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07/04/2006 | Fukuyama y los neoconservadores

Alfredo Toro Hardy

Tras el colapso del comunismo diversas teorías buscaron explicar el nuevo rumbo que tomaría el mundo. Las que mayor impacto tuvieron fueron las de Francis Fukuyama con su "Fin de la historia" y Samuel Huntington con su "Enfrentamiento de las civilizaciones".

 

Para el primero las diversas regiones del planeta pasaban a unificarse bajo los valores de la democracia y la economía de mercado. Esta homogeneización de creencias haría que el planeta se transformase en un lugar más predecible y, por ende, menos sometido a conflictos internacionales. Para el segundo, en cambio, se produciría una reconfiguración del escenario internacional en torno a "grandes civilizaciones", las cuales estaban destinadas a enfrentarse entre sí en virtud de las diferencias culturales. Luego de embarcar a multitudes tras la validez de su tesis, Fukuyama habría de transformarse en el mayor revisionista de la misma. Reconociendo la poca importancia que le había dado al factor cultural, pasó a enfatizar las diferencias que se le plantean a las distintas sociedades en su manera de percibir al mundo.

Nuevamente Fukuyama vuelve con sus inconsistencias. Luego de suscribir por un buen tiempo el movimiento neoconservador estadounidense, pasa ahora a convertirse en fuerte crítico del mismo. Más aún, pretende presentarse como un "Wilsoniano realista", buscando amalgamar los dos extremos del debate político de la derecha norteamericana. En efecto, dentro de dicho debate los seguidores de Woodrow Wilson, es decir los neoconservadores, se sitúan de un lado, mientras que los seguidores de Teodoro Roosevelt, es decir los realistas, se sitúan del otro. Los primeros propugnan la difusión de la democracia por el mundo, a través de la premisa de cambio de régimen en gobiernos de distinta naturaleza. Los segundos, en cambio, creen que aquello que sirva al interés nacional estadounidense es válido, independientemente de etiquetas.

En su obra recién publicada After the Neocons ("Después de los Neoconservadores"), Fukuyama no aclara adecuadamente cómo aspira a conciliar lo irreconciliable. Lo que sí hace es señalar que los neoconservadores están equivocados al pretender imponer la democracia a golpe y porrazo. Según nos señala, éstos creen que Estados Unidos puede utilizar su poder para imponer la democracia en el mundo, simplemente porque la suya es una "hegemonía benevolente". A tal efecto cita a William Kristol y Robert Kagan, dos apóstoles de ese movimiento, cuando afirman que "la política exterior de Estados Unidos está imbuida de un inusual alto grado de moralidad". Fukuyama no está en desacuerdo con el "inusual alto grado de moralidad", sólo que cree que una "hegemonía benevolente" debe propulsar la democracia convenciendo, no imponiendo. Más aún, debe propiciar la gobernabilidad democrática y no simplemente decretar la democracia cuando las condiciones no están dadas para que esta florezca.

Fukuyama propugna que en lugar de imposiciones tipo Irak, hay que ir mercadeando la democracia y propiciando la gobernabilidad por vía de organizaciones como el "National Endowment for Democracy" o medios como "Radio Libertad" o la "Voz de América".

Ahora bien, más allá de sus inconsistencias, lo que Fukuyama no parece comprender es que el resto del mundo no se traga aquello de la "moralidad" norteamericana, ni le asigna a ese país el derecho a desestabilizar regímenes (por una vía u otra) que no sean de su gusto. Estados Unidos guarda demasiados esqueletos en su closet como para que nadie les crea sus cuentos de caperucita roja. Es allí donde reside el problema.

El Universal (Ve) (Venezuela)

 



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