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28/10/2012 | Argentina - ¿Ser amado o ser temido?

Alejandro Bongiovanni

Cristina Fernández deslizó hace poco una frase que quedará en el imaginario popular para siempre “Sólo hay que tenerle miedo a Dios, y a mí también, un poquito”.

 

¿Qué conviene más –se preguntaba Maquiavelo– ser amado o ser temido? ¿Es mejor ser adorado por el pueblo, aún sabiendo que las pasiones suelen ser efímeras y circunstanciales? ¿O es mejor imponer un férreo respeto, una obediencia discreta, y correr el riesgo de engendrar semillas de resentimiento y hostilidad? La respuesta del célebre florentino era simple “nada mejor que ser ambas cosas a la vez”.

Tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández, dos verdaderos políticos de raza y puntuales cumplidores del pragmatismo maquiavélico, siguieron siempre este consejo del autor de “El Príncipe”. Amor y temor fueron conceptos presentes en ambas presidencias, tanto desde el punto de vista discursivo, como desde las políticas concretas.

Amor y temor, dos palabras que se han agrietado de manera profunda en los últimos meses. Cuando Cristina Fernández ganó las últimas elecciones, obteniendo el 54% de los votos, el programa 678 emitió un ilustrativo panegírico con imágenes de militantes kirchneristas, titulado “El amor vence al odio”. “Ellos”, el kirchnerismo, eran los representantes del “amor”. En contrapartida, “el resto”, los votantes de otros candidatos, o los críticos a la gestión de Cristina, eran “el odio”.

Este slogan todavía engrosa el caudal de frases hechas que aleatoriamente se van utilizando de manera sistemática y que forman parte de la neo-lengua kirchnerista –“vamos por todo”, “nunca menos”, “unidos y organizados”, etcétera–. No es la única manera en que la idea del amor se reforzó durante la gestión kirchnerista.

Con Néstor aún vivo, el amor de pareja entre los consortes era referenciado como un símbolo del más puro sentimiento marital, atravesado por el amor a la patria que ambos compartían. Ya fallecido Kirchner, y dejando entrever que su muerte se debió a un exceso de trabajo –producto de su amor por el pueblo– Cristina lo elevó al etéreo rango de un ser un innominado. Néstor pasó a ser “Él”, quien desde otros lares ama a su gente, a sus acólitos, a su Presidenta, y por supuesto, avala con una firma tácita todo lo que este gobierno dicte.

En el terreno de las políticas concretas, el kirchnerismo ha intentado con mucho éxito trazar una línea divisoria de la sociedad, que separe a los sectores más carenciados de los espurios intereses capitalistas, siempre abyectos y desalmados. Al primer grupo, el relato se encargó de reivindicar, de subsidiar, de amar. Así se crearon jubilaciones sin aporte, asignaciones sin contraprestaciones, subsidios intrincados, fútbol para entretener a las masas, milanesas para todos, y otras tantas cosas.

Sonríe, Kirchner te ama. Pero el amor sólo no basta, como bien enseña Maquiavelo, quien en el famoso capítulo XVII de El Príncipe nos dice: “Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pero cuando la necesidad se presenta, se rebelan”. La fusta también es necesaria, y allí el oficialismo también tuvo sus logros. Discursivamente, el “vamos por todo” representó un verdadero canto de guerra para cualquier ciudadano, partido, medio o empresa que no entienda que ponerse frente a este gobierno nacional y popular, era justamente convertirse en enemigo del pueblo. Para subrayar esta idea, Cristina Fernández deslizó hace poco una frase que quedará en el imaginario popular para siempre “Sólo hay que tenerle miedo a Dios, y a mí también, un poquito”.

Pero quizás en materia de políticas concretas es donde el temor se ha plasmado con mayor amplitud. Allí, el kirchnerismo tiene a dos verdaderos generales que son de temer: Guillermo Moreno, compadrón violento que virtualmente maneja la economía del país, y Ricardo Etchegaray, el sabueso entrenado no sólo para acrecentar la caja del Estado sino, sobre todo, para atacar a cualquier voz crítica a través de la AFIP. El kirchnerismo cerraba así el círculo. Generaba amor, mucho amor, y al mismo tiempo producía miedo, mucho miedo. No obstante, esta situación ha ido cambiando a lo largo de la segunda presidencia de Cristina Fernández. En parte, por el desgaste lógico de una continuidad política que ha durado casi una década. Pero además, por el resquebrajamiento de un relato que poco a poco, va demostrando su verdadera cara.

Y esto se debe a que no hay amor que aguante la inflación. No hay pasión por Cristina o por Él, que tolere eternamente que el Gobierno diga que con $6 se come, o que la inseguridad no existe. Los sectores de menos recursos ven licuados sus ingresos de manera alarmante. La ayuda social se reparte a través de una oscura Alicia Kirchner, según intenciones políticas. Ningún amor es incondicional, y la sociedad está empezando a notarlo. Volvamos a Maquiavelo, “hace odioso, el ser expoliador y el apoderarse de los bienes de los súbditos, de todo lo cual convendrá abstenerse. Porque la mayoría de los hombres, mientras no se ven privados de sus bienes y de su honor, viven contentos; y el príncipe queda libre para combatir la ambición de los menos, que puede cortar fácilmente y de mil maneras distintas”.

Más claro, echarle agua. Mientras no te metas con el bolsillo de la gente (bienes) y no la tomes de tonta (honor), se puede gobernar tranquilo, aún pasando por arriba los derechos de algunos. El problema del kirchnerismo es que pretende financiarse a costa de la sociedad, vendiéndole papelitos de colores, y al mismo tiempo, mentirle descaradamente con estadísticas falsas o medios oficiales donde somos Jauja. La gente, lentamente va expresando: “hasta aquí llegó mi amor”. Por otro lado, el temor también se ha perdido. A partir de una extraña y espontánea manifestación el 13-S, los pequeños atisbos de indignación se convirtieron en una catarata. Al masificarse el reclamo contra el Gobierno, muchas personas le perdieron el miedo a la crítica y ahora muestran sin empacho sus reparos contra el kirchnerismo.

El Gobierno, por su parte, en lugar de intentar apaciguar ánimos y volver a generar el amor/temor perdidos, parece haber optado por redoblar apuestas y volcar más combustible. “Si el príncipe no puede evitar entrar en pelea –dice Maquiavelo– debe inclinarse hacia el grupo más numeroso y cuando eso no es posible, hacia el más fuerte”. Ignoro el diagnóstico que hace el kirchnerismo sobre la pelea que tiene contra todos los que consideran que la gestión no es buena. Pero no creo que atacar a la ciudadanía respetuosa de la ley y financiadora del Estado sea una buena estrategia. No obstante, el final –como siempre– está abierto.

Economía Para Todos (Argentina)

 


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