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08/11/2012 | Los palestinos, arrastrados a su enésima guerra

Javier Espinosa

La iconografía de los campos de refugiados palestinos siempre ha servido para identificar la primacía política que rige en cada uno de estos enclaves. La primera garita que domina el acceso a Burj al Barajneh, por ejemplo, está dominada por los retratos de Bashar al Assad y Hassan Nasrallah.

 

Aquí no se divisa ni una sola fotografía del difunto Wissam Hassan, las mismas que proliferan por la principal avenida del cercano campo de Shatila, un enclave donde las banderas de Fatah ondean en algunos lugares a la par que las del partido libanés Mustaqbal, que lidera Saad Hariri.

Una significativa diferencia, que responde además a criterios geográficos. Burj al Barajneh se encuentra inmerso en los barrios shías dominados por Hizbulá, el principal aliado libanés de Al Assad. Sabra y Shatila están adosados literalmente al bastión suní de Tarik al Jedid, conocido por su apoyo a los rebeldes sirios.

La devoción palestina por imágenes, pintadas y banderolas también es un referente clave para comprender las vicisitudes que sufre este atribulado pueblo. Las calles cercanas a la residencia de Ahmed Qwaider están repletas de pequeños folletos que anuncian su deceso y una ingente pancarta con su foto que cuelga entre las viviendas.

Su primo Samir asegura que tanto el difunto como su hermano Abed fueron heridos por la misma bala. "El proyectil mató a Ahmed le atravesó la boca y se le clavó a Abed en el hombro", dice. El herido deambula a duras penas por la vivienda de los Qwaider en Shatila. "¿Dónde está el arma que tenían? ¡No tenían ni un tirachinas!", clama la madre.

La muerte de Qwaider en los enfrentamientos armados que se registraron en Beirut el 22 de octubre, tras el asesinato del general Wissam Hassan, constituye el primer incidente en el que un palestino aparece vinculado a la inestabilidad política generada en Líbano al socaire de la crisis siria. El ejército acusó a los dos Qwaider de disparar contra sus tropas y después informó de la detención de otros 4 milicianos palestinos implicados supuestamente en los altercados. Días después el dirigente cristiano Michel Aun –otro aliado de Damasco- aumentó ese número y habló de decenas de palestinos armados peleando al lado de los grupos suníes opositores de Beirut.

Para la familia del difunto y los dirigentes de Sabra estos señalamientos rememoran otras imputaciones del pasado. "Ahmed era un simple vendedor de café, nunca militó en ninguna facción. Mis dos hijos pasaban con su moto por ese lugar cuando les disparó un francotirador", dice Hanadi, su madre.

"Los palestinos siempre somos los chivos expiatorios de estas guerras", le secunda Samir Qwaider.

La acusación contra Qwaider y la brecha política que se observa entre Sabra y Burj al Barajneh tan sólo pone de relieve el potencial desestabilizador que posee la guerra en Siria no sólo para ese país –donde los palestinos ya se han visto involucrados en el conflicto- sino para el propio Líbano, donde las diversas facciones de esta comunidad disponen de miles de paramilitares armados. "Por supuesto que nos están arrastrando a otra guerra, al igual que al Líbano", añade Samir.

La contienda en el vecino país ha generado una profunda fisura en las filas palestinas, que en la propia Siria se ha traducido en combates entre las facciones leales al régimen y los palestinos que se han unido a la rebelión del Ejército Libre de Siria (ELS), y en Líbano en una creciente tensión política entre los grupos opuestos.

"El liderazgo (palestino) está con el régimen pero el pueblo está con el ELS. En nuestro grupo, hay decenas de palestinos", declara por teléfono Mohamed al Turki, un palestino de la ciudad siria de Hama, que combate en Homs en las filas de la Brigada Al Faruk.

La cúpula de la Organización para la Liberación de Palestina, con Abu Mazen al frente, intenta mantener en Siria una neutralidad que se desvanece día a día. Una tesis a la que se aferran los portavoces de esta organización también en Líbano.

"¿Qué hizo Saad Hariri por los palestinos mientras era primera ministro? ¿Qué está haciendo el gobierno de Hizbulá ahora? Nada, en ambos casos. Por eso no podemos dejarnos enredar en esa guerra. Nuestro objetivo es muy superior a los intereses políticos de Hariri o Hizbulá", precisa Abu Ahmed, un miembro del Comité Popular que dirige el campo de Shatila.

Pero la historia les está atrapando. La dictadura baazista siempre fue magistral a la hora de manipular a las facciones palestinas y azuzar las disensiones internas. Como en 1976, cuando recurrió a sus aliados –grupos como el FPLP-CG de Ahmed Yibril o Saiqa- para combatir a las huestes de Yaser Arafat. Parece un calco del mismo guión. También ahora –ya lo hizo en la conflagración libanesa-, el régimen sirio está usando las fuerzas del Ejército para la Liberación de Palestina (PLA) –unidades militares integradas por miembros de esa comunidad pero bajo la disciplina del ejército sirio- como tropas auxiliares.

Las milicias de Yibril se han convertido en el principal soporte de Al Assad en enclaves como Yarmuk, en Damasco, asevera Mohamed Al Turky, que no duda en calificar al político palestino de "perro a las órdenes de Bashar".

Los refugiados

La imparcialidad de los más de medio millón de refugiados palestinos en Siria era una quimera imposible desde el principio. El pasado mes de marzo, el comisionado general de Unrwa, la agencia de la ONU que ayuda a los palestinos, Filippo Grandi, todavía reconocía que "los palestinos habían eludido la violencia en Siria" hasta ese instante gracias a su "neutralidad", aunque ya entonces el desacuerdo entre el régimen y especialmente Hamas eran algo público especialmente después de que Ismail Haniya, el líder de Gaza, apoyara la revuelta siria en febrero.

La ruptura entre los que antaño fueron unos aliados de larga data se fue agravando con el paso de los meses y se oficializó este lunes cuando un portavoz del partido islamista reconoció que sus oficinas en la capital siria han sido clausuradas por las autoridades locales.

Los primeros cadáveres palestinos comenzaron a aparecer en junio. Kamal Ghanaja, un representante de Hamas cuyo cuerpo fue encontrado con marcas de torturas. El coronel Ahmed Salih Hassan, del ELP, ejecutado mientras conducía su vehículo. Otros 3 acribillados en el campo de Nayrab, en Alepo. Todavía entonces resultaba difícil atribuir con total certeza la autoría de esos crímenes.

Sin embargo, para la activista Budour Hassan, "la gota que colmó el vaso" fue el terrible asesinato de 11 miembros del ELP en julio. El régimen achacó el suceso a los rebeldes del ELS pero la población de Yarmuk se lanzó a las calles a protestar y acabó enfrentándose a los acólitos de Damasco, que no dudaron en abrir fuego matando a varios. A partir de entonces los bombardeos y los incidentes armados se convirtieron en un escenario recurrente en esa localidad. Mohamed Abu Zalef, de 23 años, fue una de las víctimas de aquella matanza. Su tío, Abu Ali Aid, escapó al poco tiempo del campo de Nayrab, en Alepo, al Líbano, donde ahora reside en Burj al Barajneh.

"Todos iban desarmados en una furgoneta que transitaba entre Alepo y Hama. Pensamos que los secuestró el ELS. Los cadáveres aparecieron mutilados, algunos sin ojos. No quiero participar en otra guerra, pero ahora llevo un arma porque tengo que defender a mi familia", reconoce.

Otro residente de Nayrab acogido en Burj al Barajneh, Omar Abu Khaled, admite que los habitantes del campo han establecido una milicia común para enfrentarse al ELS. "Llegamos a comprar armas vendiendo el oro de nuestras familias", apunta.

Su hermano Mohamed era miembro de esa fuerza paramilitar. "Le tendieron una trampa y le raptaron a finales de septiembre junto a otros dos. Nos pidieron un rescate y como no pagamos los degollaron a las 24 horas", precisa.

Las acusaciones cruzadas son ahora una realidad cotidiana de un conflicto donde la lista de muertos palestinos no deja de aumentar. La OLP dijo en septiembre que sólo en Yarmuk habían fallecido 400.

Las imputaciones contra el ELS encuentran su réplica en Shatila, donde entre los recién llegados, figura un grupo de un campo de refugiados palestino de Daraa. Abu Omar sostiene que en octubre los tanques y uniformados leales a Bashar atacaron el recinto matando a más de media docena de personas. "Yo mismo enterré a 4 en un jardín. Tuve que huir cuando regresaron los soldados. Al volver vi que los habían desenterrado y habían quemado los cuerpos. Tuvimos que enterrarlos de nuevo", asevera.

Abu Omar asume que el campamento "es una base de actividades del ELS" y que en las filas de los rebeldes "hay muchos palestinos". "En Daraa hay cerca de 40.000 palestinos y los tres campos han sido atacados, nos disparaban con francotiradores, nos bombardearon con la aviación, incluso enviaron a tractores para derribar casas", expone.

La guerra fratricida de Siria está empujando a miles de palestinos a escapar al Líbano recuperando los contactos que establecieron con los que se exiliaron en Siria cuando el escenario de la catástrofe era Líbano. Otro guiño a la historia. "Vine a Burj al Barajneh porque conocía a gente que vivió en Nayrab durante la guerra del Líbano", aclara Abu Khaled.

En septiembre la Asociación Palestina por los Derechos Humanos estimó que los palestinos huidos ya eran cerca de 7.000.

Entre tanto, los combates en torno a Yarmuk –el enclave más emblemático para los palestinos de Siria, donde habitan 150.000 de ellos- se han generalizado desde hace días. Activistas citados por AFP informaron que las milicias de Yibril estaban peleando contra las de Hamas y el ELS. El propio ministerio de Exteriores sirios, a través de la televisión pública, advirtió a los refugiados que no se sumen a la algarada.

"Siria se opondrá con fuerza. Todas las facciones palestinas se deben apartar de cualquier esfuerzo de las bandas terroristas», señaló la televisión. Pero como escribía el diario saudí Al Riyadh el domingo, «la guerra entre hermanos ha regresado y esa es la tragedia de los palestinos. Las dos partes han caído en el fuego sirio".

El Mundo (España)

 


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