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05/04/2013 | Argentina - El clima cambió; los políticos, no

Osvaldo Payá

Las aguas sembraron muerte y desolación en el territorio de los tres principales jefes políticos del país. De la Presidenta, del gobernador Scioli y de Mauricio Macri. Al darse cuenta, Cristina se subió a un helicóptero y visitó Tolosa, en los suburbios de La Plata, donde pasó su infancia. Como en Tartagal en 2009, también un año electoral, se mostró en zona de desastre.

 

Además visitó en Capital el barrio Mitre, uno de los núcleos duros de la desgracia, a espaldas de un mega shopping y a escasa distancia de Tecnópolis. No es frecuente en ella: ante las hecatombes sociales suele refugiarse en un silencio hierático, alejada del dolor ajeno para no verse salpicada. Ayer tuvo fotos y cámaras de TV a medida, pero igual soportó la dura queja vecinal.

Nadie les podrá discutir ni negar a los tres gobernantes que las lluvias fueron infrecuentes en su volumen y continuidad.

Tan comprobable como que en el mundo se viene hablando del cambio climático desde hace al menos tres décadas. Acá tuvimos pistas ciertas con aquella histórica granizada del 27 de julio de 2006, que cayó en Capital y GBA con piedras de hasta 10 centímetros de diámetro. Al poco tiempo, todos sentimos algo parecido a la felicidad con la nevada en la Ciudad del 9 de julio de 2007. Su único antecedente databa de casi noventa años, en 1918. Con frecuencia imparable, se sucedieron abrumadoras lluvias tropicales, como cuando en la Macondo de García Márquez no paraba de diluviar día y noche. A eso le sobrevino la discusión de expertos acerca de si la intensidad de los vientos de varias tormentas terribles eran huracanes o tornados. La gente seguía percudida por la pérdida y la pena.

La naturaleza había cambiado. Los políticos, no.

Algunos, en una extrapolación audaz, hasta serían capaces de traer de los pelos y tomar prestada del Código Civil (art. 1.198) la “teoría de la imprevisión”. La modificación de situaciones de modo excepcional que hace imposible cumplir contratos, políticos en este caso, que la gente suscribe con la dirigencia a través de su voto. Detrás del “nunca pasó algo así” o del “en un solo día del mes de abril llovió más que en todo los abril de un siglo”, hay latente una apelación a la excusa.

Los tres tienen responsabilidades de gestión desde 2003 y desde 2005. Y no cesaron nunca de intercambiar cascotazos, ironías o desplantes.

Nunca una idea compartida , jamás un gesto de grandeza política.

Que el subte, que los paros docentes, que la basura. Ayer la muerte y la urgencia hicieron que la Presidenta y Scioli se vieran las caras. El título, ya inmortal, lo puso Borges en un poema: “No los une el amor, sino el espanto”.

Lo hacen recién cuando hay ciudadanos que perdieron todo.

Y todo no es un adverbio antojadizo.

Es la palabra de la devastación.

De la vida, en primer lugar. Y después las pertenencias materiales, el esfuerzo de una vida de trabajo decente y sacrificado. ¿Y qué es lo que vieron y escucharon? Que a la hora de la desgracia que vomitaba el cielo los políticos más importantes del país miraban otro canal. El Canal Malvinas, que transmitía en directo el culebrón “ahora soy buena y no quiero odios”. El Canal playas de Brasil, donde daban “me tomo un avión urgente y trato de zafar poniendo la cara y diciendo que esto pasa porque no me dejan tomar créditos”. El Canal de la mal entendida paciencia gandhiana, del “nunca esperen de mí una agresión”.

Tampoco un brote de coraje para defender los derechos de su provincia, la más poblada del país. Es lo que tenemos: que necesito un crédito, que no te lo doy, que para vos no hay plata. Que no sabe gestionar. Que se tiene que alinear, que en esta pelea no me meto y me beneficio con los restos.

Pequeñez política al por mayor, de vuelo bajito.

Eduardo Aulicino, compañero de redacción, me comentaba ayer temprano: “Estos tipos no entienden nada. Ya tendrían que estar dando una conferencia de prensa los tres juntos, hablándole al país sobre el desastre”.

Cuánta razón. Pero esa es tarea de estadistas, gente con vocación de servicio más grandeza de espíritu. Y no de la mediocre talla de los políticos que discuten el chiquitaje de un voto o un lugar en una lista y especulan con el costo político que puedan pagar por la desgracia ajena. Grave error. Cuando diluvia de este modo, el agua se lleva puesto a todo y a todos. A ellos también.

Clarin (Argentina)

 


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