los días previos al atentado múltiple. También lo había hecho poco antes de tras lo sucedido el 29 de julio en El Arish, en la costa norte de la Península, donde unas dependencias policiales fueron asaltadas. Antes y después de todo ello, el gasoducto que abastece a Israel desde Egipto y atraviesa el Sinaí viene siendo objeto de numerosos sabotajes.

Aun cuando parecería razonable atribuir ese incremento en las actividades terroristas a las oportunidades que para actuar encuentran individuos y grupos autóctonos vinculados con organizaciones palestinas radicales en Gaza, incluida Jaish al Islam, o con beduinos que se han adherido a los postulados del salafismo yihadista, algunas otras circunstancias permiten plantear el interrogante de si en la península del Sinaí se están difundiendo redes terroristas relacionadas de uno u otro modo con al-Qaeda. Tras lo ocurrido en julio de 2011 en El Arish, circularon en los alrededores de dicha ciudad y en Rafah, en la Franja de Gaza, unos folletos que reclamaban el establecimiento de un emirato islámico en el Sinaí y el fin de la discriminación contra las tribus beduinas, entre otros contenidos de una proclama que combinaba aspiraciones propias del yihadismo global con demandas locales y que provenía de una supuesta entidad denominada al-Qaeda en la Península del Sinaí. Esta entidad no ha sido reconocida como tal ni por parte del núcleo central de al-Qaeda, ni de sus extensiones territoriales --en la Península Arábiga, Irak o el Magreb–, ni en los foros yihadistas de referencia. El pasado mes de octubre, sin embargo, Ayman al Zawahiri, emir de al Qaeda de origen precisamente egipcio, felicitó públicamente a quienes perpetraron los atentados transfronterizos de agosto y a quienes sabotean el gasoducto, instando a continuar ese tipo de acciones.[4]

En enero de 2012, una organización que se presenta a sí misma como Ansar al Yihad en la Península del Sinaí y que se había dado a conocer el 20 de diciembre de 2011, hizo público, a través del foro yihadista de Internet Sinam al Islam, su juramento de lealtad a Ayman al-Zawahiri, lo que la convertiría en una organización establecida en el Sinaí y afiliada con al-Qaeda.[5] Acaso sea esta la resultante final de un proceso que, por una parte, ha permitido la movilización de yihadistas en la Península y, por otra, se acomoda a los requerimientos del mando central de al-Qaeda. Dicha movilización incorporaría a las facciones beduinas de esa misma orientación ideológica existentes en la zona antes de la caída de Hosni Mubarak y a un buen número –algunas fuentes lo sitúan entre 400 y 500– de extremistas egipcios que, autóctonos de esa demarcación o no, se habrían dirigido hacia la misma tras escapar, gracias al caos que siguió al inicio de las masivas protestas sociales en febrero de 2011, de las cárceles en que se encontraban recluidos. Entre los huidos habría individuos que en el pasado estuvieron involucrados en actividades terroristas de orientación yihadista en el Sinaí. El 25 de abril de 2012, a través del denominado Centro Ibn Taymiyah para los Medios, se emitió un elocuente vídeo, grabado días antes, en el que podía verse a un nutrido grupo de yihadistas en la localidad de Sheikh Zuweid, al noreste del Sinaí, mientras transitaban con sus vehículos frente a un control militar egipcio.

Conclusiones: En la península del Sinaí se están acumulando los síntomas que presagian la aparición de una tormenta perfecta –un agujero negro, en términos de seguridad– debido a la conjunción de un vacío de poder, de redes criminales organizadas, milicias armadas y una generación de nuevos líderes que tratan de instrumentalizar el descontento y la radicalización de la población autóctona. Israel y Egipto disponen de un margen de actuación limitado porque tienen su atención fijada en otros frentes políticos y militares más acuciantes. Además, el momento de sus relaciones bilaterales no es el mejor para revisar los Acuerdos de Camp David y deberán esperar a que se asiente el nuevo gobierno egipcio antes de afrontar la situación. Israel desearía que Egipto se ocupara de resolver la situación en el Sinaí pero Egipto no desea asumir una responsabilidad que le obligaría también a implicarse en Gaza. Pero si las autoridades egipcias e israelíes no vuelven a colaborar como hicieron en el pasado para mantener la estabilidad en el Sinaí y poner en marcha programas de seguridad y desarrollo que desactiven la tormenta, ésta continuará evolucionando hasta poner en riesgo el futuro de la península y el presente de la región.

Por su parte, el desarrollo, en el Sinaí, de redes yihadistas relacionadas con al-Qaeda o con alguna de sus organizaciones afiliadas en la zona, cuando no la propia formación de una entidad asociada en la Península, podrían terminar por suponer un grave problema de seguridad en el interior de Egipto, de implicaciones tanto para ciudadanos e intereses egipcios en su propio país como para ciudadanos e intereses extranjeros y particularmente occidentales. El verosímil establecimiento de un santuario yihadista en el Sinaí lo convertiría en un foco de amenaza terrorista también para Israel, blanco potencial de atentados ideados y planificados en la contigua Península. El pasado 21 de abril de 2012 las autoridades israelíes instaron a sus connacionales a abandonar los sitios turísticos del Sinaí ante la amenaza de atentados terroristas contra objetivos judíos. No hace falta exagerar las cosas para anticipar las posibles consecuencias de una difusión de las redes yihadistas directa o indirectamente relacionadas con la agenda global de al-Qaeda en un enclave tan estratégico de Oriente Medio y en una situación tan incierta como la que actualmente existe en Egipto y en la región.

Félix Arteaga
Investigador principal de Seguridad y Defensa, Real Instituto Elcano

Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Global, Real Instituto Elcano


[1] Para una descripción detallada de las tribus y familias beduinas véase International Crisis Group (2007), “Egypt’s Sinai Question”, Report, nº 61.

[2] Una descripción de la política egipcia en el Sinaí se encuentra Ehud Yaari (2012), “Sinai, A New Front”, Policy Notes, nº 9, The Washington Institute for Near East Policy, enero.

[3] A este respecto véase Anneli Botha (2006), “Politics and Terrorism. An Assessment of the Origin and Threat of Terrorism in Egypt”, ISS Paper, nº 131, Institute for Security Studies.


Real Instituto Elcano (España)

 


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