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10/03/2013 | Argentina - Una reina efímera

Crónicas de la República

Cristina Fernández llegó a Caracas con todas las ínfulas y una comitiva tan impresionante como escandalosa; de hecho, por lejos, la más numerosa de las que fueron a darle el último adiós a Hugo Chávez, dispuesta a convertirse en la Reina del Sur. Muerto el bolivariano, su más o menos aceptado liderazgo regional pasaría sin discusiones a sus manos: era la estrategia que se había venido anudando en los laboratorios de la Casa Rosada desde que hace un par de meses la información clasificada que circulaba entre gobiernos de aquí y de Europa aseguraba que al comandante no le quedaba mucho tiempo de vida.

 

Hay indicios de fuentes inmejorables del kirchnerismo que aseguran que eso fue una estrategia hecha y derecha. Otros sostienen que se trató de una mera expresión de deseo, una ilusión cargada de vanidad de la jefa de todos ellos, que por supuesto nadie se animó ni de lejos a intentar desbaratar. Como sea que hayan ocurrido las cosas, la presidenta se convenció y se dejó convencer por las adulaciones de Héctor Timerman y del inefable matrimonio Laclau, de que era su hora. "Muerto el rey, viva la reina".

Todo terminó, como puede observarse en medio del inusitado espectáculo que entregaron las imágenes entre el velatorio del coronel bolivariano y la asunción de Nicolás Maduro espada en mano frente al féretro de su amado líder, en un gran fiasco. Al menos aquella inmediatez de las cosas que pretendió darle Cristina cuando decidió que bien valía la pena ausentarse tres días de un país cargado de conflictos y de tensiones --las peleas con Scioli, con Macri, el paro docente, la inseguridad, etcétera-- para hacerse de ese cetro regional vacante, no se correspondió con la realidad.

La presidenta regresó a Buenos Aires hecha un furia, justo cuando el grueso de los presidentes de la región, entre ellos Dilma Roussef, que fue una de las autoras de su rabieta, llegaba a Caracas para cumplir con el rito que justo ella, la amiga y compinche de Chávez, la única contemporánea a la que el coronel le dedicó su último triunfo electoral en una lista que incluyó a Bolívar, San Martín, Perón y Kirchner, despreciaba sin más trámite.

La versión más ajustada que se escucha en los pasillos de la Casa Rosada sobre ese imprevisto y precipitado viaje de regreso, al margen de justificaciones meramente salidas de la especulación periodística --como el no querer sacarse una foto con Mahmud Ahmadineyad, o la recurrente excusa del calor y la hipotensión crónica, que ella misma incluyó en uno de sus agobiantes twitters--, remite a esa comprobación temprana y dolorosa de que aquel desembarco triunfante se convertía rápidamente en fracaso. Dicen los confidentes que la presidenta estalló en su suite del hotel Tamanaco, en la mañana del miércoles y cuando todavía acomodaba su equipaje, por un cable de agencia noticiosa procedente de Brasil que le acercaron sus colaboradores. Allí decía que Roussef viajaba a Caracas como líder del resto de sus pares de Latinoamérica para encabezar una estrategia de defensa de la continuidad a todos sus efectos de lo que se conoce como "chavismo", ahora en manos de Maduro. La especie, nacida en el seno de la impecable diplomacia brasileña y que motivó el cable, sostiene en sus trazos gruesos que la mandataria brasileña sería la encargada de garantizar que Venezuela no derive hacia una gestión menos castrista y más pronorteamericana, lo que podría ocurrir si el gobierno cae en manos del exmilitar y presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, apoyado entre otros sectores por sus excolegas uniformados víctimas de las enormes purgas que provocó Chávez en las Fuerzas Armadas tras el intento de golpe de Estado de 2002. Se entiende el berrinche: ella, que planeaba regresar el sábado a Buenos Aires por lo menos, sino con el cetro de nueva reina de la región, al menos con los papeles en marcha y listos para ser firmados, se enteró por ese cable de los planes de su por ahora amiga e incondicional colega brasileña.

Cristina Fernández sintió, antes de ordenar que le preparasen el Tango 01 para regresar el jueves, 24 horas antes de la ceremonia en la que imaginó por las suyas o por algún indicio previó que recibió desde Caracas que tendría un protagonismo central en el funeral del viernes, que lo más parecido a una traición de parte de la socia mayor del Mercosur acababa de ocurrir. Ese día, ya en Buenos Aires, le debe haber ocurrido otro patatús igual o peor que el de Caracas: desde Brasilia se insistió, a través de voceros de la cancillería (Itamaratí), que Dilma sería desde ahora "la nueva vocera de la región". Un rol que de este lado de la frontera abonó un hombre odiado por la presidenta y por Timerman como es el exembajador en Venezuela, Eduardo Sadous, quien dijo que Dilma ocupará desde ahora "un rol privilegiado" en Unasur, Mercosur, ALBA y CELAC, tras el vacío de liderazgo que deja la muerte de Chavez.

La presidenta puede estar lamentando esa presunta "traición" de Dilma más de la cuenta y más de lo que nadie admitirá públicamente en el gobierno. Su reinado sureño, efímero y trasnochado, era por cuerda separada un buen argumento que habían empezado a trabajar en los laboratorios del poder para encontrarle una salida al otro gran drama que los agobia a todos: la ausencia de esperanzas mínimas de conseguir algún camino que lleve a la re-reelección en 2015, sea por derecha mediante una reforma constitucional, o por izquierda a través de una consulta popular. Complicadas las cuentas para alcanzar los dos tercios en las elecciones de octubre, y con más sombras que luces el plan cuya autoría se le adjudica a Carlos Zanini, con libretos anexos de Carlos Kunkel y José Luis Gioja, de forzar la interpretación legítima pero no legal de que la que votará o no por una Cristina eterna será la gente y no los dirigentes, el ascenso al reinado regional venía como anillo al dedo para superar un fracaso interno, el de la perpetuidad, que pareciera casi sellado.

La presidenta deberá volver sin remedio a la dura realidad local. Y el primer desvelo que la esperaba cuando descendió el jueves en aeroparque tiene nombre y apellido: Daniel Osvaldo Scioli. ¿Qué hacer con el gobernador? Es una pregunta por ahora sin respuesta que se hacen en los despachos del poder. Lo primero que hay que decir es que hay cada vez menos secretos, menos golpes agazapados desde las sombras: la guerra ha sido empezada, aunque no oficialmente declarada. Scioli sabe que van por él, que jamás lo dejarán escalar hacia una candidatura presidencial por dentro o por fuera, y mucho menos en este caso, del modelo que ella y sus adulones pretenden garantizar --y garantizarse, por precaución personal-- más allá de diciembre de 2015. Sabe que lo quieren obligar a renunciar para presentarse como candidato en las listas de la provincia para las elecciones de octubre, en el marco del plan para dejar el gobierno de la provincia en manos de Gabriel Mariotto, que debería preparar con auxilio de la Casa Rosada el escenario territorial para cuando llegue el momento de jugar las presidenciales de aquel año. El gobernador ya había dicho antes de fin de año, y fue reflejado en estas páginas, que "jamás" le torcerían el brazo con esa encerrona. Y no ha cambiado un centímetro de opinión. Y no tiene dudas de que el conflicto con los docentes bonaerenses está fogoneado desde la Casa Rosada. Tendría pruebas fehacientes de que cada rechazo de SUTEBA a sus esfuerzos por mejorar la oferta salarial a los maestros ha sido apañado por habitantes del primer piso de Balcarce 50. Hugo Yasky y Roberto Baradel serían los brazos ejecutores de esa trapisonda bien orquestada.

No todas son flores. La reedición de aquel episodio del aguinaldo de 2012 que encara ahora mismo el gobierno para acorralar al gobernador puede convertirse otra vez en un tiro por la culata. Y ese sería justamente otro de los motivos del desvelo de Cristina. Puesta por impericia o por pura soberbia en un callejón sin salida, sabe que ella puede otra vez ser castigada en las encuestas de imagen y de intención de voto si ahoga financieramente a la provincia: el distrito en el que el favor ampliamente mayoritario del electorado para obtener una contundente victoria en octubre y compensar derrotas cantadas en otros distritos importantes como la Capital, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Por la vía contraria, si finalmente le afloja fondos a Scioli, como la posibilidad de endeudarse en el exterior, o actualizar el Fondo del Conurbano Bonerense, o enviarle dinero del Tesoro para mejorar la oferta salarial a los educadores, puede estar muy bien ayudando a instalar a su paciente enemigo como el sucesor natural del espacio, y el único que hoy la supera en cualquier encuesta a nivel provincial y nacional. Una raya que ella y sus gurkas juraron que nunca cruzarán.

Scioli, que puede tener un perfil hasta irritable para quienes le piden que "se juegue", o que "rompa de una vez por todas", como le han dicho en estos días algunos de sus ministros, no come vidrio. Sabe él también que Cristina puede sufrir en carne propia las consecuencias del plan para borrarlo del mapa. Por eso ha protagonizado gestos de autonomía y de muestreo anticipado de lo que sería una gestión nacional suya: viene de almorzar y escuchar consejos de Eduardo Duhalde, lo hizo en diciembre con Julio Cobos, se reúne más de lo que se sabe con Francisco de Narváez y Mauricio Macri, aunque también con algún senador del kichnerismo preocupado por su futuro y por el del "espacio". Y calcula al milímetro las consecuencias de una foto como la que se sacó en Expoagro con Antonio Bonfatti, la heredera del Grupo Clarín y el ahora macrista dirigente rural Alfredo De Angelis.

Acaba de dejar correr deliberadamente la que sería la peor pesadilla para Cristina y su plan de exterminio: desempolvará de los sótanos del Banco Provincia dos emisiones completas de patacones, si insisten con el ahogo financiero.

La Nueva Provincia (Argentina)

 


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