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20/04/2006 | Los mercenarios de la propaganda

Antonio Soruco Villanueva

Así como existen mercenarios que se alquilan para matar, asesinar y luchar por revoluciones, sea cual fuere su ideología, pelear guerras en cualquier parte del mundo sin importar si huelen bien o mal, también existen mercenarios publicistas que, por unos cuantos denarios o por congraciarse con su jefe o patrón, alquilan su pluma, principios e ideas para defender a quien les da de comer de la mano.

 

Me refiero específicamente a aquellos comunicadores que utilizan sus conocimientos profesionales para hacer ver recto lo torcido, eficiente lo que no lo es. En otras palabras, para producir una metamorfosis mentirosa sobre las actitudes del actor o comportamiento del patrón, deformar la verdad o al revés, para desmerecer o vilipendiar al opositor bajo el exclusivo interés de obtener réditos inmerecidos a favor de quien alquila su conciencia.

De igual manera que está de moda ´hacer presidentes´ a como dé lugar, ensalzando o difamando, según lo demanden las circunstancias, también está de moda contratar a algunos ´relacionadores públicos´ para hacer del jefe, director o presidente, el mejor de todos, así ello implique difamar o desmerecer la labor ajena.

Hoy en día todo puede hacer la propaganda y la publicidad. Es el arte de la manipulación de conciencias, de la opinión, de las imágenes y formas. Su lema: más importante que ser, es parecer. No importa qué se diga sino cómo se dice o quién lo dice. El contenido versus la forma es la apariencia lo que cuenta, poderosa herramienta que puede hacer ver el mal como bien, lo derecho torcido, lo transparente oscuro. La publicidad está en relación inversa al producto que se desea vender. El peor producto requiere una mayor dosis de propaganda y es por ello que se debe tener cuidado con las propagandas excesivas porque en la realidad pueden significar todo lo contrario. La publicidad es, por lo tanto, una especie de barniz o de careta, prefabricada según la coyuntura o las circunstancias. Su finalidad: acomodarse al gusto del consumidor, a sus necesidades, angustias y deseos. Dúctil y sinuosa cambia de formas, de colores según el personaje que la alquila o contrata. Si éste es pesado e insondable entonces se debe explotar su verbosidad o habilidad de relacionarse, si es chueco o torcido, su finalidad será destacar sus posibles buenas intenciones.

Como en el teatro, los relacionadores públicos maquillan a los verdaderos autores. Les preparan el libreto de su discurso, cuidadosamente planeado. Les explican cómo deben pararse, qué cara poner y qué deben callar. Por arte de magia y manipulación propagandista de repente, los malos se vuelven buenos y los torcidos derechos o al revés. En otras palabras, actúan como abogados defensores, no importa si son culpables o inocentes, si cometieron matufia y media o si son inocentes; con premeditación y alevosía preparan la estrategia específica, adecuada para ensalzar o desmerecer para salvar o hundir.

Debe ser muy penoso prestarse a ser maquillador de imagen sin importar los efectos y consecuencias que ello puede acarrear. Encumbrar o sepultar a punta de propaganda. Estar entre bambalinas soplándole al oído al verdadero actor como un consueta cualquiera que no le interesa si produce un drama o una comedia. Debe ser también humi- llante para el propio actor ser un producto del mercadeo. Vivir simulando, manejado por los maquilladores de imagen, actuar y moverse sujetos a débiles hilos que los hacen mover, reír o llorar así ya no tengan ganas de seguir fingiendo.

*Antonio Soruco es ingeniero.

La Razón (España)

 



 
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