La primera señal de transición es el relevo en la dirigencia de la Asamblea del Poder Popular, con la jubilación de Ricardo Alarcón. El segundo paso ha sido el nombramiento de Miguel Díaz-Canel, de solamente 52 años, como vicepresidente del Consejo. Luego, ha llegado el anuncio de autolimitación del mandato de líder máximo, impuesto por el propio Raúl, anunciando su jubilación en el 2018, a cinco años vista. Aunque el plazo sea optimista, por lo menos se compromete a un calendario y que sus potenciales sucesores no rebasen la década en el poder.

La otra notoria señal de sutil cambio es la autorización de viaje para los cubanos que disfruten de un pasaporte. El resultado más espectacular es que la bloguera Yoani Sánchez ha iniciado un periplo de conferencias en América y Europa. Teniendo en cuenta que sus escritos no tienen desperdicio y son extremadamente críticos del régimen, la tolerancia del gobierno cubano (o la impotencia para impedirlo) es digna de estudio.
Dos globos sonda fueron lanzados desde Europa y desde Washington. La UE se había adelantado a finales del año anterior al anunciar que acometería una serie de encuentros sin condiciones previas que pudieran desembocar el desencallar el tema de la Posición Común impuesta en 1996. Esta medida se tomó a renglón seguido de que Estados Unidos aprobara la ley Helms-Burton que codificaba el embargo, cuyo levantamiento se condiciona al final efectivo del régimen cubano.

Desde los aledaños del Departamento de Estado se filtraron rumores de la eliminación progresiva del embargo mediante la ampliación del comercio y el trasvase de ciudadanos. Teniendo en cuenta que Estados Unidos ya es el cuarto socio comercial de Cuba, la erosión producida por unas condiciones más favorables para comprar mercancía terminaría por convertir la ley condicionante en meramente simbólica, dependiente de una decisión presidencial y el mutis del Congreso.

Pero si el plan europeo se edulcoró anunciando un mediano plazo de meditación, el paso decisivo de Estados Unidos se frenó mediante la alianza clásica formada por el núcleo duro del exilio cubano y la intransigencia del régimen de La Habana. Este reclama el todo o nada; el exilio exige el final del castrismo.

En los momentos álgidos los dos extremos están de acuerdo en mantener la tensión y conseguir la continuación del condicionamiento del embargo, que políticamente beneficia al régimen, como ya ha señalado la propia Yoani. En el entorno geográfico de Cuba, que se extiende desde México y Caracas hasta la Casa Blanca, el status quo parece ser la solución más conveniente, de momento.

Cuba se ha insertado cómodamente en el nuevo y variopinto entramado político latinoamericano. Ha heredado la dirigencia de la CELAC, el invento pan-latinoamericano/caribeño para que todo estén presentes (menos Estados Unidos y Canadá) de nadie nada menos que el conservador presidente chileno Sebastián Piñera. La Habana no manda guerrillas a la liberación del continente. Por el contrario coopera en el proceso de paz colombiano. No se inmiscuye en el narcotráfico, al menos en el plano estatal. Garantiza la seguridad de Guantánamo. Sus vecinos están encantados con la ausencia de competencia real en turismo e inversiones.

En Washington este impasse es bienvenido con alivio e hipocresía. Una Cuba en incierta convulsión por una transición apresurada es lo que menos desean en el Pentágono. Lamentablemente, si el genio pidiera elegir entre democracia y seguridad, la respuesta sería la estabilidad que solamente el régimen actual puede garantizar. Quizá Fidel haya desaparecido totalmente en el próximo lustro, pero de momento, para lamento de los que comprensiblemente exijan la aceleración del proceso, todo puede quedar fundamentalmente como en los últimos años. Raúl sabe que al abrir excesivamente la espita económica, los reclamos se derramen a la política, con presión de los ciudadanos, quienes hasta la fecha no han tenido la oportunidad de expresarse.

Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.