Era uno de los discursos más esperados –si no el más esperado– de la convención que hoy concluirá con un discurso en el que el presidente Barack Obama aceptará la nominación a las elecciones presidenciales del 6 de noviembre. La semana pasada, Mitt Romney aceptó en la convención de Tampa (Florida) la nominación republicana.

Clinton argumentó que, en el 2009, cuando llegó a la Casa Blanca, el demócrata Obama heredó del republicano George W. Bush una economía “profundamente dañada”, un “desastre total”, y que en estos cuatro años el presidente ha sentado las bases para una recuperación que preparará la economía de EE.UU. para el futuro.

El expresidente, asociado por millones de norteamericanos a la última era de prosperidad en este país, en los años noventa, describió la campaña como una elección entre dos modelos de país: el republicano, basado en el individualismo y el egoísmo; el demócrata, basado en la solidaridad y la prosperidad para todos, no solo para unos privilegiados.

Clinton se ha convertido en uno de los activos más valiosos de Obama. Las heridas que dejaron las primarias demócratas del 2008, cuando Obama derrotó a la actual secretaria de Estado, Hillary Clinton, parecen cicatrizadas.

El presidente sabe que Clinton, que todavía se presenta como “un muchacho de Arkansas”, posee un talento único para empatizar con un tipo de votantes –la clase trabajadora blanca– con el que él tiene dificultades.

Nadie como él sabe inyectar pasión a la política económica y los números. Nadie –y mucho menos el presidente Obama– vende como él hizo ayer, y como probablemente haga en los próximos dos meses, los logros de Obama: desde la reforma sanitaria hasta el plan de estímulo fiscal, políticas controvertidas que la propia Administración Obama sólo se atreve a reivindicar con timidez.

Pocos son capaces de desarticular, como anoche hizo él, el argumentario del Partido Republicano y de exponer las contradicciones del candidato Romney en cuestions como al reducción del déficit o la reforma sanitaria. Y desde la credibilidad que le concede el haber dejado el país, en el 2001, con un superávit y pleno empleo que la Administración republicana dilapidó en unos años.

“Ningún presidente, ninguno, yo no, podría haber reparado del todo el daño que encontró hace cuatro años”, dijo el expresidente. “¿Estamos mejor que hace cuatro años?”, preguntó a los delegados en otro momento. “¡Sí!”, respondió el pabellón, que no dejó de interrumpirle con aplausos y gritos.

Clinton, oficialmente encargado de nominar a Obama a la reelección, unió a los delegados al final de un día extraño. El miércoles empezó con la euforia, entre los delegados, por el discurso que en la noche inaugural pronunció la primera dama, Michelle Obama, y la expectativa por la comparencencia de su líder más querido, Clinton.

En seguida las cosas se complicaron. El discurso en el que Obama aceptará la nominación debía celebrarse en un el Bank of America Stadium, un estadio con capacidad para más de 70.000 espectadores.

Se trataba de replicar el formato del 2008, cuando, el último día de la convención de Denver (Colorado), los demócratas se trasladoron a un estadio al aire libre para escuchar al candidato. Aquel discurso representó el apogeo de la obamamanía.

Las imágenes de Denver no se repetirán en Charlotte. La campaña para la reelección anunció ayer que la amenaza de tormenta obliga a trasladar el discurso de Obama a la Time Warner Cable Arena, el pabellón cubierto y con un aforo reducido donde se han desarrollado la convención.

Los republicanos cuestionaro que el tiempo fuera la causa verdadera de los cambios de planes. ¿Y si Obama ya es incapaz de llenar estadios, y la Casa Blanca quiso evitar el efecto óptico de las sillas vacías?

El segundo tropiezo tuvo que ver con lo que en EE.UU. se denomina plataforma, el programa político que los partidos adoptan en la convención. La exclusión de la palabra Dios y la ausencia de un reconocimiento de la capitalidad israelí de Jerusalén acabó por forzar la intervención de la Casa Blanca .

El programa de Denver, hace cuatro años, reconocía la capitalidad de Jerusualén –un reconocimiento contrario a la política de sucesivas administraciones demócratas y republicanas– y recogía la palabra Dios. El cambio desató las críticas del Partido Republicano y de organizaciones proisraelíes.

El propio Obama intervino para ordenar que Dios y Jerusalén regresasen al texto, según Associated Press. El diario Politico añade que el presidente conocía el texto pero no hizo nada hasta que los republicanos empezaron a criticarlo.

Al inicio de la sesión, el presidente de la convención, el alcalde de Los Ángeles Antonio Villaraigosa, puso a votación una enmienda para corregir el programa e incluir Dios y Jerusalén. Lo intentó dos veces, pero los ‘noes’ y los abucheos frenaron el cambio A la tercera, aunque no está claro que hubiese una mayoría de síes, Villaraigosa decidió darla por aprobada. La chapuza quebró momentáneamente la cuidada unidad del partido.

Los demócratas, durante unas horas, perdieron el control del milimetrado mensaje. Y a los republicanos de Romney se les abrió un flanco para lanzar a Obama dos acusaciones habituales en algunos círculos derechistas: que ha abandonado al aliado israelí y que es hostil a la religión.

El incidente señala uno de los peligros de esta campaña, para demócratas y republicanos: la dificultad de controlar el mensaje en un entorno informativo acelerado.

El discurso de Clinton, que Obama siguió desde el pabellón de Charotte, apagó las controversia. El expresidente despierta pasión. Una década de recesiones y guerras infructuosas lo han convertido en una figura que incluso la derecha reivindica.

En sus mítines, los republicanos resaltan el legado de Bill Clinton –el crecimiento, el empleo, el superávit, los pactos bipartitos– para avergonzar a Obama.

El propio Obama se alzó con la nominación demócrata hace cuatro años distanciándose de Clinton, a quien consideraba un representantes de la vieja política de maquinaciones y tacticismos tan alejada del ‘yes, we can’. Ahora Obama hace bandera del clintonismo y Clinton, un político de raza que revive en campaña, se consagra a la reelección de joven que hace cuatro años le arrebató a su esposa la nominación.

“Nosotros creemos que ‘estamos juntos en este barco’ es una filosofía mejor que el ‘arréglatelas tú solo’”, celebró. “¿Quién tiene razón? Bueno, desde el 1961, los republicanos han ocupado la Casa Blanca durante 28 años, los demócratas 24. En estos 52 años, nuestra economía ha producido 66 millones de empleos en el sector privado. ¿Cuál es la clasificación? Republicanos, 24 millones. Demócratas, 42 millones”.

El presidente Obama, argumentó Clinton, “heredó una economía profundamente dañada, detuvo el choque, tomó la senda larga y difícil hacia la recuperación, y sentó los fundamentos de una economía más moderna, más equilibrada que producirá millones de empleos buenos, nuevas empresas vibrantes, y un montón de nueva riqueza para innovadores”.

“La pregunta más importante es, ¿en qué tipo de país queréis vivir? Si queréis una sociedad en la que cada uno vaya a la suya y en la que el ganador se lo lleve todo, deberíais apoyar a la candidatura republicana –dijo-. Si queréis un país con la prosperidad compartida y la responsabilidad compartida, un país en el que todos estemos en el mismo barco, deberíais votar por Barack Obama y Joe Biden”.