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04/12/2012 | EEUU - Los estrechos del Capitolio

Guillermo Descalzi

Obama habrá ganado la presidencia pero el control del país todavía se juega en los estrechos del Capitolio, un espacio de nuestra metafísica política que yace entre la cámara de representantes y el senado.

 

Allí le esperan peligros como los que Ulises enfrentó en el estrecho de Mesina, entre Sicilia e Italia. Uno, Caribdis, era un monstruoso remolino. El otro, Scylla, era un escollo de rocas. Scylla y Caribdis están hoy entre Cámara y Senado, y Obama tiene que navegar cuidadosamente. Las rocas, en la Cámara baja, las colocan los líderes de la mayoría republicana. Son las ‘rocas de no’, un escollo dedicado a proteger a los pudientes porque, según su esquema, la riqueza la hace quien puede y con sus ganancias bendice al trabajador.

Es una buena teoría. Para evitar ‘las rocas de no’ Obama debe, según los líderes republicanos, minimizar los impuestos al rico y recortar servicios al necesitado. El remolino lo enfrenta en el Senado, donde los republicanos no tienen mayoría, pero es como si la tuvieran por un ‘re-(gla)-molino’, una regla remolino que traga proyectos de ley. Es la regla del ‘filibusterismo’ senatorial, que requiere 60% del voto para sobrepasar una objeción. En la batalla legislativa para evitar el ‘precipicio fiscal’, los demócratas tienen 54 votos, más el de Bernie Sanders, independiente de Vermont.

Necesitan cinco republicanos para hacer lo imposible, pasar las propuestas de Obama. No los tienen. Entre los líderes de un lado y los filibusteros del otro peligra toda moción del presidente.


Filibustero se llamaba al pirata del siglo XVII. Viene de freebooter, el que se lleva libremente el botín. Los filibusteros en el Senado practican piratería oral. El filibustero se para y se lleva –libremente– el discurso de todos. Lo hace hablando interminablemente. La mayoría está obligada a escucharlo por la vigésima segunda regla del Senado, que requiere tres quintas partes de la votación, el 60% mencionado, para callarlo. Los filibusteros, hablando, obstruyen cualquier moción. La teoría es que así se impide la dictadura de la mayoría.

La práctica está en que se necesita una súper mayoría para casi cualquier cosa en el Senado. En 1957 Strom Thurmond habló 24 horas 18 minutos sin detenerse ni para orinar, obstaculizando un proyecto de derechos civiles. Un comentario esa vez fue ¡qué vejiga! En la actualidad no se necesitan proezas físicas. En el gentil Senado de hoy el jefe de la bancada filibustera sencillamente pide que se considere que están hablando y, a no ser que haya 60 votos para impedirlo, se suspende la moción.

Es una regla arcana que los senadores republicanos amenazan con usar para impedir cualquier alza impositiva a quienes ganen más de $250,000 anuales. Alzas para los que ganen menos, eso les tiene sin cuidado. Es más, los recortes en servicios equivalen, en el fondo, a alzarles los impuestos. John McCain también amenaza con la regla número 22 para impedir la anticipada nominación de Susan Rice a la secretaría de Estado.

De ser nombrada y aprobada se habrá dado en Foggy Bottom, el Departamento de Estado, un ‘Tale of two Rices’, una historia de dos arroces, Condoleeza y Susan Rice. ¿Coincidencia? En el mundo no hay coincidencias. Hay falta de capacidad para ver su inevitabilidad, y señalan el camino. El remolino en el Senado y las rocas en el Congreso esperan cualquier moción de Obama, que no es un Ulises. Su navegación necesita ser magistral.


Los republicanos, convencidos que Obama no sería reelecto, esperaban su derrota para desactivar la reforma de salud. Buscan, ya se sabe, aliviar a los de arriba porque su bonanza salvará al país, pero para que haya bonanza arriba tiene que haber un abajo sano, capaz de trabajar. Eso no obstante, ahora insisten en tijeretear el ‘Obamacare’ como condición para cualquier negociación fiscal. Necesitan cooperar. Parecen no ver la necesidad de hacerlo, convencidos quizás de que algunas de sus propuestas ya están en marcha. La autodeportación de indocumentados es una de ellas.

Por primera vez en la historia hay más indocumentados saliendo que entrando a Estados Unidos, y los que se quedan no lo hacen por dinero. Se quedan por sus familias. La autodeportación es producto del daño infligido a la economía por quienes controlan nuestra industria, banca, mercados y comercio. Lo que ocurre es que el país se está desfondando, y entre los primeros en caer por el fondo están los indocumentados que se van.


Escuchando a los republicanos cualquiera diría que Romney ganó la elección. Sus líderes esperan a Obama en los estrechos del Capitolio, con las rocas de no para destrozarlo y su re-(gla)-molino para tragárselo. ¡Apriétense los cinturones que viene un drama!

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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