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04/09/2012 | Elecciones EEUU - Turno demócrata

Guillermo Descalzi

Llegó la semana en que los demócratas relanzan a Obama. Es un presidente desinflado, al que la derecha le ha quitado el aire. Obama o ha permitido que se lo quiten o no ha sido capaz de impedirlo. No somos densos, y nos damos cuenta del daño que le ha causado la intransigencia republicana, pero darnos cuenta no sirve de mucho.

 

¿Qué se logra con reelegir a un presidente al que le quitan el aire? El mayor obstáculo a su reelección no está en Romney. Está en el mismo Obama, que cede en todo, o en casi todo. No importa si cede por razonable o débil, el resultado es el mismo, una presidencia casi incapaz, saboteada desde su primer día. Obama necesita colgar el sabotaje del cuello de quienes lo llevan a cabo. Si lo logra, entonces quizás gane, pero aun así su victoria es incierta porque el liderazgo republicano está tan obsesionado con él que supedita todo, incluso el interés nacional, a su derrota.


Obama debe velar, entre otras cosas, por nuestra seguridad financiera y armonía social y política, pero al liderazgo republicano le interesa más el control que la armonía. Mitch McConnell, John Boehner y demás, azuzados por gentes como Limbaugh y compañía, quieren la realidad de acuerdo a sus deseos y punto de vista. Hay algo poco democrático en esa actitud. Se ve lo mismo entre quienes manejan las riendas del poder financiero, gente que no duda en colocar sus ganancias por encima de la seguridad y riesgo para el país. La prosperidad la quieren para ellos y las consecuencias se las dejan al resto. Es el trickle down economics en acción.


Quienes manejan los emporios de nuestra economía han traspasado el marco nacional y no se ciñen o limitan a lo que favorezca el interés nacional. Parecen creer que el provecho del país está en su propio provecho. La élite económica actúa en consonancia con los líderes políticos de la derecha, o al menos bastante más de acuerdo con ellos que con los demócratas. En esta elección una opción está en esa unión, representada en Romney, del poder económico con el liderazgo político republicano. La otra radica en la presidencia saboteada de Obama, y uno se tiene que preguntar si la dupla económico/política seguirá saboteándolo en caso de ser reelecto.


Romney promete restaurar la economía nacional y quizás lo pueda hacer, momentáneamente al menos, como abanderado de la dupla. No dice lo que ya se sabe, que la bonanza se reparte por arriba. ¿Será este un escenario benéfico para el país? Estamos en un momento crítico, el fin de una era que se va con creciente falta de honradez en casa y deterioro de nuestras conexiones en el exterior. Estamos perdiendo capacidad material y fuerza moral, algo que concierne al mundo entero porque aquí se gesta la era naciente, y estamos a punto de dejar el país en manos de un presidente saboteado o de un grupo que ve el interés nacional en su propio provecho. Hemos venido orientando y cuidando el acontecer mundial por más de un siglo, con mucho sacrificio.

Estamos dejando de hacerlo, y nos conviene tomar conciencia de lo que se decide en esta elección. Elegiremos un gobierno medianamente decente pero muy saboteado, o uno de gente medianamente emprendedora pero de muy corta visión.


Estamos acercándonos al clímax de un encuentro que se viene desarrollando desde fines de la primera guerra mundial, con la redistribución del Medio Oriente, a través de la segunda guerra mundial con sus consecuencias y la creación de Israel, un país incesantemente saboteado por sus vecinos. El conflicto árabe-israelí apunta a encenderse una vez más, y nuestra elección de noviembre tendrá consecuencias en ese choque.


Nuestro mentado excepcionalismo americano es real. No será como se pinta, pero es real. Asombra, ante nuestro excepcionalismo, la pequeñez y el oscurantismo de nuestro juego político. Necesitamos ser casi clarividentes para percibir la realidad en la confusión sembrada. Quizás por eso el voto se determine aquí más con el corazón que con la cabeza. Las elecciones se ganan o pierden más por afecto que intelecto, y toda campaña busca hacer de su candidato el deseado del pueblo. La promoción del deseo es truculenta. Una de las muchas cosas que aprendí de mi padre fue a no fingir el deseo. El deseo sincero brota del corazón y produce afecto. El deseo fingido brota de la cabeza y mata el afecto. En política hay que buscar ese ser extraño, la persona de deseo sincero.

La cabeza suele engañar y mentir. El corazón nunca lo hace. Cuando en duda electoral, el corazón vale más que la razón.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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