Es ya conocida la decisión del Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela de retirarse de la Comunidad Andina y, a pedido de ese país, se debe reunir la Comisión para formalizar su denuncia del Acuerdo de Cartagena.
De otro lado, en días pasados, el Presidente de Bolivia ha tenido duras expresiones sobre la Comunidad Andina y su secretario general que —como señalé en un comunicado— quiero creer que se deben a que el presidente Evo Morales se encuentra mal informado. De otro lado, el presidente Morales acaba de tomar una iniciativa para propiciar una reunión de presidentes andinos, cuyos resultados aguardamos con expectativa. El caso es que, por estos hechos, se ciernen sombras sobre el futuro de nuestro proceso de integración subregional.
Estimo que la situación que estamos atravesando se debe a profundas discrepancias entre los países miembros sobre el modelo de desarrollo que mejor responda a las necesidades sociales y sobre el tipo de inserción internacional que debe corresponder a esos objetivos. Pero también se debe a concepciones particulares sobre la organización del Estado y sobre sus relaciones con la sociedad, así como a visiones diversas sobre las relaciones internacionales y regionales y, por tanto, sobre la naturaleza y finalidades de nuestros procesos de integración andino y sudamericano.
En efecto, ante los limitados resultados obtenidos en materia de bienestar para nuestros pueblos de las políticas preconizadas por el denominado Consenso de Washington y ante la necesidad de asegurar la gobernabilidad democrática de nuestros países, podemos decir que se ha iniciado en la región latinoamericana un ´tiempo social´, es decir, una nueva etapa en la que las agendas políticas nacionales tendrán como preocupación prioritaria la obtención de resultados tangibles, en lapsos políticamente aceptables, en materia de reducción de la pobreza y de la desigualdad que prevalecen en nuestras sociedades.
Surgen, así, diversas propuestas sobre cómo mejorar o incluso cambiar el modelo económico para alcanzar esas metas sociales, pero también para lograr un Estado y una sociedad más incluyentes. En ese contexto, el modelo de integración regional también se ve sometido a cuestionamientos e interrogantes, por ser el espacio más próximo de nuestras relaciones externas.
Pero allí no radica el problema principal. La crisis surge y se alimenta cuando esas discrepancias no se procesan a través del diálogo respetuoso y fraterno para la mutua comprensión de necesidades y aspiraciones, sino cuando los encuentros se difieren y los medios de comunicación se utilizan como vehículos de la desazón y la desconfianza.
Es preciso retomar el camino del diálogo y del consenso, dentro de un espacio plural y tolerante donde primen la cooperación y una solidaridad efectiva y no meramente retórica. Todo ello basado en el convencimiento de que la unidad sólo podrá construirse a partir de lo que, con tanto esfuerzo, hemos labrado a través de los años y no mediante la aniquilación de un patrimonio comunitario que, sin duda, aporta fortalezas para lograr un desarrollo y una inserción internacional más provechosos y socialmente incluyentes.
Reitero un llamado urgente a los presidentes de la región para que asuman el liderazgo que les corresponde a fin de construir un consenso andino, sudamericano y latinoamericano para el desarrollo y la inserción internacional con inclusión social, sobre la base de los principios del pluralismo y el respeto mutuo, con el inequívoco propósito de asegurar el bienestar y unidad que nuestros pueblos reclaman.
*Allan Wagner es secretario general de la Comunidad Andina.