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05/11/2012 | Por la guerra en Siria - Divididos por la secta, unidos por la metralla

Javier Espinosa

La rehabilitación de viviendas en Noura al Tahta es una obligación casi diaria para los residentes de este pequeño villorrio situado a metros de la linde con Siria. Una práctica que no responde a la devoción de los locales hacia la estética sino a los destrozos que provocan los obuses que se abaten sobre la aldea.

 

"Ese muro lo reconstruimos ayer. ¿Ve las marcas que dejó la metralla?. Mire ahí, ve ese socavón, otro obús que cayó hace días. Mire, en la esquina de esa casa, también la hemos arreglado hace menos de una semana. Deben haber dañado unas 7 viviendas y matado a más de 200 vacas", explica el mujtar (una especie de alguacil local) del poblado, Ali Sleiman, mientras recorre las callejuelas del enclave.

Los vecinos de Noura han aprendido a percibir el peligro. Sleiman dice que escuchan el estampido que marca la salida del proyectil –algo que indica lo cercana que están las piezas de artillería- y "todos salimos corriendo a los refugios". A los pocos segundos escuchan el impacto.

Los repetidos bombardeos que sufre la Noura al Tahta desde hace cerca de 5 meses son sólo un refrendo del desbordamiento de la guerra de Siria. El fuego de artillería y los altercados armados entre las tropas del régimen y los alzados del Ejército Libre de Siria (ELS) se han convertido en una constante a lo largo de la frontera común de 330 kilómetros que separa a Líbano de Siria, de los cuales casi un 90 por ciento no han sido nunca delimitados de forma adecuada.

Naciones Unidas contabilizó 31 altercados en la demarcación divisoria sólo en el mes de julio, cuando en toda la primera mitad del año había registrado siete.

En un principio la refriega se centró en la región norteña de Wadi Khaled. Más tarde los combates afectaron al valle de la Bekaa en el este del país.

Ahora, desde hace meses, el conflicto se ha extendido también a las inmediaciones de Nahar (río) El Kebir, el afluente que marca la separación entre Siria y Líbano, en Noura al Tahta. En julio cerca de media docena de personas murieron en el área bajo el fuego de la artillería siria.

Cientos de familias libanesas se han visto obligadas a huir de la zona, desplazándose a vivir a otras ciudades de la región norteña como Halba o Trípoli. Casi un centenar de personas han escapado de Noura al Tahta, donde no residen sino un millar de habitantes, acota el mujtar local.

Conducir a lo largo de la carretera que asciende desde Trípoli, en el norte del Líbano, hasta Noura al Tahta, en la frontera con Siria constituye un singular viaje donde la normalidad se desvanece conforme se aproxima el territorio del país vecino.

Los primeros signos del conflicto se aperciben en el poblado de Tal Anda, no lejos del paso fronterizo de Abboudiyeh. Aquí, los vecinos han cortado la carretera con pedruscos y árboles, y se han instalado en una tienda de campaña para protestar por la desaparición en septiembre de un chaval de 16 años, Samer al Naeem, que dicen fue detenido por uniformados sirios.

"Samer trabajaba como agricultor junto a un chico sirio. No sabemos como llegó hasta allí pero ese día los habitantes de la primera aldea siria que hay del otro lado de la frontera nos llamaron y nos dijeron que el ejército sirio había detenido a Samer. Hubo gente que vio como le golpeaban", precisa Mahmud Radwan.

Varios vecinos de la comarca que circunda la aduana de Abboudiyeh han sufrido la misma suerte en los últimos meses, lo que ha reproducido las protestas de sus habitantes y los cortes de la ruta. La televisión Dunia TV, portavoz del régimen de Damasco, acusó a Samer de acudir a Siria "para unirse a la guerra santa", en palabras de Radwan. "Es mentira, es un niño", añade sin pausa.

En la propia Abboudiyeh –donde viven cerca de 5.000 personas-, las viviendas situadas a metros de una posición siria donde ondea la bandera del régimen muestran numerosos impactos de bala. "Disparan todas las noches", apunta Abdel Kader Mansour.

Después de Abboudiyeh, la ruta discurre a lo largo de Nahar al Kebir entre colinas y campiñas. A la izquierda se extiende la provincia siria de Homs. El área es una réplica del entramado confesional que se observa en Líbano. Las aldeas suníes, alauíes y cristianas se suceden a lo largo de la linde. "Antes de la guerra la gente viajaba de uno a otro lado sin ningún tipo de documento. Tenemos familia del otro lado", recuerda Mahmud Radwan.

Ahora, desde la pasada primavera, los locales recomiendan no usar esta carretera limítrofe durante la noche. «Ha sido bombardeada varias veces», acota Sleiman en Noura al Tahta.

"Están bombardeando todo el área. Les da lo mismo si somos suníes o cristianos", advierte.

A escasos kilómetros de Noura al Tahta se encuentra el villorrio de Menjez, un enclave cristiano maronita conocido por el popular monasterio que acoge. Ni siquiera el templo ha podido evadir el conflicto. El 31 de agosto una salva de obuses procedentes de Siria alcanzó el pueblo y uno de ellos cayó en las inmediaciones del recinto religioso. La explosión no causó daños a la iglesia pero hirió a un soldado libanés que vigilaba en las cercanías.

Los cristianos que viven en Menjez todavía no han conseguido librarse del triste recuerdo que dejó aquí la guerra civil libanesa. En 1976, el poblado fue atacado por las tropas del Ejército Libre Arabe –una escisión de las fuerzas armadas libanesas- y sus aliados palestinos. Todos sus habitantes huyeron, ironías de la historia, al territorio sirio adyacente.

"Los musulmanes quemaron todo el pueblo", recuerda Laurice Musa, una habitante de la aldea.

Aquí, a diferencia de Noura al Tahta u otros enclaves suníes, las simpatías hacia los rebeldes sirios se torna en animadversión. La conflagración siria está reabriendo la herida sectaria que nunca cicatrizó en Líbano. Los cristianos, minoría en ambos países, admiten que se sienten "amenazados", expresión que utiliza la propia Musa. "Tengo miedo de que nos masacren", dice.

Ella misma lleva semanas fuera de Menjez, instalada en Beirut. Tan sólo ha regresado para dar un vistazo a su vivienda. "La mayoría de las familias que viven junto al monasterio (situado a metros del suelo sirio) están vacías", añade.

Son muchos los habitantes del área de Nahar al Kebir que reconocen que los disparos sirios son una réplica a las continuas incursiones que realiza el ELS desde el territorio libanés. Los rebeldes llevan casi un año instalados en la franja fronteriza, que utilizan no sólo como pasaje sino como plataforma para lanzar sus ataques.

"Sí, los sirios vienen disparan, los otros (las tropas del régimen) también y nosotros somos las víctimas", asevera Ali Sleiman en Noura al Tahta. "Los rebeldes llegan por la noche, bajan de las montañas (las estribaciones que jalonan toda la zona norteña del Líbano), disparan sus RPGs y vuelven a replegarse", le secunda Tanus Sabha en Menjez.

El Mundo (España)

 



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