En sí mismo se trataría de un asunto minúsculo si no fuera periódica molienda para la trituradora con la que la izquierda americana quiere hacer papilla al presidente Bush. Algo que podría ser rutina banal en las cotidianas prácticas zapateriles, pero una pequeña mina inagotable para los demócratas y la prensa "liberal" americana. De nuevo están en ello y nosotros no vamos a ser menos.

Plame recomienda en su empresa, la CIA, a su marido Wilson, para que se dé una vuelta por Níger a ver si se entera de algo sobre los supuestos intentos de Sadam para comprar mineral de uranio. No consigue averiguar nada excepto que agentes comerciales del dictador iraquí anduvieron por allí con anterioridad. Aclaración: Níger sólo exporta cebollas y uranio.

La CIA no le da ninguna importancia a sus conclusiones, pero él publica un artículo en el New York Times acusando a Bush de exagerar el tema. Su afirmación es un puro embuste, porque él no sabe nada y las dieciséis palabras sobre el asunto que le habían metido a Bush en el discurso sobre el Estado de la Unión eran rigurosamente ciertas. ¿Un espía trabajando para el estado puede publicar a los cuatro vientos sus conclusiones personales sobre el caso en que trabaja? ¿Lo puede hacer en contra de su presidente? ¿Lo puede hacer falseando la realidad? Eso es lo que hizo Wilson. Consiguió convertirse en un personaje nacional, entrevistado por todas las grandes cadenas de televisión y logrando publicidad gratuita para un libro infumable de venta asegurada.

Entonces un periodista reveló la identidad secreta de su mujer. Una venganza de risa en nuestras latitudes, pero en Washington el mundo se vino abajo. Gran jurado, fiscal especial, investigación millonaria. Nadie demuestra que haya habido la más mínima quiebra de seguridad. La cobertura de las señora espía podía haberse desmontado con una llamada telefónica a la empresa de ficción en la que decía trabajar. En todo caso no aparece el supuesto filtrador delictivo en toda la Casa Blanca. Pero en el desarrollo del caso, aunque sin relación con él, a Libby le caen tres acusaciones de perjurio y obstrucción a la justicia, con lo que el caso continúa, saliéndose por la tangente.

Ahora Libby declara que el presidente autorizó que se revelasen ciertos datos secretos para contrarrestar las afirmaciones de Wilson. El asunto reverdece. Noticia de primera plana, sesudos editoriales. Bush es inmediatamente proclamado "filtrador en jefe"; eso sí, reconociendo que entre sus poderes está desclasificar lo que le venga en gana. Pero como en su momento se había quejado amargamente de las filtraciones que son el pan nuestro de cada día en la capital americana, él debe renunciar a ejercer su derecho y soportar mansamente las calumnias ajenas y precisamente en un caso de guerra cuya legitimidad se intenta socavar. Mientras tanto, ¿se sabe de algún caso de filtrador empapelado?

Hasta que nos salgan ampollas en las orejas nos repetirán que es una maniobra para "desacreditar" a Wilson, pero nunca dijeron eso del diplomático y traidor espía respecto al presidente. No sabemos cuáles fueron las revelaciones desacreditadoras, que habría que bendecir si hubieran servido para restablecer la verdad, pero que, en todo caso, no se trataban de la irrelevante identidad de la Plame. Lo que sí sabemos es que nadie, ni a favor ni en contra, pareció enterarse de ellas, de ahí que la historia del uranio del Níger haya seguido impertérrita hasta nuestros días. De nuevo un poquito de humo. Lo que es seguro es que la mala fe seguirá secretando sus jugos y el asunto continuará en algún próximo número.