Al cobijo de las montañas Rocosas, a unos 43 kilómetros de Aurora, en Colorado, donde la pasada semana se registró la matanza del cine, Boulder tiene fama de ser una de las ciudades más seguras de Estados Unidos.

Lugar de paseo agradable, con mucho pasto. Refugio de hippies y de corredores ultramaratonianos. Residencia de gente educada, hogar de muchos ingenieros, que son muy formales, aunque algunos, según cuentan, los encuentran un tanto aburridos.

Kent Taylor, empresario de la construcción, dispone de licencia para llevar pistola, sin que se le vea, escondida. "La llevé encima durante un tiempo -reconoce-, pero ya no. En Boulder no me hace falta, no hay crimen, incluso se dejan las puertas de las casas sin echar la llave".

Otra cosa es cuando va a Denver, la capital del estado, o se mueve por Nuevo México, donde comenta que "me he visto rodeado" en un par de ocasiones.

En este lugar tan tranquilo, en el que reina "el buen rollo", aquí es donde este cronista ha venido a pegar tiros, en el sentido literal de la expresión. Fuego real, aunque para la sesión resultó imposible contar con un AR-15, el fusil semiautomático de moda entre los estadounidenses y con el que se pertrechó James Holmes en las multisalas Century.

El AR-15, o simplemente AR, es la versión civil del M-16 del ejército. La imágenes de los soldados en Iraq o Afganistán se han convertido en su mejor anuncio. 

El debut será con una Mauser de 1896, un modelo que luego copió la industria armamentista del franquismo, explica su propietario, Dan Baum. Este periodista y escritor, especializado en la materia, no oculta su pasión por estos artilugios. "Por mucho que se prohíban las armas -sostiene- el problema es la enorme cantidad que ya se halla en la sociedad. Son máquinas muy bien diseñadas, que siguen funcionando cien años después. Si hoy mismo las prohibieran, habría unos 300 millones de unidades por el país". 

Baum se ofreció a hacer de guía en esta experiencia tras ser entrevistado por La Vanguardia (ver la edición del sábado 21 de julio) sobre la matanza de Holmes en el estreno de la última entrega de Batman, El caballero oscuro, la madrugada del viernes 20.

Dejó 12 muertos y 58 heridos, un apartamento convertido en un polvorín listo para volar el edificio al completo y la sensación de que los controles para la adquisición de armas son papel mojado. Mientras tanto, los legisladores miran a otro lado, presionados por un poderoso lobby. Además de visitar las armerías de la zona, el presunto autor compró más de 6.000 balas por internet.

En el multicines de Aurora, como en los establecimientos del área metropolitana de Denver, manda la regla de que no se puede ir armado. Dan y Kent comparten la teoría, muy repetida estos días, de que, sin la existencia de esa política, y si alguien más hubiera abierto fuego de defensa, no habría tantas víctimas. Pese a que no hicieran blanco, el simple flash del disparo, coinciden en la conversación, habría desconcertado a Holmes, de 24 años.

"Seguridad y seguridad", repite Kent, el anfitrión de la peripecia en el club del Rifle de Boulder. Estuvo diez años en lista de espera. "Un grupo interesante -indica-, hay médicos, profesionales, gente de negocios...".

El club se ubica donde las calles se hacen caminos. Sin lujos. Entre otras normas, están prohibidos el alcohol y las drogas. Las instalaciones son espartanas. Hay estructuras de madera, centenares de neumáticos convertidos en parapetos. Al fondo, unos montículos, y delante, las dianas. 

"Si te giras -prosigue Kent-, has de dejar la pistola siempre mirando al frente y el dedo fuera del gatillo hasta el momento de disparar". Ahora toca practicar con una Kimber, diseño de John Browning de 1911. Luego, una Glock, del calibre 10, "prácticamente calcada a la que usó el tipo del cine", informa Kent Taylor. 

Al invitado lo equipan con gafas, como protección por si saltan esquirlas, y unos cascos para amortiguar el sonido. En una ocasión, la sucesión de disparos le pilla con la guardia baja. El ruido resulta ensordecedor. Cabe imaginarse el infierno en la sala de proyección, en cuyo interior las detonaciones se sucedieron en un número que ni la policía local ni el FBI han logrado precisar.

Los investigadores han asegurado que podría haber sido peor. El AR-15, con un cargador para cien balas, se le atascó. "Cualquier buen tirador -señala Taylor- sabe que esto sucede al utilizar un recipiente tan grande".

Un paréntesis. Al día siguiente, en una armería del entorno, el precio de este fusil semiautomático era de 869,65 dólares, sin impuestos. "Es el básico", aclara el dueño, que acepta hablar bajo la condición de no dar ni su nombre ni el de su tienda. A partir de este formato, la gente invierte mucho dinero en modificarlo, en comprar piezas. "Es como el lego de las armas", dice Baum.

El dueño pone cara de póquer con la pregunta: ¿quién compra esto? "Para competición", responde antes de reprochar las "manipulaciones" de la prensa. "Si un borracho causa un accidente con varios muertos en la I-70 (la autovía interestal), es noticia de un día. Un loco como el de Aurora aparece semanas y semanas".

De regreso a Boulder. "Es un gran arma, fácil de manejar, que carece de retroceso por el sistema de muelle de la culata", tercia Taylor en la cuestión del AR-15. "Soy constructor, me gusta montar y desmontar, y ese fusil me ofrecía esa posibilidad". Pero el que tenía se lo vendió,

The New York Times ha calificado al AR-15 de "extremadamente popular". Baum considera que es "nuestra verdadera arma nacional". Lo dice después de haberse pasado dos años viajando por Estados Unidos para el libro que publicará en marzo, Gun guys (tipos armados). De esta aventura ha extraído un reportaje -Armas enloquecidas- que se centra en este fusil.

Su tesis es que la venta de armas está en retroceso. En 1977, más de la mitad de los hogares estadounidenses tenía arma. En el 2010, la cifra había bajado a menos de un tercio. Sucede no porque haya más o menos presión política o mediática, sino por una motivación demográfica. 

Los compradores habituales son hombres blancos, rurales, de clase y educación medias y ricos. "Un arma rompe la tendencia, atrae a nueva gente, abre el abanico demográfico, con potencial para remodelar la industria y la política sobre armas: el AR-15". 

Y eso que, remarca, no es buena ni para cazar ni para la defensa del hogar. Ironiza que si disparas en tu casa, destrozas la del vecino. Sus usuarios son más jóvenes, urbanos, mejor educados y racialmente más diversos. Aunque su texto vio la luz antes, parece un retrato de James Holmes. 

"A los hombres -subraya Baum en el club de tiro- nos gustan las máquinas. Son juguetes para adultos, como nuestras Barbies, te diviertes al disparar".

Cuesta plantear la cuestión a Taylor. "Nunca he disparado a nadie y espero no hacerlo. Llevo pistola porque me siento más seguro. Sin ella, soy otro objetivo".

Él se declara votante demócrata. Entendería un mayor control de armas, "si se hace con lógica y no en exceso". Tras la matanza, las ventas se han incrementado en todo el país por el temor de que el Gobierno imponga un mayor control y limitaciones. 

Ni una diana. El invitado no da ni una vez en el blanco.