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04/02/2013 | EEUU - El testimonio de Hillary

Armando Gonzalez

Un viejo abogado aconsejó una vez: “Cuando tu caso es débil, grita más alto”.

 

La secretaria de Estado, Hillary Clinton, siguió ese consejo en su comparecencia ante el Comité de Asuntos Exteriores del Senado hace unos días cuando algunos senadores republicanos trataron de obtener respuestas a las tantas preguntas pendientes después de la tragedia del 11 de septiembre del 2012 en Bengasi, Libia, donde nuestro embajador Chris Stevens y tres miembros de la seguridad de la embajada fueron asesinados por terroristas musulmanes.

Ante una avalancha de preguntas y sin respuestas políticamente convenientes, Hillary optó por la manida técnica de la fingida indignación que le facilitaba la respuesta vacía pero en alto volumen. “Teníamos cuatro americanos muertos. ¿Fue por una manifestación o porque un grupo de amigos que salieron a una caminata decidieron matar a algunos americanos? ¿Qué importa la diferencia?”


Los estudiantes y practicantes de propaganda podrán admirar su destreza en desviar la atención del público. Los que seguimos chapados a la antigua creemos que la verdad aún importa y, para gente pensante como nosotros, la técnica de Hillary no funciona. Pero claro, para la prensa nacional, que no es más que el Ministerio de Propaganda de la administración Obama, la técnica de Hillary es efectiva. Si esa prensa estuviera comprometida con el concepto de honestidad profesional podría, quizás, haber considerado otra razón para el silencio de la administración Obama sobre Bengasi: el ataque y los asesinatos tuvieron lugar el 11 de septiembre, el décimo primer aniversario del ataque terrorista a las Torres Gemelas, y faltaban menos de dos meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos. La campaña demócrata buscó, por propósitos políticos, darle al votante americano la idea que Al Qaeda había sido diezmada y estaba fuera de actividad. El admitir la verdad de Bengasi, que afiliados de Al Qaeda habían llevado a cabo un ataque terrorista exitoso, iba en contra de la propaganda de campaña y ponía en entredicho los alardes patrioteros que nos recordaban cada hora que “Bin-Laden está muerto y General Motors está viva”. Pero Hillary y Obama están más interesados en enterrar la historia de Bengasi junto con el embajador Stevens y los tres oficiales de seguridad que allí murieron. Y esta es una atrocidad que no será olvidada.

 Quizás sea por eso que Hillary se mantuvo al margen de la campaña de enterrar la tragedia de Bengasi. Hillary no quiere imágenes de video que puedan salir a la luz si acaso decidiera aspirar en el 2016.


Pero en su comparecencia ante el comité senatorial dejó bien en claro su falta de respuestas a las muchas preguntas sobre Bengasi. El senador Ron Johnson (R-Wisconsin) la increpó sobre las mentiras que la embajadora ante la ONU, Susan Rice, diseminó en sus cinco comparecencias televisadas el domingo siguiente al ataque en Bengasi. La respuesta de Hillary, vacía pero con fingida indignación, pasará a la historia pero ha sido deshonestamente ignorada por la prensa cómplice.


Quizás el aspecto más serio de la comparecencia de Hillary ante el comité senatorial sea su actitud ante las preguntas legítimas de los legisladores. Hillary parece considerarlas como irrelevantes. Y esto parece ser el reflejo de la actitud del presidente Obama y sus asesores –que el asesinato de un embajador y tres oficiales de seguridad en Benghazi no es algo que estremezca la tierra. Que el comité senatorial debe dejar eso a un lado y dedicarse a otros asuntos.


Esa es la clave para tratar de entender el por qué del deseo de la Administración Obama de tratar las mentiras sobre Bengasi como algo que no vale la pena seguir investigando. En el mundo de Hillary, las mentiras no importan siempre que se originen en su lado. Ése no es el estándar que ella y otros demócratas aplicarían a un republicano. Pero el pueblo americano merece una narrativa honesta de todo lo que ocurrió en Bengasi.


El senador Rand Paul (R-Kentucky) le dijo bien claro a Hillary que su falta de liderazgo debía haber llevado a su destitución. Decir que ella no puede leer todos los cables que llegan al Departamento de Estado no es la clase de respuesta arrogante que la senadora Hillary Clinton habría aceptado de una administración republicana.


“¿Qué importa la diferencia?” es una respuesta que debe quedar colgando sobre Hillary Clinton por el resto de su carrera pública. Es una indicación más que lo que sucedió después de Bengasi en el Departamento de Estado no fue más que un encubrimiento de primera línea. Si Hillary aspirara a la presidencia en 2016, esta es una historia que no desaparecerá. Porque no debe desaparecer.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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