A un mes de su elección como Papa, hay dos palabras que Jorge Mario Bergoglio aún no ha pronunciado: libertad religiosa.

Desmintiendo las expectativas no las ha dicho ni siquiera en el discurso que ha dirigido a los embajadores de casi todos los países del mundo.

La única vez que ha hablado de libertad religiosa – aunque sin mencionarla por su nombre – ha sido el sábado 6 de abril, en una de las breves homilías que improvisa durante las misas matutinas en la capilla de la Casa de Santa Marta, donde vive.

Pero lo ha hecho con un estilo particular. El Papa Francisco no ha dedicado una sola palabra a los perseguidores, ni a quienes, de manera más suave, sofocan la libertad de los creyentes.

Se ha puesto, en cambio, del lado de los perseguidos:

"Para ver a los mártires no es necesario ir a las catacumbas o al Coliseo: los mártires están vivos ahora, en muchos países. Los cristianos están perseguidos por su fe. Hoy, en el siglo XXI, nuestra Iglesia es una Iglesia de mártires".

Después se ha identificado con los cristianos comunes. Ha citado las palabras de Pedro y Juan en los Hechos de los Apóstoles: "Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y escuchado". Y ha continuado:

"La fe no se negocia. Esta tentación ha existido siempre en la historia del pueblo de Dios: cortar un pedazo a la fe, aunque no sea mucho. Pero la fe es así, tal como la decimos en el Credo. Es necesario superar la tentación de hacer lo que hacen todos, no ser tan, tan rígidos, porque precisamente desde allí empieza un camino que acaba en la apostasía. De hecho, cuando empezamos a trocear la fe, a negociar la fe, a venderla al mejor postor, empezamos el camino de la apostasía, de la no fidelidad al Señor".

Para el Papa Francisco la libertad religiosa es, sobre todo, "tener la valentía de testimoniar la fe en Cristo resucitado". Una fe íntegra, pública. Una fe que tiene la pretensión de transformar la sociedad.

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"La pretensión" es precisamente el título que el sociólogo de la religión Luca Diotallevi ha dado a su último ensayo, que ha salido en los días pasados.

Es un ensayo que critica duramente las teorías de la "laicidad" – teorías ampliamente difundidas también dentro de la Iglesia y aplicadas, de forma abusiva, también al concilio Vaticano II – que excluyen un vínculo directo entre el Evangelio y el orden social, en obsequio a una presunta "neutralidad" del Estado.

Al paradigma de la "laicidad" Diotallevi opone el paradigma de la libertad religiosa, típico del mundo anglosajón pero con fundamentos teológicos que tienen su referencia en el "De civitate Dei" de Agustín y, aún antes, en el Nuevo Testamento.

Según dicha visión, el "saeculum" entre la primera y la segunda venida de Cristo es un encuentro entre tiempo y eternidad, es un conflicto entre pecado y gracia. En este conflicto participan los tronos, los principados, las dominaciones de las que habla el Nuevo Testamento, refiriéndose a las potencias del mundo. Son las potencias rebeldes sobre las cuales la cruz y la resurrección de Jesús han tenido la victoria definitiva, una victoria que, sin embargo, aún no ha llegado a su cumplimiento. En el "saeculum" dichas potencias aún oscilan entre los extremos de la anarquía y del dominio absoluto, mientras la Iglesia, que custodia el don de la victoria, obra para retenerlas en el uno u otro extremo.

Después de Agustín, quienes han desarrollado en nuestros días esta visión neotestamentaria de la historia han sido Oscar Cullmann y Joseph Ratzinger, ampliamente citados por Diotallevi.

Pero el rasgo más original de su ensayo es identificar en la celebración de la eucaristía la fuente y el culmen de esta "pretensión" de impacto de la fe cristiana en el orden social, en plena continuidad, también aquí, con Benedicto XVI.

Escribe Diotallevi:

"Cada liturgia eucarística, cada misa, es un rito en el que, al participar, se pretende participar en la única obra de victoria, haciendo de él un anuncio eficaz. La eucaristía no proporciona ningún modelo definido ni definitivo de orden social. La Jerusalén celeste vendrá el último día y desde lo alto, y la eucaristía obra y anuncia la victoria que rompe el espacio y el tiempo, generando así tiempo y espacio para ese don. Obra y anuncia la derrota definitiva de los diseños de dominio de las potencias y de los principados, abriendo e indicando una condición intermedia, nunca estabilizada, entre dominio absoluto y disolución anárquica de la vida social".

Y sigue:

"La celebración de la eucaristia anuncia y realiza la prohibición de toda estatalización de la Iglesia y de toda eclesiasticización de la política. La Iglesia peregrinante no funda la 'civitas' terrena, sino que la habita y habitándola la preserva".

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A la luz de esta visión, es cada vez más comprensible la decisión del Papa Francisco de celebrar la misa, el pasado Jueves Santo, no sólo en un lugar como la cárcel de menores de Casal del Marmo, en el cual es más visible que en otros lugares el conflicto entre gracia y pecado, sino también ante personas de otros credos, o de ninguno.

Porque la eucaristía es la Iglesia que se hace visible, es la obra victoriosa de Dios que irrumpe en la historia y es ofrecida a la mirada de todo hombre, es Jesús elevado en la cruz entre los dos ladrones, con el centurión que lo reconoce como Hijo y con la tierra que tiembla.

No se equivocaban los paganos cultos de los primeros siglos, cuando para identificar a la cristiandad la describían en el acto mismo de celebrar la liturgia.

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El libro:

Luca Diotallevi, "La pretesa. Quale rapporto tra vangelo e ordine sociale?", Rubbettino, Soveria Mannelli, 2013, pp. 140, euro 12,00.
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Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.