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21/04/2006 | ECUADOR - El espejo de la inseguridad

Giovanni Carrión Cevallos

El Abg. Jaime Nebot le apostó a la contratación de compañías de seguridad privada como mecanismo para disminuir el alto índice delincuencial en el puerto principal, propuesta que generó una encendida polémica dado el alcance de ese particular enfoque.

 

No obstante, el tiempo, y sobretodo el crecimiento exponencial de la violencia en Guayaquil, se han encargado de derrumbar ese castillo de naipes y es que lamentablemente el sistema de ecuaciones utilizado para relacionar a la seguridad con las variables: número de efectivos, vehículos, equipos de comunicación, armas, ojos de águila, combustible, etc., no tiene una sola respuesta.

En verdad, nadie puede discutir que para enfrentar al crimen organizado, es condición, sine qua non, contar con recurso humano calificado, infraestructura-logística indispensables y el suministro oportuno de dinero que sustente en el tiempo los planes de seguridad. Eso no admite el mínimo reparo.

Empero, el fenómeno de la inseguridad exige un análisis más amplio y sobretodo no lineal que permita, precisamente, identificar que la solución del problema va más allá de la simple aplicación de la fuerza legítima.

Primero, comencemos señalando que la violencia no es propiedad de los pobres e indigentes del país. Si bien es cierto que existe una violencia estructural, motivada por cuestiones de precariedad económica y social, sin embargo, también en los grupos pudientes se manifiesta a través de la prepotencia, el crimen y el uso incontrolado de armas de fuego.

De otro lado, resulta fundamental reconocer que vivimos momentos de gran caos, promovidos por un modelo económico neoliberal que aúpa la mercantilización de las personas y un sistema político degradado, promotor de exclusiones, a través de la no participación del pueblo en las decisiones que afectan su destino.

El Ecuador afronta, en los sustantivo, una crisis de valores y principios. Esa realidad nos reproduce con exactitud ‘el país de la cola de paja’ que describiera Mario Benedetti en la década  de los sesenta, obra en la que nos devela como el orden de cosas, ha creado un desocupado más: “el hombre moral, que prácticamente ya no tiene sitio en la política (...) pues para esos epígonos de la honestidad es reservada una denominación genérica: los resentidos”.

Esto nos lleva a preguntar ¿Cuál es el espejo que tienen nuestros niños y jóvenes del siglo XXI para mirarse y enfrentar el futuro ?

‘Politicastros ‘que asumen a la política como instrumento de enriquecimiento; fiscales y jueces corruptos que actúan favoreciendo al infractor; policías y militares, sin el menor pudor, saliendo de una notaría con sus botas llenas de dinero; pastores que han olvidado su rebaño; futbolistas y dirigentes deportivos, representando a ídolos con pies de barro, etc.

Entonces, lo que falta incluir es la sentencia de Benedetti: “el mal está siempre en la raíz de los conflictos, en el consciente olvido de que el buen ejemplo es por lo general más convincente que la policía”.

*Economista

El Comercio (Ecuador)

 



 
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