Con regularidad desconcertante, luego de una nueva "cumbre" europea, una decisión conjunta de los bancos centrales más importantes de imprimir más dinero o indicios de que la canciller alemana Angela Merkel podría prestar atención a los consejos de quienes le aseguran que la austeridad es contraproducente, se difunde por un par de días un clima de euforia, pero enseguida resurgen las dudas y el horizonte se oscurece una vez más. Es lo que sucedió la semana pasada. Duró poco el optimismo estimulado por la esperanza de que los gobiernos de los países solventes de la Eurozona colaborarían para atenuar los problemas de sus socios en apuros al aclarar los alemanes, holandeses y finlandeses que si bien están dispuestos a ayudar, no les gusta para nada la idea de hacerse responsables de las deudas acumuladas por los griegos, españoles, italianos, irlandeses y portugueses. También tuvo un impacto muy negativo el anuncio de que la economía estadounidense ha dejado de producir empleos en cantidades suficientes, mientras que la jefa del Fondo Monetario Internacional, Catherine Lagarde, hizo su aporte al malestar al advertir que este año el crecimiento de la economía mundial sería menor que el previsto debido a la desaceleración de China, la India y Brasil.

Puesto que, con la eventual excepción de algunos moralistas del norte de Europa, los dirigentes políticos más destacados del planeta se sienten obligados a informarnos que prefieren el crecimiento a la austeridad, se ha generalizado la impresión de que si no fuera por la terquedad insensata de Merkel y la falta de solidaridad del grueso de sus compatriotas, Europa no tardaría en recuperarse, lo que beneficiaría a las economías del resto del mundo. Los que piensan de este modo parecen creer que "los ajustes" nunca son necesarios y que proponerlo es propio de "talibanes del mercado" o "neoliberales" desalmados a quienes les gusta hacer sufrir a la gente. ¿Es así de sencillo? Depende de las circunstancias. No sólo en los países sureños de la Eurozona, sino también en muchos otros, gobiernos sucesivos han "creado" millones de empleos en el sector estatal con el propósito no de mejorar los servicios públicos sino de reducir la tasa de desocupación y, desde luego, fortalecer sus redes clientelistas repartiendo cargos bien remunerados entre sus dependientes. Al alcanzar cierta dimensión el sector social, que en última instancia vive de subsidios aportados por los más productivos, mantenerlo no puede sino frenar el crecimiento económico, como en efecto ha ocurrido en muchos países europeos y también en Estados Unidos, donde las cuentas públicas de California son tan deficitarias como las de Grecia.

¿Es perverso afirmar que ha llegado la hora de frenar la expansión vegetativa del sistema así supuesto? Por supuesto que no. Merced en buena medida a las presiones de "los mercados", los gobiernos de Grecia, Italia, Portugal y España reconocen que en el fondo la canciller Merkel tiene razón porque los problemas gravísimos que enfrentan son consecuencia de años de derroche, de suerte que negarse a ajustar ahora significaría problemas aún más onerosos en el futuro muy próximo. Es por este motivo que el gobierno italiano del tecnócrata Mario Monti acaba de presentar un programa sumamente ambicioso de cortes que, de efectuarse, reduciría drásticamente el gasto público, que ha llegado a su magnitud actual por razones netamente políticas. Huelga decir que el costo de la política en países de tradiciones como la italiana es muy superior al supuesto por los ingresos, casi siempre exageradamente elevados, y los muchos privilegios, de los legisladores y los miembros del gobernador, ya que incluye también a los de quienes dependen del favoritismo de dirigentes políticos, como los "ñoquis", los empleados públicos superfluos y, claro está, los empresarios cortesanos que saben muy bien cómo aprovechar las oportunidades para lucrar brindadas por el esquema conocido como "capitalismo de los amigos".