Abrazó el derecho israelí a su tierra bíblica, pero también apoyó el derecho palestino a un estado independiente en su propia tierra. Condenó la presencia de Israel en los territorios, pero aceptó su derecho a intervenir unilateralmente para prevenir la amenaza de un Irán nuclear. Son enunciados contradictorios, utilizados para saltar de un lado a otro en el campo minado de la región. Son saltos indispensables en campos de minas. Tengo experiencia en eso.

En 1988 estuve en las montañas de Pantasma, Nicaragua, siguiendo a lomo de mula un encuentro de contras y sandinistas en las alturas entre Quilalí y Wiwilí, sobre el río Coco. Recuerdo que una mula bebía cerveza. Su dueño me mostró cómo. ‘Si se pone terca dele cerveza’, aconsejó, y me dejó unas botellas para la mula en caso de emergencia. Fuimos tras el sonido de explosiones. En la cumbre, cerca de donde estaba, cayeron proyectiles de RPG, rocket propelled grenades. Vi un lugar de aparente calma, y allí fui, solo para encontrar un cadáver intacto de la cintura abajo. Tenía, para arriba, su espina dorsal como tornillo salido del cuerpo. Había caído víctima de una ‘mina saltarina’, que salta y explota a nivel del pecho dejando completa la parte inferior y destrozada la superior. Era zona minada. Recuerdo el momento y como lo sentí. Así deben sentirse las familias palestinas bajo ocupación israelí, y los judíos víctimas del odio a su alrededor.

Palestinos y judíos se arrastran mutuamente por campos minados con la intransigencia de Israel y la rabia y el rechazo del antisemitismo árabe y musulmán, latente en mayor o menor grado en toda la región. Es un antisemitismo de respetabilidad colérica, revestido de nobleza por el sufrimiento de millones y armado con el odio de multitudes. Está por reventar una vez más, y el detonante será el cada vez más cercano y aparentemente inevitable encuentro de Israel con Irán.

Obama y Netanyahu no dejaron duda de lo que sucederá si Irán prosigue con su programa nuclear. A los ayatolas parece no importarles el caos con tal de desatar un vendaval que arrase con Israel. Quizás sea que, habiendo más musulmanes que judíos, cuentan con que sobrevivirán los suyos más que los otros. Provocan un enfrentamiento promoviendo la certeza de que tarde o temprano Israel tendrá que lidiar con un Irán nuclear. Trae recuerdos de Saddam Hussein jugando, por sus propios motivos, con la noción de que contaba con arsenales de destrucción masiva. El gobierno de Irán, encasillado en la teocracia de sus ayatolas, promueve la sospecha nuclear para sus propios fines también. Hay tiempo para evitar el encuentro, pero evitarlo parece improbable. Netanyahu necesitaría neutralizar el extremismo musulmán en todos lados.

La única manera de hacerlo es permitiendo que los palestinos consigan lo que quieren, un estado suyo en tierra propia. Eso le quitaría el piso al extremismo árabe-musulmán. Será duro de hacer pero la alternativa es peor, y no solo para Israel, para el mundo. Una guerra con Irán envolvería a todos.

Podríamos llegar a un acuerdo, Israel con los palestinos y Estados Unidos con el mundo árabe y musulmán, pero al igual que los iraníes son conducidos hacia el desastre por los que manejan su teocracia en el gobierno, a Israel tampoco le es fácil transar porque tiene su propia teocracia gubernamental. En Estados Unidos tenemos algo similar, solo que es una especie de teocracia laica que profesa un capitalismo cuasi religioso.

Concebimos y dimos vida al Medio Oriente en nombre del capital, para provecho anglo-americano, con Churchill como arquitecto, y no sabemos cómo dejar que se reconstituya en provecho propio. Árabes, occidentales e israelíes somos víctimas, cada uno a su manera, de su propia teocracia político-social, aunque en nuestro caso sea la teocracia laica del capitalismo.

Israel está convencido de que los judíos ya ‘se dejaron demasiado’, y no ‘se dejarán más’. Están en esa trampa. Los árabes y musulmanes no pueden evitar su resentimiento y rabia. Esa es su trampa. En Estados Unidos estamos convencidos de nuestro destino en abundancia y, a pesar de que la producción de nuestra abundancia sea hoy más china que nuestra, no podemos dejar de lado el control del petróleo que necesitamos para esa producción que ya no tenemos. Nos pasa como al amputado que sigue sintiendo el miembro amputado. Esa es nuestra trampa. ¿Podremos cambiar? No será nada fácil, y el tiempo urge. Tempus fugit.