Dichos movimientos tienen como finalidad destruir las instituciones democráticas e imponer dictaduras populistas disfrazadas con los ropajes de la democracia. Ahí está la esencia del conflicto entre Chávez y Uribe, y no en discusiones estériles sobre si se produjo o no una violación de la soberanía venezolana por parte de las fuerzas de seguridad colombianas. El apresamiento del dirigente de las FARC ha desenmascarado al “gorila rojo”, esto es, a Chávez, convertido desde hace años en un instrumento de desestabilización de las todavía frágiles democracias andinas. Desde esta óptica, el régimen chavista tiene todos los rasgos para ser incluido en el denominado "eje del mal" dibujado por la Administración republicana.

De entrada, el chavismo cuenta en sus filas con un buen número de personas muy cercanas a las FARC, entre ellas el canciller venezolano. Es vox populi que el presidente de Venezuela se declaró neutral en la lucha que sostiene el Gobierno legítimo y democrático de Colombia con una guerrilla, financiada por el narcotráfico, cuya finalidad consiste en imponer una dictadura similar a la de los jémeres rojos en la Camboya de los años 70. Con ser inaceptable esa posición, la realidad es mucho más grave: Venezuela ha dado cobertura, al menos física, a la narcoguerrilla y a individuos vinculados a otros grupos terroristas internacionales, como el IRA o ETA, por citar sólo dos ejemplos. Al mismo tiempo, es un hecho patente el apoyo de Chávez a la insurgencia antisistema de corte izquierdo-indigenista en el resto de los países del Cono Sur, en especial en Bolivia, el Ecuador y en Perú.

Venezuela se encamina con paso firme hacia la construcción de un Estado totalitario en el cual las aparentes formas democráticas encubren un vaciamiento real de su contenido. El Estado de Derecho no existe, la violencia física contra la oposición es carta común, la libertad de expresión está amordazada y el resto de los derechos individuales están severamente constreñidos. Es cierto que Hugo Chávez ganó unas elecciones y también un referéndum destinado a revocarle, pero también lo es que procedimientos similares fueron utilizados por otros, por ejemplo los nazis, para alcanzar el poder y después destruir la democracia. El actual régimen venezolano tiene los rasgos típicos de la “democracia totalitaria” definida por Talmon o del cesarismo plebicitario formulado por la teoría política. La democracia no es sólo un procedimiento para decidir quien gobierna, sino un conjunto de normas y reglas dirigidas a evitar el abuso del poder y garantizar la alternancia. En Venezuela no hay nada parecido.

La Revolución Bolivariana es la versión poscomunista del modelo castrista para Iberoamérica. Muerto el marxismo-leninismo como una opción viable y atractiva para las masas, el discípulo dilecto del tirano de Cuba utiliza la misma estrategia de su maestro pero con un ropaje intelectual distinto. Se trata de alimentar y proteger el nacimiento y desarrollo de focos revolucionarios en aquellos países en los cuales la democracia no está plenamente consolidada, la gestión de los gobiernos no ha logrado beneficiar a toda la población y/o ha perjudicado a los intereses de algunas minorías. Desde esta perspectiva, la vía democrática tiene sólo un carácter instrumental y, cuando no produce los resultados apetecidos, se recurre al uso de la fuerza para conquistar al poder. Una vez alcanzado éste, la democracia sólo mantiene de tal el nombre. Venezuela comienza a ser un caso paradigmático de este drama que amenaza extenderse a toda la región.

Ante este panorama, los demócratas del mundo han de cerrar filas con Uribe. Su conflicto con Chávez es sólo la punta del iceberg; es decir, una manifestación del enfrentamiento global entre las fuerzas de la democracia y las de quienes pretenden destruir el Estado de Derecho y el gobierno democrático. Al “gorila rojo” hay que tomarle en serio. Tras sus histrionismos y baladronadas se esconden todos los elementos y el proyecto de una sociedad cerrada. Si además ese ideario se asienta en un mar de petróleo, el panorama resulta mucho más inquietante. ¿Se imaginan a Castro en la Guerra Fría con petrodólares en sus manos? Pues esa misma situación es la que goza hoy el máximo líder bolivariano.

Chávez es una pieza más de ese endiablado puzzle orientado a acabar con la democracia liberal en el mundo—esta singular y no siempre coordinada coalición de fundamentalistas islámicos, neopopulistas, ex marxistas, antiglobalizadores, etc., cuya finalidad es liquidar la sociedad abierta. Uribe representa todo lo contrario; es decir, la fuerza del derecho frente al derecho de la fuerza, el Estado de Derecho frente a la discrecionalidad totalitaria... Espero que el Gobierno español no sucumba al canto de sirena de los viejos tics ideológicos que convirtieron Iberoamérica en un banco de pruebas de experimentos izquierdistas.

 Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket International Consulting en Madrid, España y académico asociado del Cato Institute.